Vivir entre químicos

Empecé tarde con esto de la fotografía analógica. En 2016. Ya tenía el virus de la fotografía metido hasta dentro. Siempre he sido muy pro-tecnología, y por tanto, muy anti-carrete: obsoleto totalmente, más caro de consumir en el día a día, más lento, no lo puedo editar en el ordenador, otros ven mis fotos antes que yo, ...

No entendía por qué la gente seguía utilizando película. Ay, hipsters.

Pero encontré una excusa. ¿Qué eso del formato medio que es más grande que el 35mm? ¿Merece la pena? Así que lo empecé como todo lo que empiezo: a lo bestia y sin tener mucha idea. Le robé una formato medio de 2 toneladas a mi tío porque, si iba a probar el analógico, había que probarlo a lo difícil. Y a lo caro.  

Dos años después, tengo 5 cámaras analógicas y la mayor parte de mi producción de 2018 ha sido en carrete. Hay 2 ampliadoras y una pila de cubetas y químicos en el cuarto de atrás. 

Acabáis de ver una fila por cada cámara. Si a menos alguna no os parece maravillosa, no puedo convenceros de que los probéis :)

Escribo esto hoy porque ayer tuve una charla sobre fotografía con unos alumnos de una escuela de idioma. Me preguntaron que qué medio prefería. Para trabajo personal, el analógico. Porque tienes 36 disparos, o menos, porque todos cuentan. Porque dedicas más trabajo a la interacción personal. Porque son equipos baratos que demuestran que con poco se puede hacer mucho.

Porque para currar, ya tengo el digital.

 

Dos veces sencillo

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Lo que más me gusta de la danza y la fotografía es que parezca sencillo. Como un post de dos líneas. Como una sesión con un fondo blanco y una bailarina en medio.

Parece sencillo, ¿no?

PD: Gracias Paula.

Costabravismo

Tras nueve horas de carretera ya empieza a oler a mar.

La arena es dura, el agua clara. Ya estamos aquí. Ya es verano.

Las sombrillas, las toallas. Los barcos, la luna. Las calles empedradas, las flores en las ventanas. Hay una fiesta en el pueblo. 

La sal en el pelo. La sal en la piel. Las frutas del mercado. Los señores jugando a las cartas en el Café. 

Tanta gente se enamora de estos pueblos. Vuelven cada año, a desconectar del mundo. A este oasis donde el tiempo corre de otra manera. 

A mi también me gustaría volver. Ser como estas señoras que vienen desde hace treinta años. Que conocen todo lo que pasa por aquí. Hoy hay sardanas en la plaza. Mañana tenéis que subir a ver el faro.

Último desayuno. El viaje es largo. 

Nos gustaría quedarnos pero prometemos volver. Prometemos volver cada año, para descansar de la vida. Para conectar con la vida, más bien.

El barrio es ¿nuestro?

Últimamente he paseado mucho por Vallecas. No es algo que quería hacer, sino que me han medio obligado. Lo que más me llama la atención es ese tufillo a decadencia que hay en ciertas zonas.  Como en todos los barrios de la periferia, dirás. No. No siento ese abandono en mi barrio, Canillejas, no lo siento en Moratalaz, ni en Aluche. Es como si se hubieran rendido.

Así que este proyecto que no quería hacer, en un barrio que no quería conocer, se ha convertido en un pequeño fotolibro, en cuyo original hay una errata garrafal porque yo también me rendí con el proyecto. Me ha parecido tan apropiado que, tras otro intento fallido de corregirlo, así se ha quedado impreso.

Lo que veis aquí es una versión digital del original. Está impreso en un cuaderno comprado en una tienda que iba a cerrar en el barrio. Por eso veis la cuadrícula.

El nombre viene de una escultura del colectivo Todo por la Praxis que pretende dar visibilidad precisamente a este movimiento. Instalada en el parque de Palomeras Bajas, sólo tenía permiso para ocupar ese espacio 3 meses y luego hubo que luchar para conseguirle un emplazamiento fijo. Como si alguien no quisiera que eso estuviera allí. Hecha de ladrillo, un material tan poco noble, tan de Vallecas, tan como el cuaderno que se merecía llevar ese título.

El cuaderno es un recorrido por las tiendas tapiadas del barrio y por los centro comerciales abierto de par en par que han barrio algunos de esos negocios.

Así que sí. El barrio es nuestro. Pero todo, ¿o sólo lo que nos dejan?

