Mensual

12 años

¿Cuánto tiempo  tardas en darte cuenta de que un desconocido forma parte de tu vida?

A mí me ha llevado 12 años.

 

En todo este tiempo ha habido etapas de vernos casi todos los días de la semana, y periodos de largos meses sin cruzarnos.

Es posible que también forme parte de la vida de varios de vosotros y tampoco hayáis reparado en ello.

Es una mujer. Una mujer que canta en el metro. Concretamente en el metro de Diego de León (Madrid), en uno de esos largos pasillos donde se enlazan varias líneas del subterráneo. 

Ha estado presente en mi vida desde que comencé a pasar por esa estación para ir a trabajar. Madruga siempre más que yo, así que de verla tanto en el mismo lugar ha ido configurándose como parte del mobiliario de ese mundo de bostezos, ojos somnolientos y prisas que habitan el metro a primera hora de la mañana.

En mitad de las multitudes que avanzamos como un amago de ejército desacompasado, ella aporta el matiz de humanidad y calor que hace que el tránsito de una línea a otra sea un poco más corto. A pesar de que no canta bien (y está lejos de conseguirlo), y de que las canciones sobre las que canta son grabaciones midi propias del más cutre de los karaokes, su presencia y su voz se me antojan como una palmadita en la espalda a todos los que pasamos.

Si te centras en la música y observas a la gente caminando atropellada casi parece que hubiera una coreografía improvisada que suaviza esa sensación de rebaño propia de las 8 de la mañana.

Durante este tiempo, y sin ser consciente, he sido testigo de cómo su voz se iba perdiendo y deteriorando.  12 años forzando la voz todos los días durante varias horas le destroza la garganta a cualquiera -sobre todo, si no tienes técnica-. Y ahí está ella, con afonía crónica, con una amplitud tonal cada vez más limitada, y sin embargo me parece percibir en su constancia una voluntad de hacer más llevaderos unos minutos del día a todos los que caminamos por “su pasillo”.

Sí, en realidad está pidiendo dinero, lo sé. No es algo desinteresado, lo sé. Pero aún así creo que su labor aporta algo inestimable a mi día a día.

Hace meses empecé a pensar en el tiempo que llevaba cruzándome con ella y al tomar conciencia de estos 12 años empecé a sentir gratitud hacia ella.

Empecé a considerar que 12 años son suficientes como para intercambiar unos “buenos días” y una sonrisa sincera de vez en cuando. 

Un día, con la llegada del verano, dejó de estar.

1 día, 2 días, 3 días, 1 semana, 2 semanas, 3 semanas….

Su rincón sigue vacío y ahora impera en el largo pasillo el sonido tosco de las pisadas del rebaño. Sin música hay una atmósfera como de matadero. Una frialdad que cuesta quitársela del estómago tan a primera hora de la mañana, sin haber desayunado.

 El tiempo pasa y sigue siendo un misterio qué ha sido de su voz rota y desafinada.

 

12 años cruzándome con ella y es precisamente ahora, cuando ya no está, cuando me entra la urgencia de agradecerla su compañía.

Entonces... ¿tu verano también se ha acabado?

¿También se ha acabado tu verano?

El mío sí.

Por ello trato de sostener en la memoria  los lugares que he pisado en las últimas semanas. Trato de apurar los olores, los sonidos,  y los días tranquilos de mar y bosque.

Hay tierras que sanan, Galicia es una de ellas. Hay una musicalidad ligera y alegre en su atmósfera que se materializa en el acento de los lugareños.

Te devuelve las ganas de disfrutar de la comida como cuando eras niño, y de repente llenas los pulmones con mucho más aire del que te recordabas capaz.

El verano se ha terminado. Además de un día para otro.

Tampoco vamos a ponernos dramáticos, os confieso que no me ha dado pena regresar a mi seco y caluroso Madrid ni al trabajo. Año tras año siempre afronto estas transiciones vacacionales como un reto. ¿a ver cuánto tiempo consigo no repetir los hábitos con los que llegué a mis vacaciones? Ya sabéis, esos como respirar rápido, no llenar los pulmones del todo, apretar el estómago ante la lista de cosas que has de hacer a lo largo del día, comer a toda velocidad, etc. Seguro que podéis ampliar la lista con ejemplos propios.

Pero volvamos a lo importante, Galicia sana.

Ahora toca tratar de buscar el murmullo del mar en el sonido lejano de las carreteras, y el fulgor verdoso del follaje en el granito de los edificios.  Soy capaz de eso y más.

