Escribo esto como nota mental para que nunca se me olvide, ahora que se acaban estas navidades de las que llevo quejándome desde antes de que empezasen.
Son épocas difíciles para muchos. Para los que no nos dejamos llevar por el sentimiento de felicidad “forzada” por unas u otras razones. Recuerdos, traumas, obligaciones que se te hacen bola.
De casualidad he encontrado estás tres fotos que le hice a mi abuela hace un par de años mientras preparaba las tostadas de navidad. En Cantabria las torrijas las comemos en esta época del año y las llamamos tostadas. Así somos.
Las tostadas de navidad de mi abuela son un hito en mi familia. Cuando se acerca Nochebuena, todos damos por hecho que habrá una bandeja repleta, dejándose a enfriar en la encimera. Cojes una con la mano, para hacer la cata. Cada año deliciosas y ella cada año repitiendo que le han salido mal, que están demasiado dulces, demasiado secas, demasiado quemadas…
“Este año el pan está carísimo y me he pasado con el azúcar, pero te hago un tupper y te las llevas a Madrid” Antes de ayer me comí la última, calentándola un poquito en el microondas para potenciar ese picor cítrico del limón, la naranja y la canela.
Si hay algo para mi que es Navidad es ese sabor. Me despido de él asta el año que viene si la vida quiere.
Aún con el regusto en la boca, friego el tupper y lo guardo bien para devólverselo en cuanto pueda, que sino me regaña.