Número 26

Una teoría sobre el color

¿Sabes que el color no existe? Es una percepción de nuestro cerebro. Lo único que existe es la luz, y lo que vemos, una interpretación de ella. No me preguntéis por qué, pero me viene este pensamiento mientras veo la sesión de investidura para la presidencia de gobierno.

Enfadado con la física y la política por hacer un mundo tan complejo, salí de casa con la idea de quitarme el color de la cabeza, con la cámara en blanco y negro. Y disparé un montón de luces y sombras. Pero resulta que la cámara no ve en blanco y negro, ve también en colores. Y cuando llegas a casa y se van cargando las fotos en el ordenador, las ves saltando ellas solas de blanco y negro al color. Ese color tampoco es exactamente el que has visto porque la cámara también ha hecho su interpretación. ¿Cuál es la buena?

Y así nos pasamos el día. Discutiendo sobre cosas que no existen pensando que encima todos lo vemos igual. No sé si en el congreso piensan lo mismo.

Soldati

Me lo regaló Claudia en 2014 y todos los otoños vuelve a mi cabeza.

Se está

como en otoño

sobre los árboles

las hojas.

Si sta come 

d'autunno

sugli alberi

le foglie.

Giuseppe Ungaretti, 1918, I Guerra Mundial.

Y todos los otoños pienso en el camino de una hoja. Sólo que no son hojas.

_DSF8771 1.jpg

Cuando acabe el verano

Dijimos que nos encontraríamos cuando acabara el verano. Y cuando el verano pasó esperé a que aparecieras, pero no volviste. Podría haberte llamado, no dejamos claro si el que tenía que contactar eras tú y yo. Una cosa llevó a la otra y el tiempo fue volando y se me quitaron las ganas de hablar contigo, aunque nunca dejaste de estar en mi cabeza. Así que los agostos pasaron, uno tras otro, sin parar, hasta que me volví a encontrar contigo en el supermercado; llevabas unas acelgas en la mano derecha y yo una coliflor en la izquierda. Había pasado demasiado tiempo, pero no el suficiente. Me echaste en cara, bastante cabreado, que no me perdonabas el haber desaparecido. Y de nuevo una cosa llevó a la otra y acabamos hablando de que seguíamos teniendo miedo a envejecer y de lo fácil que era hablar entre nosotros de las cosas que nos aterrorizaban. Para no sufrir de más, decidimos que era mejor no volver a vernos y al despedirnos me dijiste que odiabas la coliflor y te fuiste antes de que me diera tiempo a responder que a mí las acelgas siempre me hacen vomitar.

908402.JPG
908403.JPG
908401.JPG
908404.JPG
908405.JPG
908406.JPG
908407.JPG

Los días de polvo y niebla

- A ver si se acaba ya esta mierda de año - Le dije mientras tomábamos un té en su salón.

-Es que 2019 ha sido un año malísimo.

-¿No decimos eso todos los años?

-Sí, pero 2019 ha sido malísimo hazme caso, que hemos tenido a Mercurio de paso y eso genera mucha negatividad, mucha violencia.

-Bueno anda, si es por Mercurio… Échame una tirada, a ver, qué dicen los Arcanos.

Y sin ser ella bruja ni nada de eso, me echó las cartas y ahí estaban: en contra la templanza, a favor la luna, y al final, la muerte.

Dicen que hay que tocar fondo para salir a flote y dejar atrás los días de polvo y niebla. También dicen que hay tristezas que causan adicción. Y sin ser yo creyente ni nada de eso, comprobé como esa tarde en su salón, los arcanos predijeron el fin de un ciclo, el seísmo que haría temblar los cimientos de mi vida sólo unos días después.

Ahora me toca solo a mi misma construir mi propia fortuna. Espero dentro de 12 meses releer estas líneas, recordar lo que presagiaron las cartas y sonreir pensando que estaban en lo cierto. Después de todo, para que la magia exista hay que creer en ella.



Los recuerdos de un náufrago

El señor Lázaro lleva viviendo toda la vida en un pueblo de Soria. Es uno de esos pueblos que generación tras generación se ha ido quedando vacío de gente que lo habite y ahora tiene un aura como de museo abandonado.

A sus 91 años ha vivido demasiadas historias y dice sentirse cansado. Mira con recelo a todo el que pasea por su calle, no tanto por desconfianza sino con el estupor contenido de quien contempla a un extraño que nada se le ha perdido en ese rincón del mundo.


La edad y la soledad hace que, tras un primer cruce de saludos formales y comentarios protocolarios —¡qué frío hace en este pueblo!—, el Sr Lázaro comience a compartir sus recuerdos sin necesidad de hacer más preguntas. Relata cómo el pueblo se fue quedando sin jóvenes y cómo hace años tuvo que cerrar su tienda porque nadie acudía a comprar a ella. Ahora sólo quedan un puñado de personas


“Y todas son como los dedos de esta mano: cada una a su manera, ¡muy diferentes!”.

Habla con rabia de cómo el caciquismo en esas tierras ha engañado a mucha gente, él incluido, y consumado con unas pocas manos como únicas dueñas de muchas tierras. A pesar del tono de queja constante en el reguero de palabras no  lamenta que en su día no quiso estudiar. Siempre confió en sus brazos y manos para ofrecer un servicio allí donde se le requiera y así fue. Durante años se encargó de desbrozar caminos y partir piedras para facilitar que la gente fuera de pueblo en pueblo.

De su vida sólo se arrepiente de dos cosas: la primera no haberse sacado en su momento el carnet de conducir. Eso le habría permitido acceder a nuevos trabajos y mejor pagados, pero reconoce que no supo ver esa oportunidad. Se convirtió aún más en un náufrago en ese pueblo de piedra roja escondido entre los montes.

La segunda cosa es haberse casado. En este punto de la conversación baja la mirada y la pierde en un lugar incierto entre el espacio y el tiempo. Su mujer no quería continuar con la tienda que tenían. Cierra la conversación contando que al poco de casarse su mujer quedó embarazada pero, estando la gestación avanzada, perdió al bebé.

“Ya se sabe que cuando una mujer pierde a su hijo en el vientre, se trastorna”.

En ese punto el Sr. Lázaro parece hacerse aún más viejo, se le relaja la cara —con la mirada todavía perdida— y deja ver un atisbo de cicatriz en lo profundo del alma.

“Tuve que llevarla al sanatorio durante años hasta que se abandonó completamente sin que pudiera hacer nada por remediarlo”.

…………….

………………

………………….

Parecía que el silencio tras esas palabras se iba a prolongar hasta el límite de la incomodidad pero, sorprendentemente, el Sr. Lázaro recuperó la conversación con temas más triviales y con un gesto fruncido renovado. El frío seguía atenazando a todo incauto que siguiera en la calle, así que tras unos minutos de nuevos rodeos protocolarios me despedí estrechándole la mano.

Yo me fui a la única cafetería existente en el pueblo, mientras el Sr. Lázaro se recluía en el centro de su isla.

Perdón, en su casa.