Desde que mi segunda hija nació, hace 4 meses, mi hija mayor me ha ido demandando más y mejores historias para irse a dormir por las noches. Eso me ha obligado a desplegar un repertorio de cuentos tal, que muchas veces los mezclo debido al sueño que suelo tener a partir de las 21:30.
Luna, siempre más despierta que yo a esas horas, me insiste en que no me detenga a roncar en mitad de una historia. Así que, como una versión moderna y light de Serezade, cada día tengo que reinventar las historias para ganarme su aprobación.
A pesar de su tierna edad (todavía no ha cumplido los 3 años) los personajes que más la fascinan son las bailarinas, las brujas y las sirenas; creando para sí muchas veces personajes combinados entre esas tres posibilidades. Lleva ya dos meses que siente especial predilección por las brujas, tanto las buenas como las malas. Así que para ensanchar su imaginación, ilustro mis cuentos improvisados con mi archivo fotográfico acumulado.
Hoy os traigo el último personaje al que he sacado provecho: una sesión que hice años atrás con una amiga. No pretendí en ese momento representar ningún rol ni nada en concreto, pero en estos días me viene de perlas para explicarle a mi hija que las brujas, por muy malas que sean, adoran comer fruta todos los días.