Número 17

La ciudad del frío

Hay que ver cuánto frío hace. "Cierra la ventana, niño, que se nos hiela el alma". Mira fuera; las ventanas ya están cerradas. En la oscuridad de la noche, las sábanas blancas tendidas, tiesas, congeladas, se mecen como si fueran tablas. Ha llegado el invierno. Puede que nunca se haya ido.

¿De dónde sale tanto frío? Es por silencio. Las cosas que no se dicen, se estancan, se congelan y pesan tanto, que se hunden. Pero no por mucho tiempo. Porque siempre hay algo que las hace salir a flote.

Hay algo extraño en este lugar, es como si hubiéramos estado aquí antes. Hoy parece que lo entiendo todo, pero la realidad es que no tengo nada claro, porque entre tanta lucidez, muchas cosas se tornan confusas y nos enganchamos a una rueda que se transmite de padres a hijos y de hijos a nietos y así siempre. Y así siempre. Y el frío, y el hielo, y el gusto por la niebla, y la historia y otras cosas buenas permanecen.

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¿Somos tres?

Somos tres. ¡Ya somos tres!.

¿Somos tres?

Un viaje que se fragua en su propio cuerpo, en busca de una Ítaca que sólo puede tener cimientos en su vientre. Durante el camino hostiga el oleaje de cambios físicos y altibajos hormonales.

¡Camina con esperanza!, ¡vive con esperanza!. ¡Ya somos tres! Aproximadamente dos semanas de tránsito en el que los ánimos quiebran y se recomponen. No sería el primer naufragio que hemos vivido durante esta odisea.

¿Ya somos tres?

 Ver señales donde no las hay. Entender señales que significan lo mismo y su contrario.

 Soltar amarras y que la corriente nos lleve donde quiera.

 ¿Ya somos tres?

Somos hogar, somos familia.

¿Podremos albergar a nuestro tercero?

No.

No somos tres.

Sea en esta ola, o en la siguiente, seguiremos esperando a que llegues a nuestra tierra y tus pies se asienten en ella.

Las manos

A veces, pocas veces, cuando miro mis manos veo las manos de mi madre. En realidad no son parecidas. Mis manos son más largas, más huesudas, más pálidas. Se distinguen las venas azules, los tendones. Pero a veces veo algo en ellas que me hace recordar las manos de mi madre.

También cuando miro las manos de mi abuela tengo esa sensación. Sus manos sí son más parecidas. La piel más oscura, los dedos más cortos. Las uñas siempre muy cortas, siempre sin pintar.

Me gusta pensar que existe una conexión entre nosotras a través de nuestras manos. Que existen tantas similitudes entre esas manos que se han cuidado, que se han querido. Me gusta pensar que siempre habrá algo de sus manos en las mías.