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Lo que importa

Este mes llegamos jodidamente tarde. Culpa mía por no hacer mi trabajo de editor, mi trabajo de escritor y mi trabajo de fotógrafo. Estoy completamente perdido en un mar de tareas a las que yo mismo me he ido comprometiendo y no sé cómo salir de ellas.

Es más, me había obligado a escribir un post sobre un tema que no me interesaba. Ya iba tarde, pero al menos iba. Lo he tirado a la basura después de tener el borrador prácticamente preparado. No me importa. Era completamente irrelevante para mí. No era un tema ni muy profundo, ni siquiera un poco personal. 

En meses donde nada motiva, ¿qué es lo que realmente me importa? Y he abierto la carpeta con todas las fotos del último año. Y ahí estaba.

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Un año de fotos disparadas en carrete con Яна. En estudio o improvisado. Sol, lluvia o nieve. Asados de calor o muertos de frío. En los descansos del trabajo o los fines de semana.

Agotados después de la semana, o incluso enfermos. No son las "mejores" fotos que tenemos. Mejores en el sentido estético. Pero sí son las más bonitas porque representan un montón momentos. Un montón de momentos que entonces me parecían totalmente insustanciales, pero que desde que no los tengo ya no son tan irrelevantes.

Como dice Andrea, mejor si es imperfecto. Así que Яна, sé que "odias" muchas de estas fotos totalmente imperfectas, pero sé que aprecias cada uno de esos momentos. 

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Hoy me ha parecido importante por dos motivos. Uno es que he tenido que retirar una foto, así que lo estoy compensando con decenas más.

La otra es porque te echo de menos.

Cuando el viaje sana

Buscábamos días de calma, mínimos y pausados, como un corazón en reposo. Días de lluvia suave en los que las lágrimas se pudieran confundir con sonrisas.

Queríamos acompasar nuestra respiración al rumor de las olas para que nuestra exhalación se llevara todo aquello que pesa escondido en nuestros rincones.

Mirar, escuchar y callar….

Observar lo pequeño para tratar de achicarse uno mismo. Abrirse a su secreto mensaje de geometría universal.

Caminar sintiendo cada paso, como si fuera un juego de atención. La lluvia serena limpia aún más el aire. El follaje de alrededor nos cuida con un aroma a bosque húmedo. Miramos a nuestro alrededor, los sonidos llegan pausados y sin tropezarse entre sí.

Mirar, escuchar y callar…

Parar el mundo y escuchar al cuerpo… ¿qué me dice cada dolor, cada sensación?

Déjate mecer por la corriente. Déjate ondear por el viento insistente. Llegados a este punto ya no tenemos otros destinos. Un “aquí y ahora” es un horizonte válido y reconfortante.

Aquí, ahora, contigo.

Aquí, ahora, contigo.

Aquí, ahora, contigo.

Es infinito

En la vida hay cosas que son difíciles de vivir, pero son aún más difíciles de contar. Recuerdos que son cicatrices tan profundas que queman.

El tiempo va pasando y el dolor toma otras formas. Pasa de ser un monstruo que te amenaza en los momentos débiles a una sombra que te acompaña en todo momento. Ya no es mala, ya no da miedo. Está ahí, vive contigo, y lo hará para siempre.

Me ha costado mucho, y aún me cuesta, comprender que vivir con esa sombra le da otro sentido a las cosas. Que hay lugares a los que nunca volverás, pero hay otros a los que puedes volver siempre que quieras.  Que el hogar no son esas cuatro paredes, las fotos, los libros, los objetos coleccionados a lo largo de una vida. 

Ahora el hogar son estas tierras verdes, estas rocas. El cielo casi siempre nublado. Ese mar que a veces es cruel pero siempre es hermoso. También esas tierras del sur en las que siempre piensas cuando quieres huir.

Si el hogar es el sitio al que volver quiere decir que el hogar es infinito. Y eso nada te lo puede quitar, ni siquiera el tiempo.

