Mensual

Estas piedras

Ya son muchos años fotografiando estas piedas. Piedras que dan calor y que son casa.

Alguien antes que yo las fotografió, con la misma cámara, con la misma admiración.

Esta luz calienta la piel y calienta el alma.

Septiembre tras septiembre estas piedras, este agua y esta luz me abrazan y me susurran: no estás sola, estoy contigo.

Welcome to a new world

Imagine a world where computers can imagine. Imagine a world where you don’t have to master your brushes to give form to your ideas. A world where you can tell computers how you feel, and they tell you how it looks like. This is where dreams come true.

How does this work? You tell /imagine to a computer and it replies. Isn’t it magic?

/imagine. This is how Midjourney dreams. This is how humans sparkled the change.

París no se acaba nunca

Qué emoción Paris.

He estado en esta ciudad unas cuantas veces pero siempre me agita un poco el corazón cuando ese amasijo de hierros gigante que es la Torre Eiffel aparece ante mis ojos. Qué emoción caminar mirando a los balcones, los neones de los estancos, las terrazas de los cafés, sin fijarte ni donde pisas.

Qué liberación llevar cargado en la cámara un carrete caducado hace veintipico años. Igual no sale nada, y qué. Quien necesita más fotos de París. Me despreocupo completamente de escudriñar cada escena callejera, de agudizar el ojo buscando la captura perfecta, para qué, si es posible que no salga nada. Hago las fotos que me apetecen, me da igual si son típicas, si total, igual no sale nada.

Al final han salido todas. Los irreales tonos azulados me hacen pensar en la utopía que es ser turista en una ciudad.

Y además, qué emoción un carrete caducado.

Todas las cosas que me gustan

A veces se me olvida lo mucho que me gusta escribir. El poder inventarme cualquier historia y soltarla al aire y que nadie sepa si lo que estoy contando ha pasado realmente. La vida, como los párrafos que escribimos, es un cúmulo de cosas que vamos percibiendo y cada una la interpretamos de una forma, así que nunca hay una verdad absoluta e irreparable.

A veces se me olvida lo mucho que me gusta el hormigón y ver y escuchar el mar en una playa donde apenas hay gente, lo mucho que me inspiran los días de lluvia y la sensación que me genera el entrar en una librería, vaya o no a comprarme nada.

A veces se me olvida que existe la cerveza y las terrazas al sol y la sesión de por las mañanas en el cine. A veces se me olvida que tengo amigas que me sostienen.

A veces, cuando me siento tan sola y me pregunto por qué estamos vivas, olvido agarrarme a todas esas cosas que me hacen sentir bien, que en realidad son muchas y que —por suerte— casi todas están al alcance de mi mano.

Una polilla exhausta

David llevaba ya varios meses febril. Lo que empezó como una simple atracción por una chica de su clase acabó convirtiéndose en un amor que lo consumía. Apenas había hablado con ella, no podía decir que la conocía, y sin embargo no podía quitársela de la cabeza. En sus dieciséis años de vida no le había dado nunca un enamoramiento  tan fuerte.

"¡Pero si no la conozco! ¿cómo puedo estar tan enamorado de ella? ¿cómo puedo ser tan superficial?" se fustigaba a sí mismo.

Al inicio de curso habían intercambiado amablemente alguna palabra, pero en algún momento dado, y de un día para otro, dejó de hablarle sin motivo. Empezó a mostrarse esquiva y simplemente cordial. 

El dolor del anhelo le florecía y poblaba su pecho, y con esta inspiración David empezó a desconfiar de lo "bello" y de lo "cómodo", de lo "mundano". Empezó a disfrutar del hambre y del dolor, como forma de honrar a ese amor no correspondido. Dejó de beber alcohol con los colegas, y las tardes de los viernes se las pasaba sentado en un banco, con la mirada perdida en el cielo y descifrando los mensajes ocultos que las nubes le mandaban.

El sentido de las cosas fue perdiendo su color y poco a poco fue consagrando su pensamiento a ella y al amor que le lavaba el alma. Coincidía que, como encargo de la clase de literatura, estaba leyendo El Quijote y eso le marcó de por vida. Reconocía ese ideal caballeresco del amor en su propia experiencia y lo asumió sin complejos.

 Cuando llegaban los fines de semana sufría más aún ¡porque no podía ni siquiera coincidir con ella en el instituto para mirarla al menos algunos minutos a hurtadillas!.  Para qué hablar de los festivos y los puentes: ¡habían pasado a ser una tragedia! 

No sabía dónde vivía ella exactamente, pero conocía su barrio. Empezó dar paseos sólo, con la excusa de despejarse la cabeza. Pero sin saber cómo, acababa aproximándose a las calles en las que intuía que podría estar su casa. Acabó "paseando" varias veces por semana, a diferentes horas para propiciar el fortuito encuentro, hasta que finalmente sucedió. Coincidieron en el paso de cebra de una calle ancha. Sólo  duró lo que tardaron en cruzar juntos el paso de peatones, no más. Bastó para que a David le empezara a sangrar la nariz de la subida de tensión que tuvo al verla de repente. Después de aquella experiencia, y con la certeza inequívoca de los ludópatas aficionados con las tragaperras, comenzó a frecuentar aún más las calles aferrándose a la ridícula probabilidad de volver a cruzarse. 

