La tormenta que precede a la calma

K. estaba de vacaciones desde hacía semanas. Las tareas que quedaron pendientes de su trabajo habían dejado de atormentarla días atrás. Estaba disfrutando de unos días de placidez en un pueblo costero retirado de circuito habitual del turismo.

Nada le inquietaba de manera especial.

Precisamente por ello, todavía en la cama, está extrañada tras despertarse de ese sueño tan raro que acaba de tener. Un sueño vívido  y plagado de emociones que desde la vigilia se le hace difícil descifrar su significado. Ella, que nunca recuerda nada de lo que sueña, de repente se encuentra en tránsito entre la consciencia y esa realidad paralela que acaba de vivir en su cabeza. 

Había una mujer ….. una mujer que en realidad era ella. Poseía un cuerpo ajeno - ahora que estaba despierta era capaz de darse cuenta - pero durante el sueño lo vivía como propio, como si llevara conviviendo con él desde su nacimiento. Sorprendentemente, nada había de alarmante en esta anomalía.

K. intenta en vano en recordar el rostro – su rostro- pero aparece desdibujado en su memoria.

En cambio, sí recuerda perfectamente la presión en el pecho. Una sensación de dolor y vacío. Esa propia de un anhelo no cumplido.

Había también una casa. Grande, vieja y desvencijada. La casa tenía vida propia……..

No, no; era más que tener vida propia, la casa tenía conciencia de “ser”…., y el mismo dolor y vacío en “su pecho”.

El asombro de K. crecía por momentos según recordaba las sensaciones del sueño ¡ella era la casa! ¡y la mujer al mismo tiempo!. La misma conciencia en dos entes dentro de un mismo sueño. Paradójicamente, tanto la mujer como la casa se vivían diferentes entre sí. La una generaba en la otra la misma sensación de amenaza y desconcierto.

La mujer se adentra en la casa y la recorre. Ambas se sienten invadidas por un terror mullido, ese que no te hace gritar en el momento pero te va calando el alma como una mancha silenciosa.

K. interrumpe el recuerdo del sueño para tomar una bocanada de aire hasta llenar sus pulmones. Mientras exhala trata de tomar conciencia de dónde está: la cama en la que está sentada, el cuarto que la rodea, la ventana amplia por donde entra el olor a mar. 

El día pasa tranquilo y anodino. K. pasea por la playa, moja sus pies en el agua, recoge conchas de curiosas formas. Se esmera por retener en su pecho todas esas sensaciones vivificantes para compensar el amargor del viaje nocturno.  

A pesar de la calidez de la tarde y sus últimos colores K. se estremece pensando en la proximidad de la noche y  la historia de desencuentro que le ha golpeado en sueños.  Quiere pensar que tan solo es la tormenta que precede a la calma.