1º parte:
“La enfermedad como camino”.
Suena extraño y hasta antinatural pero tiene su verdad. Hace años una amiga me habló de un libro que se llamaba así (o algo similar). Como es evidente no lo llegué a leer, pero el título me intrigó hasta el punto de acompañarme desde entonces.
He tenido la suerte de crecer la mayor parte de mi vida sin que la enfermedad toque a ninguno de mis seres más cercanos, pero claro, eso es algo que tiene los días contados. Antes o después uno tiene que aprender a convivir con esa otra cara de la vida.
Hace 10 años conocí a una persona que entró en mi vida para quedarse. Entre muchas de las cosas que me sorprendieron de ella, una fue lo presente que la enfermedad había estado y estaba en su vida. Recuerdo el vértigo cuando su realidad se empezaba a mezclar con la mía. Recuerdo la tentativa inicial de huir ante la perspectiva del sufrimiento futuro que pudiera llegar.
Hoy esa persona es mi querida esposa -me encanta lo clásica que suena esa frase-.
2º parte:
“Reeducando”
Imagina que eres feliz con tu trabajo, que te colma y te realiza.
Es un trabajo que te exige emoción, mente y cuerpo. Concretamente te exige unos movimientos muy específicos que hacen posible desarrollar eso que te apasiona.
Ahora imagínate que de repente un día tu cuerpo no te hace caso cuando tratas de reproducir alguno de esos movimientos. Tu mente da una orden pero tu cuerpo ejecuta otra. Pasan los días y las semanas confiando en que sea algo puntual y pasajero, pero los síntomas no hacen más que afianzarse.
¿Cuál sería tu reacción inicial?
¿Y cuál sería tu reacción tras llevar varios días y semanas conviviendo con esa nueva realidad?
Piénsalo.
Mi esposa (compañera, pareja, mujer,…) es guitarrista. Desde hace un año empezó a tener síntomas de este tipo en los dedos. También comenzó con síntomas muy similares a los de la artritis reumatoide. A día de hoy no hay un diagnóstico concluyente pero Mar –mi mujer- tampoco lo ha buscado (hay que decir que, por experiencia vital, no cree mucho en los diagnósticos “concluyentes”).
A los pocos meses de haber ido al médico (y recibido la consecuente receta de analgésicos y la humilde frase de “desconozco los motivos de los síntomas”), decidió afrontar la situación como una oportunidad para cuestionar una vez más cómo estaba viviendo su vida.
De esta manera decidió preguntarse “¿qué me está tratando de decir mi cuerpo?, ¿le estoy escuchando lo suficiente?, ¿estoy siendo tolerante y comprensiva con su proceso?, ¿qué tengo que reaprender?"
Ella ya tenía experiencia en este tipo de situaciones. No me deja de impresionar cuando me cuenta cómo consiguió sacar cosas positivas de momentos ya pasados donde la enfermedad condicionaba su vida o la de algún familiar, hasta el punto de entender la enfermedad como una oportunidad para reorientar su vida: emociones, alimentación, relaciones, pensamientos.
Así pues, tras meses de frustraciones, de mejoras y recaídas, ella ha mantenido su enfoque en escuchar al cuerpo, de tomar mayor conciencia de cada movimiento que le implica tocar la guitarra. De hecho, ha estado reeducando a sus dedos, a sus tendones y nervios (y en consecuencia a su cerebro) a tener coherencia entre lo que la mente ordena y el cuerpo ejecuta.
Semana tras semana, hora tras hora, ahí estaba. Como si se tratara de un corredor experimentado que aprende de nuevo a dar sus primeros pasos.
A su lado aprendo lecciones de humildad y flexibilidad, de paciencia y confianza. No rendirse ante los retos tiene mayor mérito cuando, tras las primeras lágrimas, uno mantiene en los labios una sonrisa sincera de gratitud.
Y yo tengo la suerte de poder disfrutar todos los días de esa sonrisa.
PD: afortunadamente tras un tiempo, la mejoría se va notando.