En la vida hay cosas que son difíciles de vivir, pero son aún más difíciles de contar. Recuerdos que son cicatrices tan profundas que queman.
El tiempo va pasando y el dolor toma otras formas. Pasa de ser un monstruo que te amenaza en los momentos débiles a una sombra que te acompaña en todo momento. Ya no es mala, ya no da miedo. Está ahí, vive contigo, y lo hará para siempre.
Me ha costado mucho, y aún me cuesta, comprender que vivir con esa sombra le da otro sentido a las cosas. Que hay lugares a los que nunca volverás, pero hay otros a los que puedes volver siempre que quieras. Que el hogar no son esas cuatro paredes, las fotos, los libros, los objetos coleccionados a lo largo de una vida.
Ahora el hogar son estas tierras verdes, estas rocas. El cielo casi siempre nublado. Ese mar que a veces es cruel pero siempre es hermoso. También esas tierras del sur en las que siempre piensas cuando quieres huir.
Si el hogar es el sitio al que volver quiere decir que el hogar es infinito. Y eso nada te lo puede quitar, ni siquiera el tiempo.