Número 5

Siempre hay un escalón menos

Creo que me gusta demasiado la frase tan conocida, que ni siquiera se de donde sale, 'en el sótano de tu fracaso siempre hay un escalón más', quizás sea porque esta época de mi vida no es como la esperaba y me veo constantemente bajando, o quizás mejor dicho resbalando por los escalones de mi fracaso, donde termino sentada examinando cada una de las grietas que hay en ellos y me hacen caer.

Pero el fracaso es bonito, en el ves todo lo que no quieres, incluso puedes deleitarte en él, en sus hondas, porque al final en mi fracaso no hay un suelo frío, siempre hay agua, agua helada que se te clava como mil agujas, que te envuelve intentando ahogarte, pero cuando lo aceptas descubres que en ese agua se puede respirar, comienzas a apreciarla porque el sufrimiento que te otorga duele menos si sabes que te purifica.

En el momento que se produce ese cambio de perspectiva, todo vuelve a su cauce, aprendes que la vida al final también es el ser capaz de caer, querer la caída porque forma parte de ti y te hará sobrevivir, porque el aprendizaje también es aquello que vivimos y sabemos que no queremos volver a vivir.

Y después de esta retahíla de pensamientos sin sentido, queda dar las gracias (que nunca son suficientes) a quien hizo estas fotos posibles, Sara Vela @sarawberry, gracias por seguirme en todas mis ideas y sobretodo por darme comida y risas cuando estoy en los escalones mas bajos.

Un salto inacabado

Al tratar de fotografiar en calle me pasa, más veces de las que quisiera, que miro y no veo.  Cuando cargas con la cámara camino de comprar el pan no supone mayor problema  - “otra vez será” . Cuando sales ex profeso para hacer fotos y no consigues ningún trofeo la cosa ya se pone un poco más dramática… es frustrante. En los momentos de lucidez trato de pensar que en cada rincón que mire hay una foto escondida esperándome. Algo así como el escultor que contempla el bloque a tallar y sabe que bajo la forma tosca de un madero o una roca hay una forma concreta y definida por desnudar. Así pues, cámara en mano y paciencia en mente, servidor acecha hasta que haya algo que se revele.

¿Qué pasa si bajamos un poco la intensidad de la luz? ¿qué ocurre si a lo cotidiano e irrelevante lo miramos con otro criterio de atención? ¿será capaz de mantener su disfraz de lo anodino e insulso?

Este verano, en un momento en que parecía que la sequía afectaba por igual a nuestro clima que a mi creatividad, traté de acercarme a los rincones del día a día con la idea de desmenuzar cualquier imagen insípida y convertirla en algo que no le dejara a uno indiferente. “Retratos --pensé- pararnos a mirar y prestar atención a otra persona es un perfecto antídoto contra la indiferencia”. Pero, ¿y si, además, a un retrato –a ese espacio de encuentro con Otro- le privas de aquello que más te facilita conectar? ¿y si a un retrato lo dejas mudo? ¿y si miras al otro … y no le encuentras? En mi caso siento que obtienes algo todavía mas estimulante precisamente por lo inacabado del proceso. Es el vértigo de cruzar un río de un salto y quedarte en suspensión a medio camino.

Borroso

Bernard Plossu dijo una vez que la fotografía puede ser borrosa, que no pasa nada, que el alma también puede ser borrosa a veces. 

Siempre me he sentido identificada con la filosofía de Plossu a la hora de fotografiar, él que se entiende a sí mismo como un escritor que va tomando notas de lo que ve, centrándose siempre en mirar, en guardar instantes, sin preocuparse demasiado por los aspectos técnicos.

Sin embargo, en estos tiempos de obsesión por la perfección en que vivimos no puedo evitar muchas veces caer yo misma en esa obsesión, en el exceso de control y la falta de espontaneidad que nos invaden día a día. Cuando empecé a experimentar con la fotografía analógica, hace ya bastantes años, carecía de ninguno de estos condicionamientos que he ido ganando con el tiempo y la experiencia. Jugaba, disparaba, sin saber muy bien qué era realmente lo que iba a conseguir. Me divertía ver el resultado, ya fueran fotos desenfocadas, desencuadradas, mal iluminadas… Todas tenían su magia

Me encontraba en Berlín hace unas semanas cuando un suceso aparentemente sin importancia me llevó a esta reflexión. En casa de unos amigos encontré una pequeña Fujica 35 coronando una pila de libros.

