They are not, but some places just feel like home. I told you one year ago, and I will tell you again soon.
Shot with a Zeiss 50mm and a Santa100. Not quite happy with the shadows, but still <3
They are not, but some places just feel like home. I told you one year ago, and I will tell you again soon.
Shot with a Zeiss 50mm and a Santa100. Not quite happy with the shadows, but still <3
He cogido un lápiz y he empezado a marcar en el mapa de esta ciudad la trayectoria de todos los sitios en los que estuvimos juntos. El dibujo resultante es una serpiente larga y sinuosa, un laberinto enredado de lugares oscuros y malolientes. Te recuerdo siempre de noche, como si no hubiéramos coincidido ninguna mañana, como si estuvieras asociado a las estrellas y a las noches de calor. Y al reducir tu recuerdo a un trazo vacilante en un mapa de papel todo se vuelve más ligero, más brillante, menos doloroso. Bucear en la memoria siempre ha sido y será una de mis actividades favoritas.
Hay palabras que se sienten un poco huérfanas de imágenes. Apetece contar algo y uno no se sabe qué exactamente.
Rescatando fotos de hace la tira de años me encuentro con estos juegos de superposición. Fotografiar reflejos era mi primera manera de romper el hielo antes de sentirme preparado para disparar a alguien en su cara. Y siempre me gustó esos espacios improvisados y espontáneos que se crean a base de unir dos escenarios en una sola superficie. Tienen algo que a priori cuesta explicar y por ello te quedas con la mirada perdida, sin observar nada concreto y descansando los ojos.
La foto la completas tú cuando, con un sutil bizqueo, separas lo que ves con tu ojo izquierdo de tu ojo derecho, añadiendo un plano más.
Hoy no me siento especialmente narrador, así que callo y dejo que estas imágenes se queden un poco huérfanas de palabras.
- Este tren va a Roma
- ¿Cómo va a ir a Roma?
- Mira, destino Roma.
- ¿Y cómo cruza el mar?
Nos quedamos pensando un rato. Por la ventana del tren el agua brilla como una piedra preciosa. Hemos cogido el tren sin desayunar, algo resacosas tras una noche de recorrer Palermo de arriba a abajo, Campari Spitz en mano.
La mujer del asiento de en frente saca de una de sus múltiples bolsas una bolsa de panecillos. Observamos la maniobra como dos perrillos hambrientos. La mujer debe ser consiente porque insiste en ofrecernos uno de esos panecillos. Lo rechazamos de primeras, por cortesía, porque en el fondo nos morimos por probarlos. Ella insiste y acabamos aceptando.
El panecillo sabe a gloria y la amabilidad de esta mujer siciliana nos llena el corazón.
- Pregúntale como llega el barco a Roma.
- Me muero de vergüenza. Habrá un túnel o un puente. Va a pensar que somos idiotas.
El tren va llegando a nuestra parada e intercambiamos una pequeña conversación con la mujer de los panecillos. Antes de bajarnos me atrevo a preguntarle.
- Suben el tren a un ferry. Un ferry con una vía de tren dentro - contesta con total normalidad.
Qué milagro la ingeniería, qué milagro la amabilidad de algunos desconocidos.
Qué milagro pasar un miércoles de octubre con tu amiga, bañadas por el Tirreno.
El plan perfecto: una escapada a Almería y una cámara de juguete. Concretamente una Werlisa Safari con una pegatina de Indiana Jones rescatada de las profundidades de Wallapop.
He hablado aquí muchas veces de lo que me gusta jugar a ver qué pasa, disparar libre de previsiones, sin buscar un resultado concreto, sin siquiera saber a ciencia cierta si habrá resultado alguno o estaré tirando un carrete a la basura (cosa cada vez más dolorosa, dado lo prohibitivo que se ha puesto disparar en analógico).