Mejor si es imperfecto

Cuando era pequeña, me gustaba hacer las cosas bien. Dice mi madre que mis cuadernos del colegio tenían cuatro hojas, porque cuando una frase se me torcía o me tocaba hacer un tachón, me ponía de los nervios y no conseguía quedarme contenta hasta que arrancaba la página y volvía a hacer todo desde cero; sin errores, sin manchas, perfecto.

Esta especie de TOC se mantuvo en mis años de universidad, de los que conservo unos apuntes impolutos que más que para estudiar servían para forrar una pared. Puede que esté mal que yo lo diga, pero qué maravilla de apuntes, oye. 

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Por aquel entonces, ya me había dado cuenta de que la vida era de todo menos predecible y creo que mantener el orden en determinadas cosas —ya fueran los apuntes o mi peso, por ejemplo— me hacía pensar que de alguna forma yo tenía algo de control. Los años fueron pasando y con el tiempo descubrí que, después de haberla buscado de forma constante en colegios, universidades y trabajos varios, la perfección me hacía daño (además de aburrirme soberanamente). Marcaba una especie de línea tope que yo no podía superar; me hacía estar agobiada, insegura y me regalaba una extraña sensación de culpabilidad que de vez en cuando me susurraba al oído: "¿De verdad no puedes hacerlo mejor? Eres una inútil". No sé si esto se vio acentuado por el hecho de ser mujer —yo creo que sí, aunque dejo este tema para tratarlo en un futuro post feminista, que escribiré más pronto que tarde—; el caso es que la perfección era la zanahoria que hacía andar al burro (en este caso, la burra) por un camino sin curvas que me llevaba directamente ¿a dónde? Ni siquiera yo lo sabía.

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Y de repente, descubrí la fotografía analógica, un mundo donde no hay nada seguro y, por lo tanto, donde la perfección no existe. El tipo de carrete, el tiempo que lleva en el mercado, la cámara que uses, la forma en que reveles, cómo escanees los negativos. Entran en juego un sinfín de variables que crean millones de resultados distintos. No hay nada que marque la norma. En estos años, ha aprendido a valorar las manchas en los negativos, los pelos de gato pegados al cristal del escáner, los cambios de color entre fotos de un mismo carrete, a pesar de haber sido tomadas en un mismo espacio, con una misma luz. He aprendido a valorar la imperfección en sus múltiples formas y me he dado cuenta de que un montón de hojas llenas de tachones son mucho más reales y van más conmigo que una sola página sin errores.

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Año 4

- Why are you so fucking awesome Ava? - I guess you rub off on people! *

Segundos después de esta foto, esa fue la conversación. Segundos antes, Ava solamente decía que podía hacerlo mejor. Y podía.

 

Siempre podía, excepto con el español. Se esforzaba por hablarlo, y lo hacía más con ternura que con acierto, pero yo no había dejado nunca de entenderla. Sin embargo, cuando tenía algo importante que decirme, pasaba al inglés. Y yo hacía lo mismo con el español. Supongo que hay personas con las que un sólo idioma no es suficiente para transmitirle todo lo que tienes.

El resto de la tarde pasó muy rápido. Como todos los momentos que quieres retener, nunca pasan lo suficientemente despacio. Recuerdo que era tarde y yo tenía que hacer 455km de vuelta a casa. Solo. Ella, sola, 5753,97. Pero quién los cuenta. Alargamos tontamente la despedida a base de chistes malos y promesas que no íbamos a cumplir. Cuando la fila de coches atascados por el mío en doble fila empezó a pitar, la besé y le dije adiós.

 

Me extrañó que no me mirase cuando se marchaba. Arrastraba a duras penas una maleta más grande que ella. Casi tan grande como el sentimiento frío que recorría mi estómago. No entendía por qué no se giraba, por qué me negaba esa última sonrisa. Lo entendí mientras, entre sollozos y sin mirar atrás, me gritaba “Please, don’t forget me!”.