Por las noches, mientras dormía, David soñaba a menudo que salía nuevamente a recorrer las calles. En sus sueños le acompañaba su padre y siempre era de noche, tarde. Las calles estaban desiertas. Ni un alma las recorría: ni coches, tiendas abiertas, ni escaparates encendidos. Sólo las farolas alumbrando el suelo húmedo tras la lluvia. Las farolas y las polillas, que constantemente aporreaban en su vuelo el cristal de la farola. Al igual que David, no cesaban en su empeño. Una tras otra chocaban y caían aturdidas para remontar el vuelo al momento. 

David las miraba fijamente, atónito, reconociéndose. Las polillas confundían la farola con la luna y persistían en su error hasta que, exhaustas, les costaba la vida. 

Sigue el camino de pintura azul

En las escaleras del Reina Sofia hay un hilo de pintura azul. Recorre las 4 plantas, que saben a 8 cuándo las subes. Nadie sabe a dónde van, o de dónde vienen. ¿Es un cubo de pintura que fue goteando sin querer todo el camino? ¿Es una performance? El siglo XX fue un siglo muy loco con el arte y ya no me fio.

¿Está en todas las escaleras? ¿Por qué azul? ¿Qué han pintado? Si todas las paredes son blancas. ¿Despidieron a la persona que lo manchó? ¿O la ascendieron porque ahora estamos todos preguntándonos si esto es arte? Si lo sacas del museo, ¿es arte?

Las fiestas de pueblo

Hace calor.

Hace calor y una ligera brisa de aire recorre mi piel estremeciéndose más que cualquier contacto humano.
No me gusta el verano, pero son las fiestas del pueblo.

La familia, el barullo.
Una cama que rechina.
Los pintores llenando el pueblo con su arte.
Los churros de chocolate blanco.
Huir a la cama. La siesta de antes de comer. 
Estar a la fresca con el cobijo del olivo.
Las comilonas.
El vermut.
La segunda siesta del día. 
Las tormentas de verano. Tus rizos mojados. 
Jugar que estamos en una película apocalíptica con los niños. Tú no pasarias del primer capitulo (no lo digo yo, lo dicen ellos)
¿Dónde está el atardecer que me había prometido el señor del tiempo? 
Huir un rato de los niños y que nos dure la paz 5 minutos.
Contar historias de miedo a la luz de una linterna. 
Dormirme antes de que empiece la fiesta. Lo sé, no tengo excusa.

Madrugar mucho. 
Ver salir el Sol mientras nos (te) devoran los mosquitos. 
Bañarnos en Borredà y acabar desnudos. A esto huele la libertad.
Hablar sobre cómo echo de menos el mar y la sal en tu pelo.
Más vermut,
más comilonas
y más siestas.

La vuelta a casa.
Hora dorada en el bus. 
Tu mirada cansada. 

Esto iba a ser una balada triste de verano y ha acabado siendo una oda al pueblo y la familia. Era lo que nos merecíamos, ¿verdad?

Cerrando el círculo

2020 fue un año muy duro para todos. No quiero volver a poner las famosas siglas de 5 letras aquí otra vez porque esto va de pasar página.

En febrero de ese año, cogí mi último vuelo en 2 años y medio. Fue la última vez que salí de la península. La suerte me llevó a pasar los últimos días fuera de casa despertándome frente al mar. Para nada pensaba que me pasaría los 2 meses siguientes encerrado en casa. Que no volvería a pisar un aeropuerto en varios años. Ni que explotaría un volcán en el último recuerdo bonito que guardaba del mundo de antes.

Así que ahora, en 2022, cuando parece que empezamos a dejar todo eso atrás, sentía que necesitaba volver. No tengo claro si es una despedida de todo lo que tuvimos antes, o una bienvenida a lo que viene ahora.

Este número de Vemödalen para mí son 3. He rescatado las 3 publicaciones que salieron de aquel viaje y he buscado como las haría hoy. 2 años y medio después, en un mundo nuevo, siendo un nuevo yo.

Cactus, conejos y otros recuerdos

En aquellos paseos que nos dimos aquel verano, te hablé de mis recuerdos de infancia y de cosas que no le había contado a nadie. No sé por qué me fié de ti, algo debí de ver en tus ojos que me provocó una confianza ciega, pero ya sabemos que yo tiendo a equivocarme, que siempre le acabo dando el poder de hacerme daño a personas que no se lo merecen. Lo peor de todo es que en aquellos paseos te hablé de muchos sitios en los que siempre me había sentido a salvo y cuando después se complicaron las cosas, esos lugares dejaron de tener sentido, porque tú podías encontrarme en ellos. Ya no volveré a ver a los conejos ni podré esconderme entre los cactus.

Todo sea por el romanticismo

- Son tres horas y media de viaje por una carretera que es un erial. Con 40 grados y cargados hasta arriba. Durmiendo en el suelo en una tienda de campaña. Si vamos en moto será solo por el romanticismo.

- Me has convencido. Todo sea por el romanticismo.