Estábamos agotados y no nos apetecía salir, pero sólo imaginarnos a nuestra hija alucinando con el gentío de la Pradera de San Isidro nos hizo ponernos en marcha.
Aglomeraciones, paso lento, ruido, gente que no cae en la cuenta de que vas con un bebé, agobio y preocupaciones. Mar y yo nos mirábamos sin entender cómo se nos había pasado por la cabeza meternos en tal avispero castizo.
Encontramos un hueco entre la gente, y una pareja de hombres ganándose la vida haciendo pompas de jabón gigantes y rodeados de críos que saltaban intentando explotarlas. Nuestra hija empezó a gritar de júbilo hasta el punto de asustar al resto de niños. Con eso nos bastó para sentir que habíamos hecho bien en meternos entre tanta gente.
Al volver a casa, ya tranquilos, nos reíamos al mirarnos y coincidíamos: ¡lo que hace tener una hija!
En mi caso se mezclaba con el regusto de haber podido robar fotos tras demasiado tiempo sin hacerlo.