A simple vista, aquel día parecía un día más. No hubo nada que me hiciera pensar que algo extraño estaba pasando. Sin embargo, sí que noté algo diferente en el estómago, una presión constante en las tripas. Dicen que es justo ahí donde vive el instinto.
Me desperté a las siete, como cada mañana, miré por la ventana y todo seguía tan quieto como lo había estado en las últimas semanas. Los gatos maullaron medio dormidos y fue entonces cuando dije en alto: “ahora es cuando me tengo que ir”. Creo que fue mi estómago el que habló. Como si fuera un apéndice aparte, como si hubiera decidido separarse de mí. Puede que fuera porque llevaba tiempo sin hacerle caso. Cogí las llaves del coche, abrí la puerta y salí despacio.
En la calle, seguía el silencio. Nadie nos había contando cómo iba a ser el fin del mundo, pero yo estaba convencida que, una de dos, o era increíblemente ruidoso, lleno de gritos, lloros y explosiones o nos dejaba a todos mudos. Por si acaso nos decantábamos por la segunda opción, yo había aprendido a llorar para dentro años antes. Me metía en el baño a practicar. Desde hace tiempo las lágrimas y los mocos caían a raudales por mi cara sin hacer un solo puto ruido.
Y entonces me encontré en el bosque. No estoy muy segura de cómo llegué hasta allí. Estaba descalza y en pijama y la planta del pie derecho me sangraba con ganas. Yo creo que al salir de casa, pisé un trozo de litrona de los guarros que siempre beben en el portal. Que digo yo que beban donde quieran pero ¿por qué cojones no recogen su basura? En fin, que me desvío del tema, que me enrollo y nunca acabo contando lo que quiero contar. Como no tenía otra cosa que hacer, me puse a pasear. Fui dejando un reguerito de sangre por el camino andado, igual que el rastro de migas de pan que dejaban los niños del cuento ese. Y entonces lo vi.
Estaba ahí parado, como si estuviera esperándome, pero por su cara de sorpresa creo que no pensaba encontrarse a nadie allí. Mi estómago habló otra vez: “yo creo que eres un monstruo. No sé por qué, pero no me das miedo”. No sé si tengo ganas de seguir contando esta historia. Ya sabéis cómo acaba, me levanté en el hospital. Hay quien dice que me he vuelto loca y hay quien dice que les pasó lo mismo ese día, exactamente lo mismo. El silencio, el bosque, el estómago que va por libre, el monstruo y la falta de miedo. La falta de miedo y el silencio es lo que más echo de menos.