Número 13

La primera del carrete

Parece mentira en pleno siglo XXI, pero aquí disparamos mucho carrete. Lo montas, cargas la primera foto, disparas y zas. Cortada. Bienvenido a la primera del carrete.

Hay una parte mágica en saber donde va a caer esa línea que corta tu primera foto. Esa parte ese el sol quemando tu negativo antes de que cierres la tapa. Porque siempre hay un pedacito de negativo que le da el sol.

Nunca sabes qué va a salir de la primera del carrete. Nunca sabes que va a salir del primer año de un proyecto. Este ha sido nuestro año. Estas son nuestras primeras fotos de muchos carretes.

Kenopsia

I.

El mar. Las olas rompiendo. Una lágrima cayendo al agua. Insonora, como todo lo que ocurre aquí. Una cuerda sepultada por la arena. Apenas un grito que se confunde con cualquier otra cosa, ahí, donde las olas rompen y se alzan. Salvajes, como una herida que no sangra, pero escuece. Como las pisadas aceleradas por la arena para no ser atrapadas por ella. El mar. Las olas rompiendo. Una lágrima cayendo al agua. Los brazos extendiéndose para abrazar una piel que ya sabe a sal. Tras la carrera, todo parece calma, incluso el oleaje furioso que te rodea y te arrastra, para luego devolverte a la orilla, y arrastrarte una vez más. Los últimos rayos resplandecen y deslumbran al tocar el agua en movimiento. Como un espejo inmenso en el que avanzas en busca de tu reflejo.

II.

La culpa. En la arena, el sol desvaneciéndose, el vacío donde antes la risa lo llenaba todo. Con la piel llena de arena. La culpa. Como un hilo llevado por una ola. Se acerca y se aleja. Intentas cortarlo. La culpa.

III.

Sigues ahí…

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Cosas que pasan

Contaba en mi última entrada que las fotografías que hago en mis viajes son para mi como diarios de a bordo, en los que intento atrapar todas las experiencias que vivo, las cosas que veo, los aspectos que distinguen ese lugar y ese momento de otros en mi vida.

Hace tiempo que decidí viajar sólo con mi cámara analógica, con las ventajas y los riesgos que eso entraña. Un obturador que se pone tonto y al revelar te encuentras la mitad de tus fotografías completamente negras, un objetivo viejo que se encasquilla y no quiere enfocar… En mi obsesión por viajar ligera, sigo llevándome sólo una cámara, a pesar de todas esas experiencias y de los disgustos que me he llevado cuando han ocurrido. Soy así.

Y por ser así me acabo encontrando en una isla del océano Índico buscando una cámara desechable en todas las tiendas de souvenirs habidas y por a ver por qué mi cámara se ha vuelto loca después de un desafortunado viaje en barco. Tras horas buceando entre imanes feos y cosas fabricadas con conchas, una Agfa Le Box con carcasa sumergible que parece de juguete aparece como un milagro. 

La maravilla de una desechable es la libertad de disparar sin planear, sin detenerte a preparar nada, simplemente capturar lo que tu ojo está viendo. 

Muchas veces me he maldecido a mi misma por mi falta de previsión. Pero cuando veo estas fotos y pienso en sus circunstancias me alegro de ser tan desastre. A veces salen cosas buenas. Sólo a veces.

Cuadernos de viaje

De las cosas que me gustaría ser capaz de hacer, dibujar siempre ha sido la primera. Con dibujar me refiero a que mis manos sean capaces de ejecutar con perfecta precisión lo que mi cabeza les ordena, y no un amasijo de líneas mal trazadas y formas grotescamente desproporcionadas, que es lo que a mi me sale.

Sobre todo, siempre me ha dado mucha envidia esa gente que siempre lleva un cuaderno, y va creando un diario de su día a día, o de cosas que le pasan, plasmándolas en dibujos. Como chapucera irremediable no sólo admiro a esa gente, la envidio de verdad, por poder crear con sus manos.

Este sentimiento se agudiza cuando estoy de viaje, quizá por que es el único momento en el que disfruto de mi tiempo con la suficiente constancia como para poder llevar un cuaderno y escribir en él. Como ya son muchos años de conocerme a mi misma y mis limitaciones, ya no me frustro cuando intento garabatear algo y sólo consigo un borrón horroroso. 

Lo que he aprendido es que yo también puedo hacer cuadernos de viajes a través de mis fotos. Los hago sin darme cuenta, fotografiando cada cosa que me llama la atención, cada cosa que me resulta ajena a mi cotidianidad. Así voy trazando el diario de mis experiencias y aquí os comparto el cuaderno de mi último viaje. La historia de por qué es un cuaderno incompleto ya os la cuento luego.

Vivir entre químicos

Empecé tarde con esto de la fotografía analógica. En 2016. Ya tenía el virus de la fotografía metido hasta dentro. Siempre he sido muy pro-tecnología, y por tanto, muy anti-carrete: obsoleto totalmente, más caro de consumir en el día a día, más lento, no lo puedo editar en el ordenador, otros ven mis fotos antes que yo, ...

No entendía por qué la gente seguía utilizando película. Ay, hipsters.

Pero encontré una excusa. ¿Qué eso del formato medio que es más grande que el 35mm? ¿Merece la pena? Así que lo empecé como todo lo que empiezo: a lo bestia y sin tener mucha idea. Le robé una formato medio de 2 toneladas a mi tío porque, si iba a probar el analógico, había que probarlo a lo difícil. Y a lo caro.  

Dos años después, tengo 5 cámaras analógicas y la mayor parte de mi producción de 2018 ha sido en carrete. Hay 2 ampliadoras y una pila de cubetas y químicos en el cuarto de atrás. 

Acabáis de ver una fila por cada cámara. Si a menos alguna no os parece maravillosa, no puedo convenceros de que los probéis :)

Escribo esto hoy porque ayer tuve una charla sobre fotografía con unos alumnos de una escuela de idioma. Me preguntaron que qué medio prefería. Para trabajo personal, el analógico. Porque tienes 36 disparos, o menos, porque todos cuentan. Porque dedicas más trabajo a la interacción personal. Porque son equipos baratos que demuestran que con poco se puede hacer mucho.

Porque para currar, ya tengo el digital.

 

Dos veces sencillo

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Lo que más me gusta de la danza y la fotografía es que parezca sencillo. Como un post de dos líneas. Como una sesión con un fondo blanco y una bailarina en medio.

Parece sencillo, ¿no?

PD: Gracias Paula.