Recuerdo la primera vez que vi las fotos de Miguel, cómo me sorprendieron sus retratos callejeros. A mi que en general me causan pudor los desconocidos, me chocaron esas miradas tan directas, los planos cercanos, el contraste de los grises… Además de la crudeza de estos retratos hubo algo que me llamó la atención. Muchos de ellos estaban hechos en lugares que yo conocía, pero vistos a través de su objetivo me resultaban como extraños.
También recuerdo la primera vez que vi una de sus fotografías de estudio, y me sorprendí aún más. Le vi jugar con códigos que abrazaban lo onírico, lo surrealista, con una expresividad que me tocó algo por dentro.
Analizando ahora su obra creo comprendo la conexión entre los estilos tan variables por los que transita Miguel. Para mi fotografiar no es retratar una realidad, sino crearla, y siento que Miguel es un mago, no solamente en crear realidades, sino en exteriorizar a través de estas realidades diferentes algo profundamente emotivo. Por eso sus fotos son de esas en las que te quedas un rato, te sumerges.