Mensual

Canciones de reloj de arena

¿Os he dicho que mi madre está haciendo un curso de iniciación a la fotografía? Disfruta de su jubilación realizando talleres y formación en la universidad y uno de ellos es precisamente ese.

Los domingos que voy a comer a casa de mis padres me muestra los ejercicios que tiene que hacer y me pide consejo ¿puede haber algo más tierno?

Este domingo salimos a pasear al retiro cámara en mano. 35 años atrás lo hacíamos con cualquier otro juguete mío. Hay cierto vértigo en enseñar a hacer algo a tu propia madre, y desde que soy padre y veo a mi hija jugando con ella, me intimida cómo la fragilidad la acecha y acompaña de continuo. Me apena que por una cuestión matemática y biológica mis padres no vayan a disfrutar durante tantos años de mi hija como yo he disfrutado de mis abuelos.

Fue una tarde curiosa. Redescubriendo ejercicios de fotografía que hace años que no hacía y viendo la cara de satisfacción de mi madre al entender porqué tal técnica desembocaba en un resultado y no en otro.

Había de fondo un susurro como de reloj de arena. Apenas lo escucharían los demás, pero yo lo tenía muy presente.

La fiesta sorpresa de los R

Le he dicho a Andrea que no pase por el pueblo. Que siempre pasan cosas extrañas cuando llega un extraño. La conozco bien, y sé que a ella le gustan las cosas extrañas. Y llevar la contraria. Así que lo más probable es que vaya este finde.

Ella no se ha dado cuenta, pero he cogido su cámara de vez en cuando y he ido haciendo fotos a edificios abandonados. Quiero que cuando llegue, su subconsciente los reconozca y le haga seguirlos..

Pasado el último, al final del camino hay un jardín de cactus y chile verde. Espero que sea verde porque soy daltónico. En ese jardín, le he preparado una fiesta sorpresa. He preguntando a Ramón y a Ramona, y se apuntan. Tanto nombre con R, empiezo a pensar que somos inventados.

Reconozco que estoy un poco nervioso y espero que encuentre el camino. Si no, se va a pensar que la he engañado y que no soy buena persona.

Ramiro.


Las fotos y los personajes son de Andrea :)

Antes que las palabras, el murmullo.

Estoy tratando de recordar momentos de júbilo en mi juventud. Me cuesta encontrarlos.

Claro que he tenido mis alegrías, y mis momentos de placidez y descanso; pero júbilo no. La gente suele describir sus años jóvenes como un torrente de emociones que a veces tiene una alegría desbordante y otras un dolor que te resquebraja.

Pero en mi caso no es así. Yo recuerdo de siempre un murmullo azulado por dentro que me decía cómo era el mundo. Era como un olor de fondo que siempre está allí. Por mucho que te acostumbres a él, lo sigues percibiendo. Me pasaba de niña y me sigue pasando a mi edad.

Miro a mi alrededor y todo contiene esa especie de quejido manso que hace que me quede sin palabras cuando observo algo. Podría ser lo que la gente llama “asombro”, pero sin la sensación de vértigo que suele provocar algo inesperado. En mi caso es como un amago de romperse a llorar por dentro pero sin derramar una sola lágrima. No duele en absoluto, pero te abarca entera cuando llega y te hace enmudecer. La gente ya me decía que no soy muy habladora, que ni siquiera para mantener una conversación sobre el tiempo sirvo, pero es que yo mido mucho mis palabras. Porque las palabras, cuando a uno se le caen de la boca, pueden llegar a ser ensordecedoras durante horas o incluso días. Te persiguen y te persiguen hasta que por fin acaban perdiendo su volumen y se quedan en la lejanía.  

Yo no recuerdo júbilo en mi juventud, ni pesar desgarrador. Pero sí recuerdo tener desde niña esa habilidad para percibir la vida como un reloj de arena que se desliza suave y silenciosamente delante nuestra. Sin poder apartar la mirada, cautivada, esperando que caiga hasta el último grano.

Gracias, Nerea, por inspirarme con tus fotografías. Mirarte con este detenimiento y a vista de pájaro me ha hecho redescubrir muchos de tus paisajes y el sentido que los une. Un honor volar con ellas.

Realidades

Recuerdo la primera vez que vi las fotos de Miguel, cómo me sorprendieron sus retratos callejeros. A mi que en general me causan pudor los desconocidos, me chocaron esas miradas tan directas, los planos cercanos, el contraste de los grises… Además de la crudeza de estos retratos hubo algo que me llamó la atención. Muchos de ellos estaban hechos en lugares que yo conocía, pero vistos a través de su objetivo me resultaban como extraños.

También recuerdo la primera vez que vi una de sus fotografías de estudio, y me sorprendí aún más. Le vi jugar con códigos que abrazaban lo onírico, lo surrealista, con una expresividad que me tocó algo por dentro.

Analizando ahora su obra creo comprendo la conexión entre los estilos tan variables por los que transita Miguel. Para mi fotografiar no es retratar una realidad, sino crearla, y siento que Miguel es un mago, no solamente en crear realidades, sino en exteriorizar a través de estas realidades diferentes algo profundamente emotivo. Por eso sus fotos son de esas en las que te quedas un rato, te sumerges.