Año 2

Dos años antes nos prometimos seguir hablando tras la despedida. “Tienes mi Whatsapp”. “Tú mi Skype”. Nunca me había despedido con una mentira tan flagrante: cinco fríos mensajes, ninguna llamada de Skype. En dos años. Sabe a que pensábamos muy poco en el otro.

Y allí la tenía dos años más tarde. En mi estudio, en Madrid, en carne y hueso. Dos años más maduros en lo personal y lo profesional. Pero mi cara de tonto seguramente fuera la misma que el día que nos conocimos. Me había convencido de que no iba a volver a verla nunca.

Tan seguro estaba que no había preparado nada. Sin vestuario, sin atrezzo, sin luces. A ella no le importó. Arrampló con toda la basura que teníamos tirada en casa y en el estudio, y lo convirtió en arte con la misma facilidad que yo abro el grifo de casa.

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Dos años más tarde, allí estaba ella con un marco sin lienzo, con los ojos vendados, en un sofá destrozado. Sin saber quién es, sin saber a dónde va, totalmente rota por dentro. Me estaba regalando cómo se sentía en una imagen que había improvisado. ¿O los artistas de verdad realmente no improvisan porque siempre nos regalan su alma en cada obra?

Dos horas más tarde le conté lo que pensaba mientras la miraba. Lo meditó un segundo y sonrió: “I don’t know who I am. What I do know is that you are a mirror that turns a bad day backwards” **. Y desde entonces pienso que a ese marco le hace falta un espejo.

Dos días más tarde, nos despedimos. Esta vez sin mentiras. Nadie prometió escribir. Nadie lloró como la otra vez. 

 

Año 4

No hemos hablado durante 2 años. 2 años de silencio matan cualquier tipo de amistad, por mucho que digan que los amigos de verdad son para siempre. Hasta el día que escribió para decir que venía a Madrid. Reconozco que no había pensado en si volveríamos a vernos. No es que lo hubiera descartado, simplemente ni me lo había planteado.

Esta vez no ha habido patada en el estómago al vernos. Es una especie de alivio egoísta: si no hay patada en el reencuentro, no hay patada en la despedida. Esta vez las fotos son más planas. Menos sentidas. Noto el estado de una relación con el tipo de fotos que hacemos.

 

Me cuenta todo lo que se ha movido en estos dos años: varias pasarelas, varias charlas, una startup. En comparación, me siento como un niño inmaduro que no sale de su zona de confort. La siento fluir en el mundo como una variable que se adapta sin parar, y yo me siento como una constante inflexible que adapta su alrededor. Como si yo aceptara que tengo que jugar con las piezas que tengo, y ella estuviera creando sus piezas continuamente.

Se va y no hay lloros, sólo sonrisas. Se va y sólo pienso en la primera foto que hicimos. Y en si dentro de 2 años volveré aquí escribiendo "Año 6".

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Traducción:

* - ¿Por qué eres tan jodidamente increíble? - No lo sé, supongo que se te pega de la gente.

** No sé quién soy, pero lo que sí sé es que tú eres un espejo que da la vuelta a un día horrible.

La inspiración escondida

En los últimos tiempos algo no anda bien. Noto una presión en la boca del estómago y a veces me cuesta respirar. Me siento desubicada. Llevo meses sin escribir en condiciones. Qué decir de las fotos. Me enfrento a la cámara y al papel con agobio, buscando algo que no llega; ¿dónde se ha escondido la inspiración? En mi cabeza no paro de escuchar: “tienes que escribir. Tienes que hacerlo”. Me pregunto cuándo las palabras dejaron de ser mi vía de escape y pasaron a ser una obligación. Me entristece ver que hasta las cosas más bonitas pierden la magia. Supongo que hoy estoy torcida y que por eso lo veo todo negro. 