Cuando tiro un carrete a mi me pasa una cosa curiosa. Al revelar mis fotografías, percibo no solamente un recuerdo de la imagen fotografiada, del trocito de paisaje, de la escena o del momento, sino también un recuerdo del instante en el que tomo la fotografía. De las sensaciones, de lo que me rodea, de lo que está delante de la cámara pero también de todo lo demás. Quizá sea precisamente esa incertidumbre del “qué va a salir” la que se fija en la memoria, esa pequeña expectativa.
¿Y cuando no sale nada? A mi me ocurre que al menos queda esa reminiscencia, la foto que pudo haber sido y nunca fue, esa foto que solo existe en un recuerdo. Esa foto se queda en tu cabeza y sólo puedes verla tú. Y no es una foto plana, en 2 dimensiones. Es una fotoenvolvente, tridimensional, que huele, que se puede tocar, que se mueve. Una foto mágica.
Afortunadamente la pequeña Werlisa Indiana Jones se portó mejor de lo esperado y estas fotos se han materializado, pero me encantaría un día poder mostraros todas las fotos que nunca fueron.
Cuando me pongo delante de una cámara a posar el tiempo parece que se detiene y a la vez pasa rápido. Es algo terapéutico, puedo ser cualquier personaje y a la vez dar distintas partes de mi.
Estar ante la cámara lo veo algo liberador y a la vez se va forjando una conexión en ese instante con quién aprieta el botón.
Sin duda alguna estar delante de una lente me ha cambiado en muchos aspectos de mi vida.
Y realmente recomendaría a cualquier persona hacer la prueba. Contratar una sesión o que sus amigos les saquen fotos, eso tan sencillo se vuelve increíble y podrán ver más allá de la imagen. De lo bello y no bello, su alma.
Irene Heiwa
Eso que dicen de que al lugar en el que has sido feliz es mejor no volver me parece una mierda. Yo creo que a ese sitio del que almacenas solo buenos recuerdos tienes que ir una y otra vez, para que te pasen más cosas buenas y otras no tan buenas y puedas pensar en ese lugar sin melancolía, sin idealizarlo, sin acordarte solo de lo positivo. Para que ese sitio sea, no solo una cosa increíble de tu pasado, sino algo continuo, permanente, un espacio que, a base de pisarlo, se acaba convirtiendo en una casa.
Londres fue mi casa durante un año y sigue siendo mi casa ahora, aunque solo vaya un fin de semana al año. Esta será siempre una de mis muchas ciudades.
Cuando me pediste dejar de vivir juntos y terminar la relación vi la oportunidad de dejar Madrid y buscarme la vida en el norte, en la zona más recóndita del Pirineo. Hace ya 7 años de ello y nunca me he arrepentido.
Los primeros años fueron duros, como no podía ser de otra manera. Aprender a vivir sin ti no formaba parte de mis planes, pero a base de silencio, de abrazar árboles y del intenso verde que me rodea acabé podando todas las zarzas que llenaron tu ausencia.
Sólo me visitas ocasionalmente en sueños y no los entiendo. En ellos todavía me rompo de dolor al querer abrazarte y sentirte distante e indiferente. Se apodera de mi un apego a tu persona que anula mi sensación de valía propia. Literalmente es sentir que sin ti no merece la pena la vida.
Curioso, porque es algo que nunca sentí cuando estábamos juntos.
Al despertarme, asustado por ese secuestro de emociones, todo se diluye al momento sin que me de tiempo a analizar nada. Las imágenes acontecidas quedan pero todo el dolor desaparece. Recupero el sentido común de inmediato y toda la agonía previa parece un sinsentido, una soberana estupidez...
¿Qué tengo que aprender de esos sueños? Si no me acuerdo de ti durante meses ¿por qué me visita tu fantasma de esa forma?
Los días siguientes a esas noches procuro pasear más tiempo entre el verdor de los árboles. Deben quedarme espinas pendientes de podar en ese hueco que dejaste.