Borroso

Bernard Plossu dijo una vez que la fotografía puede ser borrosa, que no pasa nada, que el alma también puede ser borrosa a veces. 

Siempre me he sentido identificada con la filosofía de Plossu a la hora de fotografiar, él que se entiende a sí mismo como un escritor que va tomando notas de lo que ve, centrándose siempre en mirar, en guardar instantes, sin preocuparse demasiado por los aspectos técnicos.

Sin embargo, en estos tiempos de obsesión por la perfección en que vivimos no puedo evitar muchas veces caer yo misma en esa obsesión, en el exceso de control y la falta de espontaneidad que nos invaden día a día. Cuando empecé a experimentar con la fotografía analógica, hace ya bastantes años, carecía de ninguno de estos condicionamientos que he ido ganando con el tiempo y la experiencia. Jugaba, disparaba, sin saber muy bien qué era realmente lo que iba a conseguir. Me divertía ver el resultado, ya fueran fotos desenfocadas, desencuadradas, mal iluminadas… Todas tenían su magia

Me encontraba en Berlín hace unas semanas cuando un suceso aparentemente sin importancia me llevó a esta reflexión. En casa de unos amigos encontré una pequeña Fujica 35 coronando una pila de libros.

- ¿Funciona? 

- No lo sé, creo que tiene un carrete terminado dentro desde hace mil años, ni lo hemos sacado.

- ¿Puedo llevármela a pasear?

Cargué la cámara automática con un rollo en blanco y negro y salí a recorrer Berlín en un día muy frío y muy lluvioso. Poco a poco fui soltándome y recuperando esa sensación de fotografiar sin un fin concreto, sin saber siquiera si llegaría a ver algún día esas fotos, sin controlarlo todo, sin controlar absolutamente nada.

Hace unos días revelé con ilusión ese carrete en blanco y negro. El resultado me fascinó, me hizo reir, me devolvió emociones que había olvidado. Todas las fotos estaban desenfocadas. Ni una forma nítida. Todo era una deformación de las escenas que pretendí captar en esos momentos. Una deformación maravillosa que me hizo recordar que la fotografía no tiene que ser perfecta, que la fotografía tiene que hacer sentir, al que la mira y al que la hace. Y que la fotografía, como el alma también puede ser borrosa