Número 16

Somos fantasmas

Temes que aparezca cuando apagas la luz. Lo imaginas debajo de la cama. Esperándote en el pasillo. A tu lado mientras duermes. Temes la visión grotesca de algo inexplicable.

No llegas a comprender que se manifiesta de otras formas, más cotidianas. Esa presión en la nuca. El calor en las sienes. La garra apretándote el corazón. Esa nube negra que no te deja levantarte. Que te sacude cuando conduces, cuando caminas por la calle.

Temes al fantasma y no llegas a comprender que el fantasma eres tú.

Mis ánimas

Mis ánimas

Todo lo que veo es campo. Un campo verde, extenso, infinito, de hierba larga, en apariencia blanda. Cuando comienzo a andar, descalza, me dio cuenta de que bajo las plantas hay tierra que, húmeda, se pega a mi piel. Durante los siguientes pasos me doy cuenta de que el campo verde, extenso, infinito, y de apariencia suave, hay piedras pequeñas que se clavan en las plantas de los pies…

Pócima contra el miedo

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Por aquella época me costaba dormir. Habían pasado muchas cosas en poco tiempo y la mayoría me habían hecho demasiado daño, dejándome los nervios destrozados. Saltaba con cualquier ruido fuera de lugar que sonara a mi alrededor. Mis amigos empezaron a alejarse, a poca gente le gustan las personas que lloran. Me encontraba sola y empecé a cogerle cierto gusto a la tristeza y al abandono. Sabía que si no salía de aquel pozo pronto, era posible que me quedara a vivir allí de por vida. Entonces decidí emprender un viaje. Metí una mochila con algunas cosas en el coche, la cámara de fotos siempre a punto. Y me dirigí al norte, al sitio exacto donde habían empezado mis problemas.

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Fue en aquella excursión donde aprendí a hablar con los fantasmas. Empezaron a dejarse ver cuando llevaba pocos kilómetros recorridos, creo que estaban esperando a que me alejara de la seguridad que me daba Madrid. El primero apareció en el asiento del copiloto cuando cruzaba las tierras secas de Castilla. Empezamos a hablar de cosas triviales, me preguntó por aquel erial. Y acabamos hablando de los desencuentros, de los aprendizajes de la vida y del porqué de algunas cosas. "Yo solo sé que no me merecía lo que me pasó. Pero gracias a eso, ahora soy mejor persona"; cuando terminé de decir aquella frase, miré a mi derecha y el fantasma se había ido.

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El segundo me esperaba en la habitación que había reservado en aquel hostal al norte del norte. Estaba sentado en la cama, de espaldas a la puerta, mirando por la ventana. Aquel fantasma olía a lluvia y a hojas secas, a invierno. Me traía recuerdos agridulces. El tercero me habló en medio de un bosque. Y así fueron llegando uno tras otro, a lo largo de nueve días.

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Hablar y entender a mis fantasmas no fue fácil, pero fue muy productivo. Con el tiempo entendí que era necesario hacerles frente y preguntarles por qué. Nunca olvidaré todo lo que aprendí en aquel viaje.

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Los que permanecen aunque ya no estén

Según pasan los años uno se ha de acostumbrar a ese ciclo cada vez más acelerado de “lo que viene y lo que se va”.

Que las cosas cambien se tolera con relativa facilidad y a pesar de la primera indigestión. A veces ocurre de manera tan sutil y pausada que lo percibimos sólo cuando miramos atrás. Otras veces acontece sin aviso previo y sin dejarnos tiempo a reaccionar, como una tormenta en medio de la placidez del verano.

Un trabajo, la vivienda, nuestras aficiones, lugares significativos… Antes o después te adaptas sin cargar con demasiado peso. Sí, que las cosas cambien se tolera con relativa facilidad.

Pero, ¿y las personas que, siendo importantes para nosotros, desaparecen de nuestra vida para siempre?.

¿Cuánto pesa una palabra que se quedó escondida en la boca y que no se dijo a tiempo? Esas palabras se nos cosen a la lengua y por mucho que las profiramos después, ya a destiempo, no conseguimos hacerlas más livianas.

¿Cuánto libera un abrazo y un “te quiero” compartido antes de la marcha? Aunque haya sido torpe y desentrenado a falta de costumbre.

¿Cómo cuidas la presencia de ese ser que ya no está para seguir haciéndola cotidiana en tu vida? Sin peso ni tristeza.

¿Cómo honras su memoria desde la gratitud? Es impresionante cómo la distancia y el silencio ayudan a endulzar los recuerdos y a perdonar antiguas ofensas.

Quieras o no quieras, lo reconozcas o no, los que se fueron siguen estando presentes, contigo, en ti.

“Habla” con tus muertos, el cómo es lo de menos… es algo que seguro te mereces.