Mensual

La desilusión hecha contenido

Compré un carrete muy caducado. Caducadísimo en 2007. Ya había disparado carretes de esa época y siempre me había encantado el resultado, así que por qué no probar uno de esos Agfacolor. Sólo había que dispararlo a ISO50.

Total, la vida está para experimentar. Llévatelo de vacaciones a un sitio que ya conoces. Y si no sale, tampoco te pierdes nada. Aggg, malditos pensamientos.

24 fotos después, me había hecho hasta ilusiones pensando lo que había encontrado por el camino. No me acordaba de lo pocho que podía estar. Y lo estaba.

¿Qué hacer con esa desilución? Pues lo que hace hoy en día todo el mundo: “crear contenido”.

PD: No compré uno sino dos y ahora no sé que hacer con el segundo.

Un hambre nueva

Ya desde pequeño a Rodrigo le gustaba observar a la gente en la calle mientras hacían sus cosas. Cómo se afanaban en lo cotidiano con esa marea de emociones que viene y va, día tras día. Les miraba con una curiosidad sana y tierna. 

Sólo le causaban rechazo los adolescentes, porque siempre iban con cara de tragar dolor a escondidas y merodeaban exhibiendo su pesar a plena luz del día, sin pudor alguno. Se les notaba a la legua que eran apátridas en tierra nueva, nostálgicos perdidos expulsados de algún lugar para el que no encontraban camino de regreso. Para colmo, cuando se cruzaba con alguno, siempre le miraban a los ojos  envidiando su candidez. 

Percibía cierta advertencia en esas miradas. 

Años más tarde entendió que le estaban diciendo que corriera, que huyese. No por amenaza sino por advertencia. Lógicamente Rodrigo no entendió realmente la trascendencia de esos mensajes hasta que ya fue demasiado tarde y se dio de bruces con los 14 años. Después pasó a engrosar la fila de criaturas púberes que se arrastraban por las calles advirtiendo a chiquillos con sus ojos desorbitados. Nada nuevo bajo el sol. 

Para colmo y alevosía, a los 15 comenzó a leer algunos clásicos como Penas del joven Werther o El lobo estepario. Como no podía ser de otra manera, ese egocentrismo juvenil característico que sitúa a todo adolescente por encima del bien y del mal lo empujaba a mirar al mundo con más hastío y desdeño todavía. En realidad tanto rechazo al entorno no era más un caparazoncito de concha blanda, pero la cuestión es que Rodrigo se lo creyó a pies juntillas. 

Afortunadamente fue otro libro el que le hizo dar un giro inesperado y volver a mirar a la gente con ternura: "Lestat el vampiro". Un día, leyendo en un banco de una concurrida calle, empezó a mirar a la gente y comenzó a asombrarse por la belleza que desprendían desde su anonimato e ignorancia de sí mismos.

Se le despertó un nuevo tipo de hambre. Un hambre de vida. Se dio cuenta de que rondar a la gente desde la ternura y la fascinación le nutría y reconciliaba. Era como contemplar un juguete único, antiquísimo y frágil. Era precisamente esa fragilidad lo que más maravillaba a Rodrigo. 

Pasó también de querer salir en todas las fotos familiares, a ser quien las hiciera. Con la fotografía encontró una manera fácil de acercarse a la gente, de rondarla y admirarla, de gruñirla de hambre, de dejarse seducir.

El mes del reposo

Pensando en lo que voy a escribir en este post, compruebo, no sin tristeza, que este año no he hecho ni una foto analógica. Ni una. No puedo creer que hayan pasado más de ocho meses desde que abrí un carrete y lo cargué en la cámara. Pienso en qué ha podido pasar(me). Y me excuso diciendo en alto que en 2024 el tiempo ha volado y me ha traído hasta aquí sin darme cuenta.

