Lo poco que pesan todas esas piedras

Aquel septiembre decidí que ya era hora de tomarme en serio lo de escribir. Sabía que quería contar muchas cosas, intuía que no le iban a interesar a mucha gente, pero había llegado a la conclusión de que eso era lo de menos. Lo importante era el mero hecho de escribir. El juntar palabras e inventarme historias me daba motivación para estar viva. Me puse como fecha de inicio el día 15, por un lado porque era el cumpleaños de mi madre y por otro porque es un día que asocio al inicio del colegio. Me senté en la mesa con el ordenador encendido y un cuaderno nuevo para tomar notas. Después de una hora mirando a la pantalla entendí que no se me iba a ocurrir nada. Puede que mi cerebro se hubiera secado en las vacaciones. Lo intenté al día siguiente, con el mismo resultado de mierda.

El día 20, me di cuenta de que lo que necesitaba era un impulso, algo que me hiciera imaginar. Así que abrí una de las carpetas de fotos que había hecho en julio en Lanzarote. Encontré esto:

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Gracias a estas imágenes conseguí escribir una única frase:

“Hay que ver lo poco que pesan todas esas piedras”.

Día tras día, aquella única línea me miraba desafiante desde el Word, invitándome a escribir más y riéndose con sorna por mi inspiración perdida. Hicieron falta meses para que me animara a añadir algo a esa frase tan insolente:

“Hay que ver lo poco que pesan todas esas piedras. Pesan muy poco”.

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