Volvieron en forma de chasquidos. Imágenes muy lúcidas de algo que había pasado diez años antes aparecían de forma repentina en mi cerebro y desaparecían con prisa. Al principio, no le di importancia. Me sorprendieron, eso sí, porque nunca he tenido buena memoria y tiendo a olvidar con facilidad. Pero los flashazos de otra vida empezaron a ser cada vez más frecuentes. Puñados de recuerdos que creía enterrados venían a mí, como si estuvieran intentando decirme algo, y poco a poco empezaron a ocupar demasiado espacio en mi cabeza. Había días en los que no sabía en qué año estaba viviendo y me costaba entender qué partes de mi vida eran reales y cuáles no. Entonces, decidí llamar a la doctora Sastre, una psicóloga que me había tratado durante mi año en el pozo. Y fue ahí donde empecé a escarbar. Después de mucho trabajo, el balneario salió a la luz y por fin logré acordarme de todo.