Un salto inacabado

Al tratar de fotografiar en calle me pasa, más veces de las que quisiera, que miro y no veo.  Cuando cargas con la cámara camino de comprar el pan no supone mayor problema  - “otra vez será” . Cuando sales ex profeso para hacer fotos y no consigues ningún trofeo la cosa ya se pone un poco más dramática… es frustrante. En los momentos de lucidez trato de pensar que en cada rincón que mire hay una foto escondida esperándome. Algo así como el escultor que contempla el bloque a tallar y sabe que bajo la forma tosca de un madero o una roca hay una forma concreta y definida por desnudar. Así pues, cámara en mano y paciencia en mente, servidor acecha hasta que haya algo que se revele.

¿Qué pasa si bajamos un poco la intensidad de la luz? ¿qué ocurre si a lo cotidiano e irrelevante lo miramos con otro criterio de atención? ¿será capaz de mantener su disfraz de lo anodino e insulso?

Este verano, en un momento en que parecía que la sequía afectaba por igual a nuestro clima que a mi creatividad, traté de acercarme a los rincones del día a día con la idea de desmenuzar cualquier imagen insípida y convertirla en algo que no le dejara a uno indiferente. “Retratos --pensé- pararnos a mirar y prestar atención a otra persona es un perfecto antídoto contra la indiferencia”. Pero, ¿y si, además, a un retrato –a ese espacio de encuentro con Otro- le privas de aquello que más te facilita conectar? ¿y si a un retrato lo dejas mudo? ¿y si miras al otro … y no le encuentras? En mi caso siento que obtienes algo todavía mas estimulante precisamente por lo inacabado del proceso. Es el vértigo de cruzar un río de un salto y quedarte en suspensión a medio camino.