Número 14

Entonces... ¿tu verano también se ha acabado?

¿También se ha acabado tu verano?

El mío sí.

Por ello trato de sostener en la memoria  los lugares que he pisado en las últimas semanas. Trato de apurar los olores, los sonidos,  y los días tranquilos de mar y bosque.

Hay tierras que sanan, Galicia es una de ellas. Hay una musicalidad ligera y alegre en su atmósfera que se materializa en el acento de los lugareños.

Te devuelve las ganas de disfrutar de la comida como cuando eras niño, y de repente llenas los pulmones con mucho más aire del que te recordabas capaz.

El verano se ha terminado. Además de un día para otro.

Tampoco vamos a ponernos dramáticos, os confieso que no me ha dado pena regresar a mi seco y caluroso Madrid ni al trabajo. Año tras año siempre afronto estas transiciones vacacionales como un reto. ¿a ver cuánto tiempo consigo no repetir los hábitos con los que llegué a mis vacaciones? Ya sabéis, esos como respirar rápido, no llenar los pulmones del todo, apretar el estómago ante la lista de cosas que has de hacer a lo largo del día, comer a toda velocidad, etc. Seguro que podéis ampliar la lista con ejemplos propios.

Pero volvamos a lo importante, Galicia sana.

Ahora toca tratar de buscar el murmullo del mar en el sonido lejano de las carreteras, y el fulgor verdoso del follaje en el granito de los edificios.  Soy capaz de eso y más.

Entonces… ¿tu verano también se ha acabado?

La bailarina que me salvó

La inspiración es maravillosa. Lo malo es que suele estar bastante escondida la muy... esquiva. 

Hay una cita que me encanta: la inspiración no está donde la buscas, está donde la encuentras. Esa frase la encontré en una camiseta, lo que le resta un poco de epicidad al asunto pero la reafirma.

Os cuento esto porque no la he encontrado durante meses. No veía el tiempo ni las ganas de volver a encontrarla. Tanto, que la opción de tomar un descanso largo ha pasado varias veces por mi cabeza. Centrarme en mi trabajo, olvidarme de la necesidad creativa y si vuelve a llamar a la puerta, pues ya veremos. 

Pero siempre hay una bailarina en mi vida que me la devuelve. Siempre con una idea medio improvisada, siempre sin saber muy bien qué resultado buscamos. A veces me empeño en que la inspiración tiene que materializar una idea concreta, pero la mayoría de las veces trae más bien una sensación bastante difusa. Y sobre esa idea difusa, hay que salir a experimentar.

Se me olvida con bastante frecuencia y una vez más había pensado en dejarlo un tiempo. Una vez más, fue una bailarina la que me salvó.

PD: Gracias Irene.

Recompensa

- ¿¿Cómo piensas subir hasta ahí??
- Pones un pie y luego el otro. Y así hasta arriba.

Creo que mi tono de sorna no ha sentado muy bien, pero no quiero escépticos al pie de la montaña. Si venimos, subimos. Es la ley del montañero dominguero y hay que cumplirla. Si hay un mirador ahí arriba, hay que subir a mirar. Si hay un mojón más alto, ese es el destino. No importa cuán alto. Creo que por eso hay gente que ya no quiere venir conmigo. Creo que por eso mismo, hay gente que quiere venir cada vez que me escapo. 

Porque la montaña me enseña una lección maravillosa cada vez que voy: si te esfuerzas un poco, sólo un poco, te lo recompensa siempre. 

Con absolutas creces.

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PD: Ningún animal sufrió en la realización de estas fotografías, excepto un servidor mismo. Ningún material fue extraviado aunque una bota volvió con el doble de su peso gracias a una piscina de barro que no parecía tan profunda. Ninguna caloría fue malgastado en el discurrir de esta marcha porque a la bajada había bocatas de tortilla. Venirse todos al monte conmigo, no se aburrirán.

Viento, sal, palabras y arena

"Reconozco que me es más fácil hablar de mí a través de lo que escribo", me dijiste. No hacía falta que lo juraras; nos conocíamos desde hacía algunos años y esa frase me sorprendió porque hasta entonces nunca me habías dicho nada que tuviera que ver con cómo te sentías. Los ojos te brillaban más que de costumbre, probablemente por las cuatro latas de cerveza que se acumulaban en tu toalla. "Algún día viviré aquí y entonces mi vida será un verano continuo. Y solo tendré que escribir y mirar al mar".

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"Tendré una casa vieja con la puerta pintada de verde musgo. Y me rodearán las flores y los libros. Y no tendré prisa. Estoy segura de que aprenderé a no tener prisa viviendo cerca del mar".

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Miraste satisfecha al horizonte, y afirmaste sin decir nada. Estabas soñando con esa casa en la que pasarían tantas cosas. Cualquier momento era bueno para que dejaras de vivir en el presente.

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"Todas las mañanas, nada más despertarme, abriré las ventanas para que entre el olor a sal. Y me quedaré un buen rato mirando el paisaje. Porque desde las ventanas de mi casa vieja se verá una playa increíble, que me hará sentir muy pequeña, pero muy libre. Lo tengo todo pensado. Solo es cuestión de tiempo". Me hubiera gustado decirte que si esforzabas y ponías tu empeño en ello, tu deseo se iba a hacer realidad. Pero las dos sabíamos que no era así. Decidí que lo mejor era soñar contigo. 

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"Yo vendré a visitarte todos los veranos. Y me enseñarás a montar en bicicleta. ¿Te parece normal que a mis 33 años no sepa? Y comeremos helados y beberemos cerveza, siempre rodeadas del viento, la sal y la arena. Los gatos del pueblo vendrán a saludarnos. Y los vecinos serán personas molonas a las que podremos invitar a merendar de vez en cuando". Tuve que callarme al darme cuenta de que estabas llorando.