Agosto es un buen mes para hacer propósitos de curso nuevo. Los escribo despacito, sin cansarme, porque agosto también es el mes del reposo, en el que una toma fuerzas. Y mi lista, que aún no está completa, dice:

  • Hacer más fotos analógicas.

  • Utilizar las fotos analógicas como base para crear cosas nuevas.

  • Usar menos el móvil.

  • Mirar más y mejor.

  • Recuperar fotos que se han quedado guardadas en una carpeta de mi disco duro.

Veladuras contra el tedio

Se veía venir, lo reconozco. Mi pequeña Olympus LT-1 lleva mucho trote, me ha acompañado en todos mis viajes desde hace cuatro años, ha estado en playas, en montañas, en festivales… fiel compañera, cuánto me has dado. No puedo reprocharte, porque es culpa de mi falta de cuidado, que el arrastre automático ya no te funcione y me las tenga que ver y desear para rebobinar los carretes a oscuras.

Reconozco también que me gusta jugar y tampoco soy especialmente cuidadosa buscando la total oscuridad en el proceso. Y así, tengo mis dos últimos carretes velados. No totalmente velados, sí lo justo para que algunas fotos sean un borrón de luz y figuras indistinguibles, pero también lo justo para que muchas fotos tengan esa magia de lo impredecible que las hace únicas.

De vuelta al tedio de la rutina esas veladuras me devuelven la energía de vivir, porque lo digo siempre, para esto sigo disparando en analógico, para ver un poco el mundo arder, aunque sea a través de una fuga de luz.

Se nota

-Hoy no me he peinado

-Se nota

-Y tú, ¿Te has peinado hoy?

-Claro, me han peinado esta mañana.

-Se nota

De las pocas fotos de mi infancia  que hay en casa de mi abuela se puede observar la cantidad de peinados horteras propios de los 90s que me hacía. “Tothom em parava pel carrer del cabell que tenies” y no me extraña, la verdad. Ya más adelante, en la primaria, tengo recuerdos de peinarla yo a ella, pero no con gusto sinó como un acto perverso de venganza. Entonces yo decía que iba a ser peluquera muy firmemente.

Hoy ni soy peluquera, a duras penas me peino y llevo años intentando aprender a hacerme unas trenzas boxeadoras sin éxito aunque ya da igual porque me he cortado el pelo como Lord Farquaad y además ya no nos podremos volver a peinar la una a la otra.

Invocando a las garzas

Llevamos 2 días viviendo en el paraíso: una casa estupenda, en una isla increíble y un tiempo inmejorable. En la habitación, había una bañera en mitad. No la estábamos usando y me daba rabia dejarla desaprovechada. Fue la primera vez que he buscado una foto seria usándome de modelo. Retorciendome en la bañera, con el disparador, buscaba algo aceptable.

Hasta que junto a la bañera me fije en los flamencos.

Día 3. 7:15 de la mañana. Un pájaro había cantado todos los días sobre nuestra cabaña alegrándose de que salía el sol. Nosotros no tanto. El tercer día, completamente enajenado, decido que por lo menos voy a dispararle figuradamente con la cámara. Allí estaba, el pequeño mal nacido, tan contento. Esa foto está en este otro post, pero la historia continúa. Había salido tan rápido que no llevaba calzado.

7:30 de la mañana, seguramente ya he despertado a mis compañeros de habitación, pero no quiero volver y cerciorarme de ellos. Así que descalzo, porque sólo me habría preocupado de coger la cámara, decido hacer tiempo en la playa.

Y aquí estaba ella:

No soy supersticioso, pero benditas casualidades. Como si lo hubiera invocado, había pasado de fotografía una “garza”, a tenerla delante.

Marea baja, mar en calma. Durante más de media hora caminamos en paralelo vigilándonos. Cuando emprendió su camino de vuelta, yo emprendí el mío hacia casa.

14 horas después, con un par de micheladas en el cuerpo, les dije a mis compañeros que me apetecía un rato mirando las estrellas. Y allí estaba esperándome.

