Se veía venir, lo reconozco. Mi pequeña Olympus LT-1 lleva mucho trote, me ha acompañado en todos mis viajes desde hace cuatro años, ha estado en playas, en montañas, en festivales… fiel compañera, cuánto me has dado. No puedo reprocharte, porque es culpa de mi falta de cuidado, que el arrastre automático ya no te funcione y me las tenga que ver y desear para rebobinar los carretes a oscuras.
Reconozco también que me gusta jugar y tampoco soy especialmente cuidadosa buscando la total oscuridad en el proceso. Y así, tengo mis dos últimos carretes velados. No totalmente velados, sí lo justo para que algunas fotos sean un borrón de luz y figuras indistinguibles, pero también lo justo para que muchas fotos tengan esa magia de lo impredecible que las hace únicas.
De vuelta al tedio de la rutina esas veladuras me devuelven la energía de vivir, porque lo digo siempre, para esto sigo disparando en analógico, para ver un poco el mundo arder, aunque sea a través de una fuga de luz.