Número 29

Diálogos con la pared

Mi pared y yo tenemos una relación un poco extraña. Después de 5 años viviendo juntos, hemos empezado a darnos cuenta de que estamos ahí. Claro que yo sabía que había un pared, sólo que nunca me había parado a mirarla demasiado.

Creo que ha empezado a preocuparse por mí. Ahora todos los días me da una formita diferente con la que entretenerme un poquito. Un rayito de sol aquí, una manchita allá. A veces aparece un rozón donde no toca. Seguro que lo hace sólo para que tenga algo nuevo que limpiar. A veces parece incluso un corazón. No sé, creo que le gusto un poco.

Me gustaría que me contara lo que piensa de mí después de 104 días juntos. ¿Somos buenos el uno con el otro? ¿Lo seguiremos siendo cuando podamos salir de casa?

Y quién nos ha dicho que algo de esto es real

A simple vista, aquel día parecía un día más. No hubo nada que me hiciera pensar que algo extraño estaba pasando. Sin embargo, sí que noté algo diferente en el estómago, una presión constante en las tripas. Dicen que es justo ahí donde vive el instinto.

Andrea Abril_vemodalen foto 10.jpg

Me desperté a las siete, como cada mañana, miré por la ventana y todo seguía tan quieto como lo había estado en las últimas semanas. Los gatos maullaron medio dormidos y fue entonces cuando dije en alto: “ahora es cuando me tengo que ir”. Creo que fue mi estómago el que habló. Como si fuera un apéndice aparte, como si hubiera decidido separarse de mí. Puede que fuera porque llevaba tiempo sin hacerle caso. Cogí las llaves del coche, abrí la puerta y salí despacio.

Andrea Abril foto 8 Vemodalen.jpg

En la calle, seguía el silencio. Nadie nos había contando cómo iba a ser el fin del mundo, pero yo estaba convencida que, una de dos, o era increíblemente ruidoso, lleno de gritos, lloros y explosiones o nos dejaba a todos mudos. Por si acaso nos decantábamos por la segunda opción, yo había aprendido a llorar para dentro años antes. Me metía en el baño a practicar. Desde hace tiempo las lágrimas y los mocos caían a raudales por mi cara sin hacer un solo puto ruido.

Andrea Abril_Vemodalen 03.jpg

Y entonces me encontré en el bosque. No estoy muy segura de cómo llegué hasta allí. Estaba descalza y en pijama y la planta del pie derecho me sangraba con ganas. Yo creo que al salir de casa, pisé un trozo de litrona de los guarros que siempre beben en el portal. Que digo yo que beban donde quieran pero ¿por qué cojones no recogen su basura? En fin, que me desvío del tema, que me enrollo y nunca acabo contando lo que quiero contar. Como no tenía otra cosa que hacer, me puse a pasear. Fui dejando un reguerito de sangre por el camino andado, igual que el rastro de migas de pan que dejaban los niños del cuento ese. Y entonces lo vi.

Andrea Abril_vemodalen 2.jpg

Estaba ahí parado, como si estuviera esperándome, pero por su cara de sorpresa creo que no pensaba encontrarse a nadie allí. Mi estómago habló otra vez: “yo creo que eres un monstruo. No sé por qué, pero no me das miedo”. No sé si tengo ganas de seguir contando esta historia. Ya sabéis cómo acaba, me levanté en el hospital. Hay quien dice que me he vuelto loca y hay quien dice que les pasó lo mismo ese día, exactamente lo mismo. El silencio, el bosque, el estómago que va por libre, el monstruo y la falta de miedo. La falta de miedo y el silencio es lo que más echo de menos.

Fotos007.jpg

El aire puro

Sólo necesitábamos el aire puro.

Pensábamos que necesitábamos viajar más, tachar más ciudades en el mapa, ir más lejos, visitar más lugares nuevos, hacer más fotos, tener más recuerdos en sitios diferentes.

Qué equivocados estábamos. Al final sólo necesitábamos el aire puro el verde de las hojas, el agua de un río, el sonido del mar.

Cuántos atardeceres nos hemos tenido que perder para ver que en realidad todo era más sencillo.

La tormenta que precede a la calma

K. estaba de vacaciones desde hacía semanas. Las tareas que quedaron pendientes de su trabajo habían dejado de atormentarla días atrás. Estaba disfrutando de unos días de placidez en un pueblo costero retirado de circuito habitual del turismo.

Nada le inquietaba de manera especial.

Precisamente por ello, todavía en la cama, está extrañada tras despertarse de ese sueño tan raro que acaba de tener. Un sueño vívido  y plagado de emociones que desde la vigilia se le hace difícil descifrar su significado. Ella, que nunca recuerda nada de lo que sueña, de repente se encuentra en tránsito entre la consciencia y esa realidad paralela que acaba de vivir en su cabeza. 

Había una mujer ….. una mujer que en realidad era ella. Poseía un cuerpo ajeno - ahora que estaba despierta era capaz de darse cuenta - pero durante el sueño lo vivía como propio, como si llevara conviviendo con él desde su nacimiento. Sorprendentemente, nada había de alarmante en esta anomalía.

K. intenta en vano en recordar el rostro – su rostro- pero aparece desdibujado en su memoria.

En cambio, sí recuerda perfectamente la presión en el pecho. Una sensación de dolor y vacío. Esa propia de un anhelo no cumplido.

Había también una casa. Grande, vieja y desvencijada. La casa tenía vida propia……..

No, no; era más que tener vida propia, la casa tenía conciencia de “ser”…., y el mismo dolor y vacío en “su pecho”.

El asombro de K. crecía por momentos según recordaba las sensaciones del sueño ¡ella era la casa! ¡y la mujer al mismo tiempo!. La misma conciencia en dos entes dentro de un mismo sueño. Paradójicamente, tanto la mujer como la casa se vivían diferentes entre sí. La una generaba en la otra la misma sensación de amenaza y desconcierto.

La mujer se adentra en la casa y la recorre. Ambas se sienten invadidas por un terror mullido, ese que no te hace gritar en el momento pero te va calando el alma como una mancha silenciosa.

K. interrumpe el recuerdo del sueño para tomar una bocanada de aire hasta llenar sus pulmones. Mientras exhala trata de tomar conciencia de dónde está: la cama en la que está sentada, el cuarto que la rodea, la ventana amplia por donde entra el olor a mar. 

El día pasa tranquilo y anodino. K. pasea por la playa, moja sus pies en el agua, recoge conchas de curiosas formas. Se esmera por retener en su pecho todas esas sensaciones vivificantes para compensar el amargor del viaje nocturno.  

A pesar de la calidez de la tarde y sus últimos colores K. se estremece pensando en la proximidad de la noche y  la historia de desencuentro que le ha golpeado en sueños.  Quiere pensar que tan solo es la tormenta que precede a la calma.