Basilia

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Basilia abrió la puerta de su casa y dijo en alto: "ya he vuelto". Dejó el bastón apoyado en la pared y tiró del carro de la compra para arrastrarlo hasta la cocina. La ventana del pasillo estaba medio abierta y se asomó para ver qué hacía el vecino de enfrente. Ni rastro de él. Volvió a la cocina para colocar en la encimera la barra de pan y el jamón york que había comprado. "Tanto carro para esto. Podía haber cogido una bolsa", murmuró. Pero la realidad es que no podía. Le dolían tanto los huesos que cualquier peso de más colgando de sus manos era un suplicio. Con paso lento anduvo hasta el salón y se sentó en el sillón. Fijó la vista en el armario de madera con vidrieras de cristal donde guardaba vasos, copas y cubertería como para una boda. Tenían una capa de polvo de un par de centímetros de grosor. Escuchó en su cabeza la voz de Fernando diciendo: "Pero Basilia, para qué guardas tantas cosas, si nunca las utilizamos". 

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Un soplo de aire con olor a verano entró por la ventana y le dio en la cara, trayéndole recuerdos que creía perdidos. Una playa en Santander. El sonido de las gaviotas revoloteando. "Hay cangrejos, quisquillas, caracolillos, patatas fritas. Llorad, llorad, niños, que viene la patatera". Un novio al que quiso con locura. Un balcón con vistas al mar donde siempre se sentaba a leer. Un rosario con las cuentas de color morado.

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"Qué buen momento para morirme", pensó. Cerró los ojos y esperó.

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LA ENFERMEDAD COMO CAMINO

1º parte:

“La enfermedad como camino”.

Suena extraño y hasta antinatural pero tiene su verdad. Hace años una amiga me habló de un libro que se llamaba así (o algo similar). Como es evidente no lo llegué a leer, pero el título me intrigó hasta el punto de acompañarme desde entonces.

He tenido la suerte de crecer la mayor parte de mi vida sin que la enfermedad toque a ninguno de mis seres más cercanos, pero claro, eso es algo que tiene los días contados.  Antes o después uno tiene que aprender a convivir con esa otra cara de la vida.

Hace 10 años conocí a una persona que entró en mi vida para quedarse. Entre muchas de las cosas que me sorprendieron de ella, una fue lo presente que la enfermedad había estado y estaba en su vida. Recuerdo el vértigo cuando su realidad se empezaba a mezclar con la mía. Recuerdo la tentativa inicial de huir ante la perspectiva del sufrimiento futuro que pudiera llegar.  

Hoy esa persona es mi querida esposa -me encanta lo clásica que suena esa frase-.

2º parte:

“Reeducando”

Imagina que eres feliz con tu trabajo, que te colma y te realiza.

Es un trabajo que te exige emoción, mente y cuerpo. Concretamente  te exige unos movimientos muy específicos que hacen posible desarrollar eso que te apasiona.

Ahora imagínate que de repente un día tu cuerpo no te hace caso cuando tratas de reproducir alguno de esos movimientos. Tu mente da una orden pero tu cuerpo ejecuta otra. Pasan los días y las semanas confiando en que sea algo puntual y pasajero, pero los síntomas no hacen más que afianzarse. 

¿Cuál sería tu reacción inicial?

¿Y cuál sería tu reacción tras llevar varios días y semanas conviviendo con esa nueva realidad?

Piénsalo.

Mi esposa (compañera, pareja, mujer,…) es guitarrista. Desde hace un año empezó a tener síntomas de este tipo en los dedos. También comenzó con síntomas muy similares a los de la artritis reumatoide. A día de hoy no hay un diagnóstico concluyente pero Mar –mi mujer- tampoco lo ha buscado (hay que decir que, por experiencia vital, no cree mucho en los diagnósticos “concluyentes”).

A los pocos meses de haber ido al médico (y recibido la consecuente receta de analgésicos y la humilde frase de “desconozco los motivos de los síntomas”), decidió afrontar la situación como una oportunidad para cuestionar una vez más cómo estaba viviendo su vida.

De esta manera decidió preguntarse “¿qué me está tratando de decir mi cuerpo?, ¿le estoy escuchando lo suficiente?, ¿estoy siendo tolerante y comprensiva con su proceso?, ¿qué tengo que reaprender?"

Ella ya tenía experiencia en este tipo de situaciones. No me deja de impresionar cuando me cuenta cómo consiguió sacar cosas positivas de momentos ya pasados donde la enfermedad condicionaba su vida o la de algún familiar, hasta el punto de entender la enfermedad como una oportunidad para reorientar su vida: emociones, alimentación, relaciones, pensamientos. 

Así pues, tras meses de frustraciones, de mejoras y recaídas, ella ha mantenido su enfoque en escuchar al cuerpo, de tomar mayor conciencia de cada movimiento que le implica tocar la guitarra. De hecho, ha estado reeducando a sus dedos, a sus tendones y nervios (y en consecuencia a su cerebro) a tener coherencia entre lo que la mente ordena y el cuerpo ejecuta.