Entonces… ¿tu verano también se ha acabado?

La bailarina que me salvó

La inspiración es maravillosa. Lo malo es que suele estar bastante escondida la muy... esquiva. 

Hay una cita que me encanta: la inspiración no está donde la buscas, está donde la encuentras. Esa frase la encontré en una camiseta, lo que le resta un poco de epicidad al asunto pero la reafirma.

Os cuento esto porque no la he encontrado durante meses. No veía el tiempo ni las ganas de volver a encontrarla. Tanto, que la opción de tomar un descanso largo ha pasado varias veces por mi cabeza. Centrarme en mi trabajo, olvidarme de la necesidad creativa y si vuelve a llamar a la puerta, pues ya veremos. 

Pero siempre hay una bailarina en mi vida que me la devuelve. Siempre con una idea medio improvisada, siempre sin saber muy bien qué resultado buscamos. A veces me empeño en que la inspiración tiene que materializar una idea concreta, pero la mayoría de las veces trae más bien una sensación bastante difusa. Y sobre esa idea difusa, hay que salir a experimentar.

Se me olvida con bastante frecuencia y una vez más había pensado en dejarlo un tiempo. Una vez más, fue una bailarina la que me salvó.

PD: Gracias Irene.

Recompensa

- ¿¿Cómo piensas subir hasta ahí??
- Pones un pie y luego el otro. Y así hasta arriba.

Creo que mi tono de sorna no ha sentado muy bien, pero no quiero escépticos al pie de la montaña. Si venimos, subimos. Es la ley del montañero dominguero y hay que cumplirla. Si hay un mirador ahí arriba, hay que subir a mirar. Si hay un mojón más alto, ese es el destino. No importa cuán alto. Creo que por eso hay gente que ya no quiere venir conmigo. Creo que por eso mismo, hay gente que quiere venir cada vez que me escapo. 

Porque la montaña me enseña una lección maravillosa cada vez que voy: si te esfuerzas un poco, sólo un poco, te lo recompensa siempre. 

Con absolutas creces.

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PD: Ningún animal sufrió en la realización de estas fotografías, excepto un servidor mismo. Ningún material fue extraviado aunque una bota volvió con el doble de su peso gracias a una piscina de barro que no parecía tan profunda. Ninguna caloría fue malgastado en el discurrir de esta marcha porque a la bajada había bocatas de tortilla. Venirse todos al monte conmigo, no se aburrirán.

Viento, sal, palabras y arena

"Reconozco que me es más fácil hablar de mí a través de lo que escribo", me dijiste. No hacía falta que lo juraras; nos conocíamos desde hacía algunos años y esa frase me sorprendió porque hasta entonces nunca me habías dicho nada que tuviera que ver con cómo te sentías. Los ojos te brillaban más que de costumbre, probablemente por las cuatro latas de cerveza que se acumulaban en tu toalla. "Algún día viviré aquí y entonces mi vida será un verano continuo. Y solo tendré que escribir y mirar al mar".

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"Tendré una casa vieja con la puerta pintada de verde musgo. Y me rodearán las flores y los libros. Y no tendré prisa. Estoy segura de que aprenderé a no tener prisa viviendo cerca del mar".

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Miraste satisfecha al horizonte, y afirmaste sin decir nada. Estabas soñando con esa casa en la que pasarían tantas cosas. Cualquier momento era bueno para que dejaras de vivir en el presente.

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"Todas las mañanas, nada más despertarme, abriré las ventanas para que entre el olor a sal. Y me quedaré un buen rato mirando el paisaje. Porque desde las ventanas de mi casa vieja se verá una playa increíble, que me hará sentir muy pequeña, pero muy libre. Lo tengo todo pensado. Solo es cuestión de tiempo". Me hubiera gustado decirte que si esforzabas y ponías tu empeño en ello, tu deseo se iba a hacer realidad. Pero las dos sabíamos que no era así. Decidí que lo mejor era soñar contigo. 

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"Yo vendré a visitarte todos los veranos. Y me enseñarás a montar en bicicleta. ¿Te parece normal que a mis 33 años no sepa? Y comeremos helados y beberemos cerveza, siempre rodeadas del viento, la sal y la arena. Los gatos del pueblo vendrán a saludarnos. Y los vecinos serán personas molonas a las que podremos invitar a merendar de vez en cuando". Tuve que callarme al darme cuenta de que estabas llorando.

La primera del carrete

Parece mentira en pleno siglo XXI, pero aquí disparamos mucho carrete. Lo montas, cargas la primera foto, disparas y zas. Cortada. Bienvenido a la primera del carrete.

