- Este tren va a Roma
- ¿Cómo va a ir a Roma?
- Mira, destino Roma.
- ¿Y cómo cruza el mar?
Nos quedamos pensando un rato. Por la ventana del tren el agua brilla como una piedra preciosa. Hemos cogido el tren sin desayunar, algo resacosas tras una noche de recorrer Palermo de arriba a abajo, Campari Spitz en mano.
La mujer del asiento de en frente saca de una de sus múltiples bolsas una bolsa de panecillos. Observamos la maniobra como dos perrillos hambrientos. La mujer debe ser consiente porque insiste en ofrecernos uno de esos panecillos. Lo rechazamos de primeras, por cortesía, porque en el fondo nos morimos por probarlos. Ella insiste y acabamos aceptando.
El panecillo sabe a gloria y la amabilidad de esta mujer siciliana nos llena el corazón.
- Pregúntale como llega el barco a Roma.
- Me muero de vergüenza. Habrá un túnel o un puente. Va a pensar que somos idiotas.
El tren va llegando a nuestra parada e intercambiamos una pequeña conversación con la mujer de los panecillos. Antes de bajarnos me atrevo a preguntarle.
- Suben el tren a un ferry. Un ferry con una vía de tren dentro - contesta con total normalidad.
Qué milagro la ingeniería, qué milagro la amabilidad de algunos desconocidos.
Qué milagro pasar un miércoles de octubre con tu amiga, bañadas por el Tirreno.