Semana tras semana, hora tras hora, ahí estaba. Como si se tratara de un corredor experimentado que aprende de nuevo a dar sus primeros pasos.

A su lado aprendo lecciones de humildad y flexibilidad, de paciencia y confianza. No rendirse ante los retos tiene mayor mérito cuando, tras las primeras lágrimas, uno mantiene en los labios una sonrisa sincera de gratitud.

Y yo tengo la suerte de poder disfrutar todos los días de esa sonrisa.

PD: afortunadamente tras un tiempo, la mejoría se va notando.

Monotema

Afirmaba hace dos meses que últimamente sólo hacía fotos de plantas. Llega junio y aquí estoy otra vez, sólo con fotos de plantas. Tres meses sin salir de Madrid, ajetreos personales y laborales, y ¿por qué me cuesta tanto hacer fotos cuando estoy en esta ciudad? Sólo llevo seis años aquí pero todo me parece demasiado habitual, lo veo todo gastado. Quizá por que somos tres millones pisando las mismas aceras, mirando el mismo cielo, cruzando las mismas calles. Quizá porque el asfalto me devora y me come un poco el alma.

Me he propuesto ya varias veces buscar la inspiración en Madrid y no es que no lo haya intentado, es que al final lo que me inspira es lo que más me transporta fuera. Como la sensualidad, la voluptuosidad y el misterio de estos seres cuyo hogar está a miles de kilómetros de esta tierra pero están aquí, sobreviviendo. Extrañas y desubicadas. Será que me siento identificada.

Seguiré buscando la inspiración en el asfalto. Mientras tanto espero que no os cansen mis fotos de plantas.

Lugares fotográficos II

Si alguna vez te topas con una foto que no puedes dejar de mirar, pregúntate qué NO estás viendo para que te atrape así. O dicho de otra manera, aquellas razones que no puedas verbalizar son las que de verdad importan para explicar tu “rapto”.

No empiezo así porque las fotos que vaya a mostrar tengan tal poder, sino porque tales fotos responden precisamente a la obediencia ciega de un extraño impulso similar.

Hace unos meses publiqué  un número llamado “Lugares fotográficos” en donde hablaba de cómo hay temáticas que uno reproduce a veces sin caer en la cuenta. Hoy comparto una segunda visita a esos lugares: varias fotografías, tomadas en diferentes años, donde puedo reconocer aquellas inquietudes –que no preocupaciones- que no sé verbalizar.

¿Acaso los salmones pueden explicarse a si mismos por qué ascienden el curso del río a contracorriente? Ni si quiera se plantean tal estúpida pregunta…. lo hacen, y lo demás poco importa.

Al final siempre sale el sol

Este mes me atrevo con dos artículos. Porque tengo fotos de sobra, porque me apetece y porque he bebido un poco de más mientras escribo esto. Y porque me muero por enseñaros el trabajazo de Eva.

Hay meses que se vuelven oscuros. No hablo sólo del tiempo. Todo está en orden y de repente ya no lo está. Tormentas de primavera. Sol, vinos y cafés. Lluvias, una persona menos en tu vida. Sales con sol a hacer fotos y de repente sólo hay niebla. Como este día.

Pero ahí está gente como Eva. Que se atreven. Que viven como se sienten. Y que nos permiten mostrar estos días ligeramente oscuros. Fríos, que se meten en la piel. Son duros pero hay que Aunque son un poco menos duros si piensas que, al final, aunque tarde, al final siempre sale el sol.

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El camino acaba en alto

Llevo desde enero a la carrera. En realidad llevo toda la vida así pero estos últimos meses se parecen a un sprint. Como toda carrera, al principio empiezas fresco pero a partir de cierto kilómetro empiezas a pensar que quién te manda meterte en todo este lío.

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Piénsalo. ¿Cuántas actividades haces aparte del trabajo? ¿Deporte? ¿Idiomas? ¿Algún curso de otro tipo? ¿Alguna afición? Yo las he contado: 4. Y todas me requieren tiempo y constancia. 

Según escribo esto me doy cuenta de que en realidad no es cuestión de tiempo. La mayoría de las veces no lo es. Tenemos tiempo de sobra, tanto que lo tiramos constantemente. Lo que no tenemos es energía.

Nos empeñamos en tener cuantas más experiencias mejor. Pero la vida no es el cúmulo de experiencias. Le robo las palabras a Pablo d'Ors: preferimos las olas a la calma porque nos dan impresión de vida. Pero no es vida, sólo vivacidad.

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¿Y qué hago cuándo necesito desconexión y pensar sobre lo que me queda de sprint? Me subo a la montaña. Porque desde lo alto todo se ve más claro.

Y porque siempre llevo buena compañía.