Número 7

Grados de tolerancia

El 'Deberías sacar mas cosas', junto al 'con el arte que tienes y te estas desperdiciando' y por último un implacable 'ya no triunfas porque no eres constante'.

Intentan que el arte (o lo que coño sea este desahogo) esté supeditado a otras personas, a los 'clientes' y que tú produzcas para ellos, que te sientas culpable si no cumples como si pudieras valer menos por ello.

Es ese momento en el que entro en crisis existencial, ¿quiero triunfar? lo jodido es que la respuesta es obvia y es no, no hago na' por los clientes, lo hago por mi alma y nadie debería creerse con derecho a exigirme a secarme el alma.

Y miro alrededor y veo un colectivo que no sabe defenderse y se hunde en la vorágine de vértigo de creación de contenido a la que nos expone la virtualidad del arte.

No sé que decir con esto, me he obligado a escribir esto por el 'se lo debo' y así es como las cosas no salen, sólo noto mis manos queriendo alejarse del teclado, solo noto que esta no soy yo, que me estoy traicionando.

Pero, todo el mundo lo hace ¿no? crear-destruirse-crear-destruirse, el puto bucle de la existencia, pero ¿qué pasa si coges la curva demasiado rápido?

Siempre he sido una mujer muy autodestructiva, pero pretendéis que sea una bomba atómica y rompa lo único que un dia protegió mi alma.

Lo siento, no seré yo quien le coja tolerancia a la fotografía, porque sea lo que hace todo el mundo.

Estas fotos son gracias a @haabibii/@lagatitapurpurina siendo demasiado bella para esta vida con los pinceles de @serpiente.muah y la inestimable compañia del serpabello afilapalos @miki_mahou

El ojo versus la memoria

Uno tiende a mirar el pasado lejano y verlo siempre manso y tranquilo. Afortunadamente hace ya tiempo me curé de la insana costumbre de  mirar atrás con añoranza y regodearme en recuerdos edulcorados con la distancia.

No obstante hoy querría compartir rincones de un lugar plagado de risas, días largos y apacibles y atardeceres acompañados con una sinfonía de insectos.  Es una casa en la que siendo niño pasé varios veranos y recientemente he tenido la oportunidad de volver a visitarla .

A pesar de que la casa ha cambiado (ha envejecido, digámoslo claramente), he podido reconocer todos esos rincones que guardan un momento especial. Uno ya no sabe si son espacios físicos o recovecos en el corazón que todavía atesoran sensaciones  difuminadas por los años de distancia: el cuerpo secándose al sol tras el baño, el azul del cielo que se hacía infinito sobre nuestras cabezas, el grato cansancio tras haber estado buceando una y otra vez hasta llegar a tocar el fondo de la piscina, la piedra caliente sobre la que caminas descalzo, el follaje donde pájaros e insectos buscan refugio,  el olor de la comida preparándose en la cocina, el limonero y su aroma, los árboles como guardianes atentos a nuestros juegos, el espectáculo del ocaso como ritual para finalizar el día. En fin, esos eternos veranos, elásticos e inagotables, en los que te daba tiempo incluso a tener nuevas ganas de comenzar el curso escolar.

Contemplo hoy todos los rincones donde esto aconteció. Nada queda de ellos. Sólo mi amable recuerdo.

No me da pena, no siento pérdida. Aproveché el momento ¿qué quedaría por añorar? Nada.

Las risas siguen sonando, incluso  en mitad del frío y del escombro.  Puede costar oírlas pero es sólo cuestión de paciencia. Saldrá nuevamente el sol, calentará los cuerpos y la brisa. Antes de que te des cuenta se te caerá de la boca una sonrisa tímida.

¿Puedes oírlas  en las fotos?

Quizá sería más apropiado preguntar: ¿puedes oírlas a pesar de las fotos?

Un equilibrio infundado

Me prometí que en febrero tocaba color, que basta de artículos deprimentes porque mi vida no es deprimente. Tengo un trabajo ambicioso. Tengo una familia que me quiere. Unos amigos maravillosos. Y aquí me encuentro escribiendo otro artículo en blanco y negro con otro texto un poco intenso.

Así que lo he tirado a la basura. Basta de artículos infelices. Hablemos de algo feliz. Hablemos de Aziza. Nos conocimos hace tres años cuando yo andaba en un proyecto de fotografía de baile por la calle. Me ofreció paciencia cuando no sabía lo que estaba haciendo. Me regaló grandes fotos en la Gran Vía y la Puerta de Alcalá. Es de esas personas que parece que saben mejor que tú donde están tu límites. 

Se fue a Barcelona hace dos años. Y volvió con una idea en la cabeza y un traje a medida en la mochila. Una idea que quería hacer conmigo. No sé cómo transmitiros el sentimiento de que una persona se mude, estéis meses o años sin veros y vuelva con un proyecto que quiere plasmar contigo y sólo contigo

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No sé como transmitiros el vértigo de darle a alguien una parte de ti y que siempre te devuelvan una parte suya aún mayor. Da vértigo porque siempre he vivido creyendo que la vida equilibra. Un equilibrio donde el balance está basado en tanto doy, tanto recibo.

Y resulta que no. Que es totalmente infundado. No existe ese equilibrio, porque todo lo que doy me vuelve siempre multiplicado con creces.

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Rojo

Quería deshacerme del frío, así que puse un carrete rojo.

Del color del incendio.

Del color de la granada.

De las revoluciones.

De los atascos.

Del cielo en las tardes que arden.

De las heridas.

De las cunetas en primavera.

De rojo se tiñe la nieve, de rojo el tren y las calles de Londres. El invierno es sólo una ilusión. El rojo es eterno.