De las cosas que me gustaría ser capaz de hacer, dibujar siempre ha sido la primera. Con dibujar me refiero a que mis manos sean capaces de ejecutar con perfecta precisión lo que mi cabeza les ordena, y no un amasijo de líneas mal trazadas y formas grotescamente desproporcionadas, que es lo que a mi me sale.
Sobre todo, siempre me ha dado mucha envidia esa gente que siempre lleva un cuaderno, y va creando un diario de su día a día, o de cosas que le pasan, plasmándolas en dibujos. Como chapucera irremediable no sólo admiro a esa gente, la envidio de verdad, por poder crear con sus manos.
Este sentimiento se agudiza cuando estoy de viaje, quizá por que es el único momento en el que disfruto de mi tiempo con la suficiente constancia como para poder llevar un cuaderno y escribir en él. Como ya son muchos años de conocerme a mi misma y mis limitaciones, ya no me frustro cuando intento garabatear algo y sólo consigo un borrón horroroso.
Lo que he aprendido es que yo también puedo hacer cuadernos de viajes a través de mis fotos. Los hago sin darme cuenta, fotografiando cada cosa que me llama la atención, cada cosa que me resulta ajena a mi cotidianidad. Así voy trazando el diario de mis experiencias y aquí os comparto el cuaderno de mi último viaje. La historia de por qué es un cuaderno incompleto ya os la cuento luego.