- ¿Funciona? 

- No lo sé, creo que tiene un carrete terminado dentro desde hace mil años, ni lo hemos sacado.

- ¿Puedo llevármela a pasear?

Cargué la cámara automática con un rollo en blanco y negro y salí a recorrer Berlín en un día muy frío y muy lluvioso. Poco a poco fui soltándome y recuperando esa sensación de fotografiar sin un fin concreto, sin saber siquiera si llegaría a ver algún día esas fotos, sin controlarlo todo, sin controlar absolutamente nada.

Hace unos días revelé con ilusión ese carrete en blanco y negro. El resultado me fascinó, me hizo reir, me devolvió emociones que había olvidado. Todas las fotos estaban desenfocadas. Ni una forma nítida. Todo era una deformación de las escenas que pretendí captar en esos momentos. Una deformación maravillosa que me hizo recordar que la fotografía no tiene que ser perfecta, que la fotografía tiene que hacer sentir, al que la mira y al que la hace. Y que la fotografía, como el alma también puede ser borrosa

¿Que por qué?

Esta es una historia que nadie ha oído de mi propia boca, ni siquiera mis mejores amigos ni mi familia. Cuando leáis esto sólo una persona habrá visto este texto. Por favor, apreciadlo porque para entradas como esta hicimos Vemödalen.

Todo el mundo tiene historias de su enamoramiento con la fotografía. Muchos la probaron de casualidad y se engancharon. Para otros, es su pasión de toda la vida. A algunos afortunados, les viene de familia.

Mi abuelo era el fotógrafo del barrio. Empezó a ganarse la vida como ayudante y poco a poco sacó a su familia adelante. Su hijo se unió al negocio y estudió fotografía. Consiguieron tener su estudio en la calle Alcalá y todo el mundo los conocía en la zona. Mientras tanto, yo no tenía ningún interés en el arte, mucho menos en el reportaje fotográfico. Sólo quería ser ingeniero, uno de los buenos. Tanto, que no había nada más en mi vida.

2004 fue uno de mis peores años. Sobrepasado completamente en la universidad, fue lo único en lo que invertí tiempo. No amigos, no familia. Mi abuelo empezó a apagarse en 2003. Y no le dedicaba tiempo a pesar de las claras muestras de que quería que se lo dedicara. Ingresó en el hospital a principios de abril de 2004. Dos semanas después, murió. 

Acabé la carrera al año siguiente. En diciembre de ese año, compré mi primera cámara con el dinero de una beca.

... 

Cada vez que alguien me pregunta que por qué hago fotos, simplemente digo que viene de familia y me ahorro el mal trago de dar más explicaciones. No es ni siquiera una verdad a medias. Cogí la cámara porque mi abuelo murió y me sentía culpable por no estar con él lo suficiente sus últimos meses. Sólo fui una vez al hospital, casi llego tarde a su funeral. No valoraba mucho los asuntos fuera de la universidad. Era bastante frío y no me importaban mucho las personas. Felicidades, era un ingeniero cojonudo. Cogí la cámara porque necesitaba conocer parte de lo que me había perdido. Y no era poco.

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Os cuento esto ahora porque me prometí que no iba a volver a fallar. Que iba a estar ahí cuando hiciera falta. Escribo alguna de estas palabras mientras espero en la UCI a que me digan que puedo ver a mi padre. He estado bastante tranquilo porque sé que es una operación que los cirujanos tienen muy controlada. Pero llevamos ya casi 6 horas esperando y empiezo a ponerme un poco nervioso.

Todo ha ido bien. De hecho, a las 2 horas estaba fuera de quirófano. Han sido 4 horas de espera innecesaria pero no desaprovechada. Lo bueno de tener tanto tiempo es que da para reflexionar. Sobre trabajo, familia, amigos. Sobre lo importante. También sobre este post. Sobre si he estado fotografiando temas relevantes o sólo construyendo imágenes que me parecían bonitas. Así que he decidido fotografiar también lo importante aunque sea desagradable. Eso también incluye cementerios y hospitales.

Por eso aquí tenéis un artículo sobre como mi fotografía empezó como una especie de penitencia por fallarle a un ser querido. Sobre cómo se ha convertido en el recordatorio de que no pienso hacerlo una segunda vez.