A veces, pocas veces, cuando miro mis manos veo las manos de mi madre. En realidad no son parecidas. Mis manos son más largas, más huesudas, más pálidas. Se distinguen las venas azules, los tendones. Pero a veces veo algo en ellas que me hace recordar las manos de mi madre.
También cuando miro las manos de mi abuela tengo esa sensación. Sus manos sí son más parecidas. La piel más oscura, los dedos más cortos. Las uñas siempre muy cortas, siempre sin pintar.
Me gusta pensar que existe una conexión entre nosotras a través de nuestras manos. Que existen tantas similitudes entre esas manos que se han cuidado, que se han querido. Me gusta pensar que siempre habrá algo de sus manos en las mías.