Buscábamos días de calma, mínimos y pausados, como un corazón en reposo. Días de lluvia suave en los que las lágrimas se pudieran confundir con sonrisas.
Queríamos acompasar nuestra respiración al rumor de las olas para que nuestra exhalación se llevara todo aquello que pesa escondido en nuestros rincones.
Mirar, escuchar y callar….
Observar lo pequeño para tratar de achicarse uno mismo. Abrirse a su secreto mensaje de geometría universal.
Caminar sintiendo cada paso, como si fuera un juego de atención. La lluvia serena limpia aún más el aire. El follaje de alrededor nos cuida con un aroma a bosque húmedo. Miramos a nuestro alrededor, los sonidos llegan pausados y sin tropezarse entre sí.
Mirar, escuchar y callar…
Parar el mundo y escuchar al cuerpo… ¿qué me dice cada dolor, cada sensación?
Déjate mecer por la corriente. Déjate ondear por el viento insistente. Llegados a este punto ya no tenemos otros destinos. Un “aquí y ahora” es un horizonte válido y reconfortante.
Aquí, ahora, contigo.
Aquí, ahora, contigo.
Aquí, ahora, contigo.