Hay una parte mágica en saber donde va a caer esa línea que corta tu primera foto. Esa parte ese el sol quemando tu negativo antes de que cierres la tapa. Porque siempre hay un pedacito de negativo que le da el sol.

Nunca sabes qué va a salir de la primera del carrete. Nunca sabes que va a salir del primer año de un proyecto. Este ha sido nuestro año. Estas son nuestras primeras fotos de muchos carretes.

Kenopsia

I.

El mar. Las olas rompiendo. Una lágrima cayendo al agua. Insonora, como todo lo que ocurre aquí. Una cuerda sepultada por la arena. Apenas un grito que se confunde con cualquier otra cosa, ahí, donde las olas rompen y se alzan. Salvajes, como una herida que no sangra, pero escuece. Como las pisadas aceleradas por la arena para no ser atrapadas por ella. El mar. Las olas rompiendo. Una lágrima cayendo al agua. Los brazos extendiéndose para abrazar una piel que ya sabe a sal. Tras la carrera, todo parece calma, incluso el oleaje furioso que te rodea y te arrastra, para luego devolverte a la orilla, y arrastrarte una vez más. Los últimos rayos resplandecen y deslumbran al tocar el agua en movimiento. Como un espejo inmenso en el que avanzas en busca de tu reflejo.

II.

La culpa. En la arena, el sol desvaneciéndose, el vacío donde antes la risa lo llenaba todo. Con la piel llena de arena. La culpa. Como un hilo llevado por una ola. Se acerca y se aleja. Intentas cortarlo. La culpa.

III.

Sigues ahí…

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Cosas que pasan

Contaba en mi última entrada que las fotografías que hago en mis viajes son para mi como diarios de a bordo, en los que intento atrapar todas las experiencias que vivo, las cosas que veo, los aspectos que distinguen ese lugar y ese momento de otros en mi vida.

Hace tiempo que decidí viajar sólo con mi cámara analógica, con las ventajas y los riesgos que eso entraña. Un obturador que se pone tonto y al revelar te encuentras la mitad de tus fotografías completamente negras, un objetivo viejo que se encasquilla y no quiere enfocar… En mi obsesión por viajar ligera, sigo llevándome sólo una cámara, a pesar de todas esas experiencias y de los disgustos que me he llevado cuando han ocurrido. Soy así.

Y por ser así me acabo encontrando en una isla del océano Índico buscando una cámara desechable en todas las tiendas de souvenirs habidas y por a ver por qué mi cámara se ha vuelto loca después de un desafortunado viaje en barco. Tras horas buceando entre imanes feos y cosas fabricadas con conchas, una Agfa Le Box con carcasa sumergible que parece de juguete aparece como un milagro. 

La maravilla de una desechable es la libertad de disparar sin planear, sin detenerte a preparar nada, simplemente capturar lo que tu ojo está viendo. 

Muchas veces me he maldecido a mi misma por mi falta de previsión. Pero cuando veo estas fotos y pienso en sus circunstancias me alegro de ser tan desastre. A veces salen cosas buenas. Sólo a veces.

Cuadernos de viaje

De las cosas que me gustaría ser capaz de hacer, dibujar siempre ha sido la primera. Con dibujar me refiero a que mis manos sean capaces de ejecutar con perfecta precisión lo que mi cabeza les ordena, y no un amasijo de líneas mal trazadas y formas grotescamente desproporcionadas, que es lo que a mi me sale.

Sobre todo, siempre me ha dado mucha envidia esa gente que siempre lleva un cuaderno, y va creando un diario de su día a día, o de cosas que le pasan, plasmándolas en dibujos. Como chapucera irremediable no sólo admiro a esa gente, la envidio de verdad, por poder crear con sus manos.

Este sentimiento se agudiza cuando estoy de viaje, quizá por que es el único momento en el que disfruto de mi tiempo con la suficiente constancia como para poder llevar un cuaderno y escribir en él. Como ya son muchos años de conocerme a mi misma y mis limitaciones, ya no me frustro cuando intento garabatear algo y sólo consigo un borrón horroroso. 

Lo que he aprendido es que yo también puedo hacer cuadernos de viajes a través de mis fotos. Los hago sin darme cuenta, fotografiando cada cosa que me llama la atención, cada cosa que me resulta ajena a mi cotidianidad. Así voy trazando el diario de mis experiencias y aquí os comparto el cuaderno de mi último viaje. La historia de por qué es un cuaderno incompleto ya os la cuento luego.