La pequeña pieza que cambió el paisaje

En nuestra sociedad hay elementos que se han ido colando  en nuestro paisaje cotidiano hasta transformarlo completamente. Es lo que tiene la civilización y el desarrollo de la tecnología: aparecen en nuestras vidas con una aparente funcionalidad muy concreta, con la promesa de hacer nuestra vida más fácil en determinado aspecto. Sin duda así es.

Lo que nos suele pillar por sorpresa siempre son los “efectos secundarios”, esos detalles aparentemente inofensivos que poco a poco van moldeando nuestro comportamiento de una manera inocente y sin pretensiones. Cuando elevamos un poco la perspectiva desde donde miramos caemos en la cuenta de que, sin comerlo ni beberlo, ya no “funcionamos” de la misma manera. Un goteo incesante ha horadado la piedra y ha cambiado cómo nos relacionamos con el mundo y con nosotros mismos.  

No pretendo hacer una arenga contra la tecnología en nuestra vida cotidiana. Ya somos mayorcitos para elegir cómo queremos utilizarla y para detectar, antes o después, sus riesgos y virtudes.

Solo pretendo observar el comportamiento humano. Y quiero hacerlo desde el sano ejercicio del ignorante: ¿qué habría entendido yo mismo si viera estas fotos hace 20 años? ¿entendería lo que están haciendo algunas de las personas que aparecen? ¿cómo un objeto puede transformar tanto todo nuestro concepto de la comunicación?, ¿está facilitando ese objeto siempre la comunicación?, ¿mostrar tu vida en redes sociales es el súmmum de la comunicación o es un nuevo concepto velado de exhibicionismo?. O la pregunta que aún a día de hoy sigo sin poder responderme... ¿por qué coño hay personas que no cesan de hacerse fotos a si mismos con poses forzadas?

Son situaciones cotidianas, gestos sin mayor trascendencia, que sin embargo han cambiado nuestra cosmovisión. ¿Podremos llegar a tragar y digerir semejante mordisco a la dichosa manzanita? Por lo que dicen, esto es solo el principio.