Número 35

La linea

No me pregunten por qué, pero tengo alguna obsesión por la línea recta. Me imagino que tendrá que ver con tener la vida un poco torcida.

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The unrelated

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«Viaje por carretera», mejor que «road trip»

14 de junio de 2021

Querida, Ana:

Parece que se nos han quitado las ganas de saltar. Pensaba que este viaje era lo que necesitaba, el empujón definitivo para colocar bien las cosas y ser capaz de ver qué es lo importante. Me equivocaba, para no variar. Supongo que cuando el desorden vive en tu cabeza no es posible escapar de él. Ramón me escribió el otro día para confesarme que hubo un tiempo que miraba todas las ventanas de su casa intentando decidir por cuál iba a tirarse. También me dijo que ya estaba mejor, así que no te preocupes mucho por él, pero no estaría mal que le mandaras un mensaje para que sepa que sigues viva. Pasar tanto tiempo sola me está viniendo bien. Tengo largas conversaciones conmigo y estoy aprendiendo a quererme mejor. Me escucho y me cuido más, pero echo de menos cosas, como nuestros paseos por el barrio o mi excursión semanal al museo. He vuelto a oír música a todas horas. Estoy haciendo una lista de reproducción kilométrica que te pasaré en algún momento, igual si la escuchamos a la vez podemos sentir que seguimos juntas, aunque nos separe un montón de tierra y arena. No puedo decirte cuándo voy a volver, esperaré a que el cuerpo me lo pida. Cuéntame cómo vas, si la tortuga ha aparecido y si te vuelve a gustar el vino. Y por favor, piensa en mí de vez en cuando. A veces siento que solo existo porque piensas en mí de vez en cuando.

Te mando fotos para que veas algunas de las cosas que he encontrado por aquí. Escríbeme pronto.

B.

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Miguel Hernández I

Tras un casi un año sin poder salir de Madrid, el pasado fin de semana visitamos el pueblo de mi padre. Allí pude hacer realidad una imagen que rondaba desde que finalizó el estado de alarma: abrazar a mis primos y disfrutar de la placidez automática que se te asienta en el pecho según llegas (de pequeño pensaba que en mi pueblo Dios y el Demonio hacían las paces y jugaban juntos en sus divinos asuntos).  

No tuve mucho tiempo para poder hablar de temas en profundidad pero en un momento dado, disfrutando de unas cervezas en el chiringuito de la piscina municipal, mis primos y yo recordamos a nuestro abuelo.  

Murió hace ya 4 años, con 93 otoños sobre los hombros pero la cabeza y el corazón lúcidos. Mi primo Raúl – que por cierto le clareaba la barba mucho más de lo que recordaba- compartió una de las últimas conversaciones con él.  

Mi abuelo le confesó un cierto hastío de vivir. Sin nadie de su quinta alrededor con quien compartir el final del viaje, veía como sus hijos/as, nietos/as y bisnietos/as hacían su vida. Se sentía querido pero se vivía un estorbo. Tenía los achaques propios de esa edad y ya necesitaba que le ayudaran a asearse, amén de otros dolores que acechaban con mayor frecuencia.  

Recuerdo cuando celebramos su 93º cumpleaños. Fue en la casa que ha visto nacer a mi padre y sus hermanos. Un lugar sagrado en mi infancia. Estábamos prácticamente todos los nietos y bisnietos. Yo disfrutaba retratando con fotos un momento que ya se intuía único. A través del visor de la cámara ya me anticipaba a la sensación de nostalgia y cierto vértigo que producirían esas fotos vistas 10 años después. Hacer fotos en un momento emotivo es como esconderse tras una pared con un pequeño agujero: te permite participar y admirar lo que ocurre en ese instante.  

Miraba a mis sobrinos, a mis tías y tíos, a mis primos… y a mi abuelo. La expresión distendida y ligera que recorría todos los semblantes se oscurecía en la mirada perdida suya. Miraba a sus bisnietos, miraba a la tarta con las dos velas encendidas mostrando el número 93, miraba fugazmente a la cámara de fotos ante mi requerimiento. Sus ojos galopaban por todo el salón como el que espera que acontezca algo de un momento a otro pero no sabe por dónde va a venir.   

Yo, detrás del visor de mi cámara, podía permitirme escrutarle sin disimulo. Y de repente entendí su mirada y sus pensamientos. Mi abuelo miraba a su alrededor sabiendo que ese sería su último cumpleaños. No trataba de apurar el momento, como si de un vaso de vino se tratara. Simplemente miraba y nos miraba. Aunque respondiera a nuestras felicitaciones y abrazos, en su gesto se escondía cierta preocupación y tristeza.  

Le cantamos juntos el cumpleaños feliz, sus bisnietos soplaron junto a él las velas. Comimos entre un bullicio alegre  la tarta casera hasta que sólo quedaron migajas. Era una tarde de julio y los vencejos no cesaban de piar frenéticos mientras surcaban el patio de la casa a toda velocidad.  

Cuando todo quedó recogido y en el salón sólo quedamos unos pocos, mi abuelo se recostó en su mecedora. Vaciando sus pulmones con un profundo suspiro, susurró un sentido “ay Señor….”

Su gesto seguía siendo el de que aguarda la llegada de algo. Fuera, el sol terminaba de caer.

PD: mi abuelo se llamaba Miguel Hernández. A su primogénito, mi padre, le llamó Luis Miguel. Y este, a su vez, decidió llamar a su primer hijo Miguel (servidor). Por eso me gusta pensar que soy Miguel Hernández III. Me hace estar permanentemente conectado con esa línea de tres generaciones.

La rebelión de las plantas

Aquí parece que las plantas tienen un poder sobrenatural. Me fui de viaje cuatro días y al volver mi macetero con tres brotes recién plantados era un pequeño bosque de tréboles, margaritas, dientes de león… Malas hierbas las llaman.

Mires donde mires, el verde. Los muros y las ruinas colonizadas de hiedras, madreselvas, buganvillas… Es hermoso y desconcertante, como una fantasía postapocalíptica.

Plantas ruderales, salvajes, oportunistas. Hay que arrancarlas, porque todo lo que se escape a nuestro control hay que eliminarlo. Las plantas solo pueden ocupar los espacios que les permitimos ocupar. Nuestros jardines perfectamente delimitados, nuestras jardineras y setos meticulosamente podados…

Porque si un día te descuidas, crecerán y crecerán, treparán los muros, entrarán por las ventanas, recuperarán lo que un día fue suyo, esa tierra que colonizaron hace ya 500 millones de años.

Y qué bonito sería estar aquí para verlo.