Los celtas veneraban a los árboles porque son una poderosa fuente de energía. Hoy me gustaría hundirme en un bosque y dejar que la naturaleza me atrapara. Cierro los ojos. Me concentro e imagino. Y por unos minutos, consigo transportarme a un recuerdo de hace tiempo, en el que paseo entre árboles de color verde oscuro. Noto como la apatía se aleja un poco. Y a chispazos, aparecen en mi cerebro algunas frases que tienen cierto sentido. Cojo un boli y las pego en un papel. Hay que darse prisa, últimamente mi cabeza es una casa demasiado fría como para que las palabras quieran quedarse a vivir aquí.

Cuando menos me lo espero, aparecen cosas que me hacen continuar con la escritura. Son señales, estoy segura. Este proyecto es una de ellas y estoy feliz de poder participar en él.

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La ciudad y las plantas

Me he dado cuenta de que últimamente solo hago fotos con plantas. Mirando mis carretes en los últimos meses soy consciente de hasta que punto es una obsesión.

Paseo por mi barrio cámara en mano, tratando de encontrar la inspiración. Llevo demasiado tiempo sin salir de Madrid. La ciudad me agota, siento que se me escapa el tiempo entre coches y cemento, y gente cansada, y gente que va corriendo a todas partes. 

Pero ahí están las plantas. Las percibamos o no, ocupan cada rincón de la ciudad. Trepando a los edificios,  adornando balcones, sobreviviendo en las glorietas. Me gusta imaginar que un día su crecimiento se descontrola, que se atreven a saltar los límites que se han establecido para ellas, colonizando las aceras y las carreteras, formando una jungla urbana, extraña y salvaje en la que perderse. 

Las plantas no sólo hacen la ciudad  más habitable, la hacen soportable. Creo que para mi, fotografiarlas no es obsesivo, es terapéutico. Una vía de escape, algo que me recuerda que hay vida más allá del hormigón.

La pequeña pieza que cambió el paisaje

En nuestra sociedad hay elementos que se han ido colando  en nuestro paisaje cotidiano hasta transformarlo completamente. Es lo que tiene la civilización y el desarrollo de la tecnología: aparecen en nuestras vidas con una aparente funcionalidad muy concreta, con la promesa de hacer nuestra vida más fácil en determinado aspecto. Sin duda así es.

Lo que nos suele pillar por sorpresa siempre son los “efectos secundarios”, esos detalles aparentemente inofensivos que poco a poco van moldeando nuestro comportamiento de una manera inocente y sin pretensiones. Cuando elevamos un poco la perspectiva desde donde miramos caemos en la cuenta de que, sin comerlo ni beberlo, ya no “funcionamos” de la misma manera. Un goteo incesante ha horadado la piedra y ha cambiado cómo nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos.  

No pretendo hacer una arenga contra la tecnología en nuestra vida cotidiana. Ya somos mayorcitos para elegir cómo queremos utilizarla y para detectar, antes o después, sus riesgos y virtudes.

Solo pretendo observar el comportamiento humano. Y quiero hacerlo desde el sano ejercicio del ignorante: ¿qué habría entendido yo mismo si viera estas fotos hace 20 años? ¿entendería lo que están haciendo algunas de las personas que aparecen? ¿cómo un objeto puede transformar tanto todo nuestro concepto de la comunicación?, ¿está facilitando ese objeto siempre la comunicación?, ¿mostrar tu vida en redes sociales es el súmmum de la comunicación o es un nuevo concepto velado de exhibicionismo?. O la pregunta que aún a día de hoy sigo sin poder responderme... ¿por qué coño hay personas que no cesan de hacerse fotos a si mismos con poses forzadas?

Son situaciones cotidianas, gestos sin mayor trascendencia, que sin embargo han cambiado nuestra cosmovisión. ¿Podremos llegar a tragar y digerir semejante mordisco a la dichosa manzanita? Por lo que dicen, esto es solo el principio.

Las aclaraciones no deberían ser necesarias

Eso de tener en facebook a gente contraria a mis ideas me gusta, casi diría que me pone, porque cada vez que escriben me dinamitan la cabeza, porque pensaba que ese concepto ya estaba claro. 

