No quiero cortinas, que entre la luz. Que entre hasta donde no tenga que entrar. Que nos inunde, que nos traspase.
No cierres las persianas, que nos marque el ritmo. Que nos recorra por dentro el fulgor.
Deja que sea vida, que sea cura.
No quiero cortinas, que entre la luz. Que entre hasta donde no tenga que entrar. Que nos inunde, que nos traspase.
No cierres las persianas, que nos marque el ritmo. Que nos recorra por dentro el fulgor.
Deja que sea vida, que sea cura.
Creo que he desarrollado un super poder. Soy capaz de pasármelo bien hasta en el sitio más aburrido del mundo. Porque creo sinceramente que si alguien se ha molestado en construirlo, algo ha visto esa persona y seguramente soy yo el que no lo está entendiendo. A veces lo entiendes, y sí, efectivamente el resultado ha quedado algo aburrido pero el proceso… ah, el proceso. Sólo por eso ya ha merecido la pena.
Si preguntas, la mayoría de la gente te dirá que los museos son de los sitios más aburridos que existen. Pero estoy convencido de que la gente no los mira con los ojos que deben. En todos he encontrado al menos una cosa que me ha sorprendido. Sólo por eso ya ha merecido la pena explorarlo.
¿Me admites un consejo? Habla con esa voz que te acompaña y negocia un rato sin prejuicios en un museo. Paséate y párate frente a algo que te llame la atención a ti. No tiene porque ser las piezas más famosas del museo. ¿Qué es? ¿Cómo está construido? ¿Por qué alguien considera que es importante que es esté ahí? ¿Lo hubieras puesto tú ahí? Si no, ¿qué habrías puesto o cómo lo habrías hecho?
Si tras un rato no has aprendido nada y no has disfrutado ni un poquito, vale, te dejo ir al bar de frente. Yo me quedo un ratito más pensando si este urinario que tengo delante es arte.
La mayoría de estas fotos son del Museo de la Ciencia y el Cosmos de La Laguna, en Tenerife.
He dudado mucho sobre qué escribir hoy aquí. De hecho, esta es la cuarta vez que empiezo una frase de inicio. Mi idea era escribir una historia inventada, que es algo a lo que recurro mucho porque me da libertad para vivir cosas que nunca han pasado. Pero me he dado cuenta de que hoy tengo la imaginación bajo mínimos. Hay circunstancias que me mantienen pegada a esta silla rosa y hoy no puedo escapar del presente ni de la realidad. Por eso he elegido enseñaros estas fotos; como no puedo huir de lo real a través de las palabras, lo hago a través de imágenes temblorosas y trepidadas. Las hice un día en las que todo pasó como si fuera un sueño, un día que no sé si fue verdad o no. Un día de botellas de vino vacías, de carretes por terminar, de visitas a un museo con los ojos medio cerrados. Un día extraño, que son los días que más me gustan a mí.
Estábamos agotados y no nos apetecía salir, pero sólo imaginarnos a nuestra hija alucinando con el gentío de la Pradera de San Isidro nos hizo ponernos en marcha.
Aglomeraciones, paso lento, ruido, gente que no cae en la cuenta de que vas con un bebé, agobio y preocupaciones. Mar y yo nos mirábamos sin entender cómo se nos había pasado por la cabeza meternos en tal avispero castizo.
Encontramos un hueco entre la gente, y una pareja de hombres ganándose la vida haciendo pompas de jabón gigantes y rodeados de críos que saltaban intentando explotarlas. Nuestra hija empezó a gritar de júbilo hasta el punto de asustar al resto de niños. Con eso nos bastó para sentir que habíamos hecho bien en meternos entre tanta gente.
Al volver a casa, ya tranquilos, nos reíamos al mirarnos y coincidíamos: ¡lo que hace tener una hija!
En mi caso se mezclaba con el regusto de haber podido robar fotos tras demasiado tiempo sin hacerlo.