Un paseo tranquilo y sosegado

Hoy me he paseado por tus fotos y me he dado cuenta de lo importante que es pararse a observar. Cuando publicamos por aquí, siempre entro en vuestros posts y os leo, aunque confieso que lo hago de forma rápida, porque la vida me empuja a moverme como si todo fuera a acabar mañana.

Hoy me he paseado por tus fotos y lo he hecho de una forma diferente. Me he dado un paseo tranquilo y sosegado, lento, sin prisa. Qué importante es el tiempo para entender algunas cosas.

Hoy me he paseado por tus fotos y he notado el frío y el calor, he podido tocar el agua y escuchar las hojas caer en el suelo. He sentido la piel y la tierra y he viajado a sitios distintos del que me encuentro ahora. He visto una atmósfera y una luz mágica que lo envuelve todo.

Qué delicadeza en tu trabajo. Cuánta sensibilidad y qué forma tan bonita de mirar el mundo. Qué suerte tuve el día en que me crucé contigo en una clase en Vallecas y me propusiste unirme a este colectivo.

Fotos de Sergio Moratilla

El poema de un mudo

He visto lo poco que pesan esas piedras… y me han reconfortado. Ya lo dice el refranero, que mal de muchos…., en fin.

Llevo 3 meses tratando de escribir algo para poder publicar en Vemodalen y no he sido capaz. 3 meses que he tenido que aceptar que no siempre se tienen recursos suficientes para salir adelante. Mis compañeras/o han pagado el pato retrasando por mi culpa sus propias publicaciones, así que todo tiene un límite.

No me resigno a esta sequía, pero lo que no puedo hacer es ignorarla. Así que más vale un quejido escueto que el poema de un mudo.

Lo poco que pesan todas esas piedras

Aquel septiembre decidí que ya era hora de tomarme en serio lo de escribir. Sabía que quería contar muchas cosas, intuía que no le iban a interesar a mucha gente, pero había llegado a la conclusión de que eso era lo de menos. Lo importante era el mero hecho de escribir. El juntar palabras e inventarme historias me daba motivación para estar viva. Me puse como fecha de inicio el día 15, por un lado porque era el cumpleaños de mi madre y por otro porque es un día que asocio al inicio del colegio. Me senté en la mesa con el ordenador encendido y un cuaderno nuevo para tomar notas. Después de una hora mirando a la pantalla entendí que no se me iba a ocurrir nada. Puede que mi cerebro se hubiera secado en las vacaciones. Lo intenté al día siguiente, con el mismo resultado de mierda.

El día 20, me di cuenta de que lo que necesitaba era un impulso, algo que me hiciera imaginar. Así que abrí una de las carpetas de fotos que había hecho en julio en Lanzarote. Encontré esto:

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Gracias a estas imágenes conseguí escribir una única frase:

“Hay que ver lo poco que pesan todas esas piedras”.

Día tras día, aquella única línea me miraba desafiante desde el Word, invitándome a escribir más y riéndose con sorna por mi inspiración perdida. Hicieron falta meses para que me animara a añadir algo a esa frase tan insolente:

“Hay que ver lo poco que pesan todas esas piedras. Pesan muy poco”.

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Vivir frente al mar

A veces me pregunto cómo es vivir junto al mar. Pudiendo dejar la mirada perdida y de verdad no ver más que horizonte. Sin edificios horrendos. Sin boinas de polución. Sin carreteras plegándose unas sobre otras para poder meter un carril más de asfalto.

Incluso cuando te alejas un poco de la ciudad y consigues salir al campo, hay montañas haciendo su cerco. ¿No es estar encerrado en cierta manera? Miras y tu vista siempre choca con algo. La única manera de hacerla descansar es cerrando los ojos.

A veces me pregunto, ¿qué se siente? Poder mirar y que la vista no se detenga. No ver nada y a la vez poder mirar el viento formando ondas. Sentarte en la orilla y saber que todo lo problemático está a tu espalda. Conducir dejándolo todo en el mismo lado de la carretera, pudiendo concentrarte solo en el otro. No sé.

Me pregunto que siente esa gente cuando la alejas del mar.

PD: La bonita Daria Krauzo en estas fotos.

Es un estado mental

Probablemente el verano sea mi estado mental favorito.

Pienso en verano y me vienen a la cabeza millones de referencias. Están los textos de Joan Didion describiendo las puestas de sol en California. Los sugerentes fotogramas de Call me by your name. Las fotografías en Benidorm de Martin Parr. Las canciones de Vampire Weekend que siempre son como de ir en un descapotable a la playa… A veces, da igual que sea septiembre, diciembre, febrero, revisito estas imágenes para transportarme a esas sensaciones, para relajarme, para entrar en calor.

Quién no sueña con un verano interminable. Quién no desearía mantener esa despreocupación, esa ligereza los 12 meses del año. Dedicarse a la contemplación y al disfrute de la vida… Porque al fin y al cabo el verano no es una estación, es un estado mental, casi una alucinación colectiva.

El problema no es que el verano sea finito. Es que la rutina es infinita y las vacaciones un espejismo.

La linea

No me pregunten por qué, pero tengo alguna obsesión por la línea recta. Me imagino que tendrá que ver con tener la vida un poco torcida.

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