Es de esos momentos en los que me alegro de llevar siempre una cámara conmigo.

Donde los recuerdos se desvanecen

Un ser de verano

Vengo aquí con poca inspiración pero con ganas de enseñar algunas fotos. Por eso, le pido amablemente a Chat GPT que me dé ideas para un texto sobre el frío y el hielo. La máquina se pone a hacer una disertación sobre el origen de los glaciares y yo me aburro soberanamente después de leer las dos primeras frases. Así que decido no copiar nada y escribir sobre cómo me siento ahora mismo.

Me siento nerviosa por todo lo que está pasando y todo lo que queda por pasar. Me siento a gusto en casa, porque miro al horizonte y veo dos gatos dormitando en el sofá. Me siento frustrada con Chat GPT y contenta con las fotos que hice en Argentina. Me siento con ganas de escribir sobre mi relación con el hielo.

Yo antes era una mujer de frío y según me he ido haciendo mayor me he convertido en un ser de verano —no, no soy fan de los cuarenta grados de Madrid en agosto, lo que me gustan son los julios de Estepona, con sus noches llenas de viento fresco—. Aún así, el hielo tiene algo que me hipnotiza, todavía más cuando tiene un tamaño descomunal, grande como una isla, enorme como un océano.

Cosiendo pensamientos

Conduzco por la carretera. Carretera que no conozco. Conozco solo el coche. Coche que es mi refugio. Refugio de la lluvia. Lluvia que no cesa. Cesa el ruido. Ruido que me aturde. Aturde la niebla. Niebla que me envuelve. Envuelve el frío. Frío que me cala. Cala el vacío. Vacío que me llena. Llena la cámara. Cámara que es mi arma. Arma que dispara. Dispara fotos. Fotos que no veo. Veo solo el camino. Camino que no tiene fin. Fin que no espero. Espero solo el olvido. Olvido que no llega. Llega el cruce. Cruce que no elijo. Elijo solo seguir. Seguir conduciendo. Conduciendo hasta el final. Final que no sé. Sé solo que hago la última foto. Foto que no me importa. Importa solo el instante. Instante que se acaba.... 

El niño miraba atentamente a su padre. Conducía mirando fijamente la carretera pero tenía los ojos perdidos. A veces hacía fotos a través del cristal, sin parar de conducir. Disparaba la cámara como si al hacerlo fuera capaz de gruñir al oído de lo que fotografiaba.

... Cesa el ruido. Ruido del motor. Motor que avanza. Avanza sin rumbo. Rumbo incierto. Incierto destino. Destino desconocido. Desconocido pero decidido. Decidido a seguir. Seguir adelante. Adelante, sin parar. Parar el tiempo. Tiempo que se escapa. Escapa entre los dedos. Dedos fríos en el volante. Volante que guía. Guía mi camino. Camino sin fin. Fin incierto. Incierto futuro. Futuro desconocido. Desconocido pero no temido. Temido solo el vacío. Vacío que me llena. Llena la mente. Mente confusa. Confusa pero firme. Firme en mi camino. Camino que continua. Continua sin final. Final que no importa. Importa el viaje. Viaje interminable. Interminable como esta carretera. Carretera que se desvanece. Desvanece en la noche. Noche eterna. Eterna como mis pensamientos. Pensamientos que van y vienen. Vienen y se van. Se van como las luces. Luces que parpadean. Parpadean en la distancia. Distancia que se acorta. Acorta mi respiración. Respiración agitada. Agitada pero decidida. Decidida a seguir. Seguir adelante.

El niño miraba a su padre. Estaba raro. El padre miraba de vez en cuando a su hijo y sonreía. Pero seguía estando raro. Al cabo de un rato decidió despreocuparse y quedarse dormido.

A fin de cuentas estaba con su padre. Fuera estaba lloviendo y hacía frío. Pero él estaba con su padre. No había nada de qué preocuparse.