Número 22

Pirillaneo

Todo empezó hace 34 años.

Un grupo de jóvenes amigos se reunieron durante la última semana del mes de julio de 1985  para patear el pirineo aragonés. En aquellos tiempos la gente tenía la costumbre de tener hijos mucho más jóvenes que hoy en día, así que había críos pequeños correteando junto a los adultos.

Para varios de ellos fue la primera vez que experimentaron una lluvia torrencial en mitad del bosque, observar por las noches el cielo estrellado como nunca lo habían visto en sus ciudades, respirar el intenso olor a ozono de un bosque húmedo, descubrir todo un elenco de criaturas a las que poder observar durante horas (sapos, babosas, culebras, mariposas -es increíble cuántas había en aquellos años-), disfrutar de una panorámica desde el monte más alto del valle, y, como no podía faltar, ir a cazar gamusinos todas las noches.

En cada excursión, Pepe (quien había realizado la marcha previamente para conocerla) lanzaba la promesa de hacer un recorrido asequible en tiempo, dureza y desnivel. La respuesta clásica a la pregunta de “¿Cómo es de dura la excursión de mañana?” solía ser “Muy poco. Es prácticamente llaneo todo el rato”. Con esa expectativa el grupo (que ese primer año rondaba las 25 personas, críos incluidos) se lanzaba confiado a una excursión donde la tónica es que fuera más larga, más dura, y con mayor desnivel del esperado. Si a eso se le añade otro clásico del tipo “nos hemos perdido” la cosa empeoraba.

A pesar de ello, todos recuerdan la amistad y buen ambiente que reinaba en el grupo en todo momento. Fue una experiencia tan gratificante que decidieron repetirla siempre que pudieran en la última semana de julio de cada año.

Con los años, y viendo que las mentiras piadosas de excursiones asequibles se repetían, surgió la palabra “pirillaneo” para designar a una semana única en el año, llena de entrañabilidad e ilusión.

Para mi, que estuve en aquel primer año y tenía 6 años, siempre he vivido la última semana de julio como una especie de Navidades en pleno verano: amigos, que son como familia, celebrando  volver a verse un año después. Risas, risas y más risas.

La vida iba cambiando pero la semana del Pirillaneo se mantenía como un refugio donde te podías reír –en parte- del paso del tiempo.

Han pasado 34 años. Esa generación de niños y niñas (en el 85 el más pequeño tenía meses y el más mayor 7 años) ha ido creciendo y participando año tras año, hasta incorporar a una  3º generación.

Todo el vínculo, respeto y fascinación que tengo por la montaña y la naturaleza me viene de ahí. La montaña siempre ha sido un símbolo de reflexión y de libertad. Un lugar donde sentir gratitud por la vida y por algo tan hermoso como son los amigos.

Vivir sobre el mar

Dicen que está aquí desde hace dos siglos, y que en los inviernos casi lo cubre el mar. Estar aquí es retroceder en la historia, rememorar tiempos olvidados. Aquí viven como ya no se vive casi en ningún sitio. Con la primera luz del atardecer este lugar parece un oasis en el desierto de hormigón en que se han convertido estas costas.

A la Algameca Chica la llaman “la Shangai murciana” y la califican de ilegal. Sus más de cien habitantes viven autogestionados, cooperando para llevar agua y electricidad a sus viviendas. Su supervivencia es una eterna incógnita, no se puede vivir al margen del sistema, no se puede vivir sobre el mar. A pocos kilómetros la colosal mole de ladrillo que es La Manga continúa siendo símbolo del sueño español, paradigma de la prosperidad en forma de aberración ecológica.

La paradoja capitalista en su máximo esplendor. Anarquía urbanística sólo si es de lujo, vivir sobre el mar sí, pero en hoteles de 5 estrellas.

¿Cuánto dura un carrete?

Cuando empiezas a usar carrete, 36 fotos parecen super pocas. Con la práctica, te parecen más que suficientes. Al final, se te hacen hasta largos. Normalmente me duran semanas en la cámara antes de que salgan hacia el laboratorio.

Salvo este. Me duró exactamente 10 minutos, 16 fotos. Y me encantan todas y cada una.

Un Portra 800 de 120 con la maravillosa Joanna Devas.

El balneario olvidado

Volvieron en forma de chasquidos. Imágenes muy lúcidas de algo que había pasado diez años antes aparecían de forma repentina en mi cerebro y desaparecían con prisa. Al principio, no le di importancia. Me sorprendieron, eso sí, porque nunca he tenido buena memoria y tiendo a olvidar con facilidad. Pero los flashazos de otra vida empezaron a ser cada vez más frecuentes. Puñados de recuerdos que creía enterrados venían a mí, como si estuvieran intentando decirme algo, y poco a poco empezaron a ocupar demasiado espacio en mi cabeza. Había días en los que no sabía en qué año estaba viviendo y me costaba entender qué partes de mi vida eran reales y cuáles no. Entonces, decidí llamar a la doctora Sastre, una psicóloga que me había tratado durante mi año en el pozo. Y fue ahí donde empecé a escarbar. Después de mucho trabajo, el balneario salió a la luz y por fin logré acordarme de todo.

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