Todo esto viene a la siguiente frase: ‘las mujeres que han cambiado el mundo no han tenido que mostrar otra cosa que su inteligencia’... Me hierve por dentro, leerla me enfada, lo veo tan obvio que me resulta difícil explicarlo, pero voy a hablar por mí y mis cercanas, esto es sólo experiencia propia.

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¿Acaso se me ha dejado mostrarla? ¿Acaso se me ha incitado a cuidarla? Pensadlo, desde pequeña he sido más valorada porque me crecieron rápido las tetas que por lo que pensaba, se me enseñó antes a estar físicamente que mentalmente, continuamente era regañada por no ser una señorita, nunca lo he sido, no forma parte de mí. Continuamente educada en cómo mi cuerpo debía estar, sin dejarle ser. Continuamente focalizada en la imagen de lo que debía ser. Pero ¿quién se preocupó en regañarme si no era lo suficiente curiosa? ¿Quién se preocupó en focalizarme en mi pensamiento, en educarlo?

Siempre que he tenido que exponerme a algo donde se iba a juzgar algunas de mis capacidades intelectuales, se me han dicho cosas como ¿vas a ir vestida así? Arréglate ¿no? Así no te van a tomar en serio, deberías ser mas formal, ve más recatada, vas demasiado ceñida, si quieres vamos a comprar algo.

¿Quién se preocupó por si mi discurso era el correcto? ¿O si era mejorable? ¿Quién me dió otras vías donde formarme?

Y me dejé llevar, no conscientemente, simplemente me lo creí, por ejemplo dejé de llevar escote porque con estas tetas ¿quién me va a escuchar, verdad? Me puse hasta vestidos, dejé de disfrutarme para analizarme, me abandoné a mí misma y seguí el discurso que se me pedía, abandonando así mi discurso mental, tenía bastante analizándome a mí, pero nadie se preocupó de eso.

Y ahora, que me he deshecho de todas esas frases, que están como censuradas por mi mente, aunque tristemente siga oyéndolas y ahora que no me da miedo; ¿queréis que desligue mi discurso de mi cuerpo? Lo siento pero no, mi cuerpo fue vuestra arma contra mí y ahora es la mía, ya no cuela más eso de que soy más cuanto menos muestro, ahora sé que soy igual de válida (al igual que todas mis compas) enseñe lo que enseñe, mi discurso no se vacía por la ropa que no lleve, mi carrera profesional no deja de ser profesional por la ropa que yo lleve.

Porque la valía no se encuentra en el exterior, se encuentra en lo que se es capaz de aportar en cada ámbito de la vida, en unos más y en otros menos, que tú no aceptes lo que hay por lo que ves, no es defecto mío aunque me lo hayas hecho comer en su día, esa mierda ya la he expulsado, ahora mi cuerpo es mi hogar y mi arma, para eso va a ser usado, solo por mí.

Y aquí mi bella @_strigoiaca_ haciendo magia.

Cuando se acabe el agua

Dicen que cuando el Tajo estaba crecido las aguas devoraban el Puente del Cardenal, ocultándolo bajo su manto. Hoy esa imagen es imposible de creer.

Es febrero y no ha llovido. Las orillas del río están surcadas por líneas que nos cuentan hasta qué altura llegó una vez. 

Y cómo cada año lleva menos y menos agua. 

Los pilares del Puente del Francés también dan cuenta de la debacle. Hace no mucho tiempo el agua los cubría casi por completo. Ahora, desnudos, muestran sus estrías. 

Sigue sin llover. El Tajo agoniza, ya no es ni sombra de lo que una vez fue. 

Buendía es un erial. Paseando por los lodos que antes cubría el Mar de Castilla vemos conchas incrustadas entre las grietas de una tierra cada vez más seca.

Los restos del embalse de Entrepeñas cuentan la misma historia. La tierra extraña un agua que nunca debió estar ahí. 

Sin darnos cuenta nos volvemos desierto, nos inunda la aridez. El horizonte no es desolador, es terrorífico. Y tú, ¿Qué harás cuando se acabe el agua?