Esta es una historia que nadie ha oído de mi propia boca, ni siquiera mis mejores amigos ni mi familia. Cuando leáis esto sólo una persona habrá visto este texto. Por favor, apreciadlo porque para entradas como esta hicimos Vemödalen.
Todo el mundo tiene historias de su enamoramiento con la fotografía. Muchos la probaron de casualidad y se engancharon. Para otros, es su pasión de toda la vida. A algunos afortunados, les viene de familia.
Mi abuelo era el fotógrafo del barrio. Empezó a ganarse la vida como ayudante y poco a poco sacó a su familia adelante. Su hijo se unió al negocio y estudió fotografía. Consiguieron tener su estudio en la calle Alcalá y todo el mundo los conocía en la zona. Mientras tanto, yo no tenía ningún interés en el arte, mucho menos en el reportaje fotográfico. Sólo quería ser ingeniero, uno de los buenos. Tanto, que no había nada más en mi vida.
2004 fue uno de mis peores años. Sobrepasado completamente en la universidad, fue lo único en lo que invertí tiempo. No amigos, no familia. Mi abuelo empezó a apagarse en 2003. Y no le dedicaba tiempo a pesar de las claras muestras de que quería que se lo dedicara. Ingresó en el hospital a principios de abril de 2004. Dos semanas después, murió.
Acabé la carrera al año siguiente. En diciembre de ese año, compré mi primera cámara con el dinero de una beca.
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Cada vez que alguien me pregunta que por qué hago fotos, simplemente digo que viene de familia y me ahorro el mal trago de dar más explicaciones. No es ni siquiera una verdad a medias. Cogí la cámara porque mi abuelo murió y me sentía culpable por no estar con él lo suficiente sus últimos meses. Sólo fui una vez al hospital, casi llego tarde a su funeral. No valoraba mucho los asuntos fuera de la universidad. Era bastante frío y no me importaban mucho las personas. Felicidades, era un ingeniero cojonudo. Cogí la cámara porque necesitaba conocer parte de lo que me había perdido. Y no era poco.
Os cuento esto ahora porque me prometí que no iba a volver a fallar. Que iba a estar ahí cuando hiciera falta. Escribo alguna de estas palabras mientras espero en la UCI a que me digan que puedo ver a mi padre. He estado bastante tranquilo porque sé que es una operación que los cirujanos tienen muy controlada. Pero llevamos ya casi 6 horas esperando y empiezo a ponerme un poco nervioso.
Todo ha ido bien. De hecho, a las 2 horas estaba fuera de quirófano. Han sido 4 horas de espera innecesaria pero no desaprovechada. Lo bueno de tener tanto tiempo es que da para reflexionar. Sobre trabajo, familia, amigos. Sobre lo importante. También sobre este post. Sobre si he estado fotografiando temas relevantes o sólo construyendo imágenes que me parecían bonitas. Así que he decidido fotografiar también lo importante aunque sea desagradable. Eso también incluye cementerios y hospitales.
Por eso aquí tenéis un artículo sobre como mi fotografía empezó como una especie de penitencia por fallarle a un ser querido. Sobre cómo se ha convertido en el recordatorio de que no pienso hacerlo una segunda vez.