Las fotos que nunca fueron

El plan perfecto: una escapada a Almería y una cámara de juguete. Concretamente una Werlisa Safari con una pegatina de Indiana Jones rescatada de las profundidades de Wallapop.

He hablado aquí muchas veces de lo que me gusta jugar a ver qué pasa, disparar libre de previsiones, sin buscar un resultado concreto, sin siquiera saber a ciencia cierta si habrá resultado alguno o estaré tirando un carrete a la basura (cosa cada vez más dolorosa, dado lo prohibitivo que se ha puesto disparar en analógico).

Cuando tiro un carrete a mi me pasa una cosa curiosa. Al revelar mis fotografías, percibo no solamente un recuerdo de la imagen fotografiada, del trocito de paisaje, de la escena o del momento, sino también un recuerdo del instante en el que tomo la fotografía. De las sensaciones, de lo que me rodea, de lo que está delante de la cámara pero también de todo lo demás. Quizá sea precisamente esa incertidumbre del “qué va a salir” la que se fija en la memoria, esa pequeña expectativa.

¿Y cuando no sale nada? A mi me ocurre que al menos queda esa reminiscencia, la foto que pudo haber sido y nunca fue, esa foto que solo existe en un recuerdo. Esa foto se queda en tu cabeza y sólo puedes verla tú. Y no es una foto plana, en 2 dimensiones. Es una fotoenvolvente, tridimensional, que huele, que se puede tocar, que se mueve. Una foto mágica.

Afortunadamente la pequeña Werlisa Indiana Jones se portó mejor de lo esperado y estas fotos se han materializado, pero me encantaría un día poder mostraros todas las fotos que nunca fueron.