Mensual

La silla vacía

Hola,

¿Cómo vas con tus movidas?

“Arte es poner el alma en lo que haces. Es traspasar y emocionar” Esto ha dicho Lolita y me has venido a la cabeza. Bueno, más o menos que no soy capaz de memorizar tan literal.

Estaba pensando en aquella borrachera tonta donde prometí ir a verte al teatro y llegó el día y fui y ni siquiera recordaba el título de la obra.

Joder que no podía apartar la mirada de ti. Qué magnetismo! Nos vamos a morir de tanto pasado, decías y aún tengo apuntada esa frase en la entrada.

Y acabó la obra y me fui enviando sólo un audio diciendo que me dolía el pecho, no sé si lo recuerdas. Mi viaje de vuelta fue silencioso. Me tendría que haber quedado y abrazarte. Siempre debería haberlo hecho, perdón por huir.

Pero bueno q yo sólo quería decirte que eres ARTE y pensaba que debía decírtelo aunque ya lo sepas. Y que al arte se le debe tener siempre cerca para que te inspire porque eso es lo que eras y que tú no lo sabes, pero aún ahora lo haces. Mírate, mírame aquí haciendo este soliloquio que ni siquiera sé si te enviaré. Nunca dejemos de ser arte, me decías. Al menos eso sí que lo cumplimos. Aunque no fuera juntas.

Y que me gustaría volver a verte, pero me puede el miedo Cuídate, R. 💫

Interés estético del territorio

Desde hace tiempo, no paro de pensar en la relación del ser humano con el entorno. Lo natural nos rodea y hacemos uso de los recursos sin fijarnos demasiado en el suelo por el que pisamos.

Podría hacer una disertación inmensa sobre cómo el arte contemporáneo se relaciona con el territorio, pero la realidad es que no tengo ni idea del tema. Solo sé que en mis fotografías siempre hay tierra y nunca hay nadie.

¿No he escrito ya sobre esto?

Estaba a punto de escribir algo sobre la luz cuando me ha dado por pensar ¿no he escrito ya sobre esto?

Revisando mis antiguos post me he dado cuenta de que menciono la luz unas decenas de veces, casi en cada publicación. Qué cansina, pero ¿que hago si la luz me arrebata? Me cambia el estado de ánimo y la percepción de las cosas. Voy hacia ella inconsciente o conscientemente, muchas veces encuentro en ella la familiaridad, la energía o el consuelo.

Cuando me encuentro sumida en la rutina, lo que me conecta con el lugar en alguna parte del hemisferio derecho que me empuja a crear algo, a ir corriendo a por la cámara y disparar, siempre es la luz.

Por algo somos fotógrafos ¿no?

Sequía

Hace ya que no escribo, pero es que estoy vacía por dentro y ya con cierta olor a putrefacción. 
Ha pasado un tiempo desde que cuento los días que hace que ni lloro de la risa ni de la pena que tengo y que fantaseo con que mi meñique se choca con un mueble y siento ese dolor breve, pero intenso.
Algo, una simple tragicomedia de la que sentirme heroína.

Y qué si caigo en picado, ¿significa eso que estaba tan alto que podía oler la inmensidad del cielo que seguro huele a ropa limpia y mandarinas? ¿O quizás sólo es el destello de miles de estrellas tras el golpe?


La cámara de 20 pavos

Cuando revelamos esto odiaba las fotos. Prácticamente ni una enfocada y eso que no hay que hacer nada. ¿El flash? Peor incluso.

Pero ay el color. Y la naturalidad. Creo que cada vez hago peores fotos, pero cada vez las disfruto más.

Mi hija quiere ser una bruja que baila con cola de pez

Desde que mi segunda hija nació, hace 4 meses, mi hija mayor me ha ido demandando más y mejores historias para irse a dormir por las noches. Eso me ha obligado a desplegar un repertorio de cuentos tal, que muchas veces los mezclo debido al sueño que suelo tener a partir de las 21:30.

Luna, siempre más despierta que yo a esas horas, me insiste en que no me detenga a roncar en mitad de una historia. Así que, como una versión moderna y light de Serezade, cada día tengo que reinventar las historias para ganarme su aprobación.

A pesar de su tierna edad (todavía no ha cumplido los 3 años) los personajes que más la fascinan son las bailarinas, las brujas y las sirenas; creando para sí muchas veces personajes combinados entre esas tres posibilidades. Lleva ya dos meses que siente especial predilección por las brujas, tanto las buenas como las malas. Así que para ensanchar su imaginación, ilustro mis cuentos improvisados con mi archivo fotográfico acumulado.

Hoy os traigo el último personaje al que he sacado provecho: una sesión que hice años atrás con una amiga. No pretendí en ese momento representar ningún rol ni nada en concreto, pero en estos días me viene de perlas para explicarle a mi hija que las brujas, por muy malas que sean, adoran comer fruta todos los días.

Tirando del hilo hasta su llegada

Mi Año Nuevo no ha comenzado todavía. Está en ciernes, a la espera de traspasar esa curvatura lunar que la contiene. Cuando sea alumbrada, pequeña y luminosa, será cuando cuente doce campanadas mientras abrazo a mi mujer. Ahí arrancará mi 2023.

Todos los nuevos propósitos que suelen acompañar estas fechas están silenciados, boquiabiertos. Admiran con ternura y callan porque se saben pálidos y nimios ante esa nueva criatura que viene.

Hay un gozo tenso en nuestro hogar, y es que  Ariadna (ese será su nombre), se puede derramar ya en cualquier momento. A este otro lado de la orilla  la esperamos y recibiremos.

Cuando en estos días me preguntan cómo se presenta el 2023, callo y sonrío. Voy a hacer el mayor hueco posible entre mis brazos para acogerlo como venga.

Tostadas de Navidad

Escribo esto como nota mental para que nunca se me olvide, ahora que se acaban estas navidades de las que llevo quejándome desde antes de que empezasen.

Son épocas difíciles para muchos. Para los que no nos dejamos llevar por el sentimiento de felicidad “forzada” por unas u otras razones. Recuerdos, traumas, obligaciones que se te hacen bola.

De casualidad he encontrado estás tres fotos que le hice a mi abuela hace un par de años mientras preparaba las tostadas de navidad. En Cantabria las torrijas las comemos en esta época del año y las llamamos tostadas. Así somos.

Las tostadas de navidad de mi abuela son un hito en mi familia. Cuando se acerca Nochebuena, todos damos por hecho que habrá una bandeja repleta, dejándose a enfriar en la encimera. Cojes una con la mano, para hacer la cata. Cada año deliciosas y ella cada año repitiendo que le han salido mal, que están demasiado dulces, demasiado secas, demasiado quemadas…

“Este año el pan está carísimo y me he pasado con el azúcar, pero te hago un tupper y te las llevas a Madrid” Antes de ayer me comí la última, calentándola un poquito en el microondas para potenciar ese picor cítrico del limón, la naranja y la canela.

Si hay algo para mi que es Navidad es ese sabor. Me despido de él asta el año que viene si la vida quiere.

Aún con el regusto en la boca, friego el tupper y lo guardo bien para devólverselo en cuanto pueda, que sino me regaña.