Nos pasará a todos supongo: hay situaciones u objetos que, sin saber porqué, nos inquietan porque percibimos en ellos un mensaje directo para nosotros y no somos capaces de descifrarlo en su plenitud. Nos quedamos en ese salto incompleto que, sin poder llamarlo conocimiento, quizá podríamos dejarlo en “intuición”. Es la sensación de reencontrarse con un viejísimo recuerdo y, de lejano que es, no saber ubicarlo ni reconocerlo… y sin embargo hay algo que te advierte de la verdad que para ti se esconde en eso.
Viene a ser como encontrar un mapa del tesoro en el que sólo reconoces partes del dibujo sin llegar a tener muy claro qué es.
En mis fotografías más personales hay determinadas temáticas que son recurrentes. No sabría muy bien detallarlas porque en realidad lo que se repite son determinados objetos o hechos que para mí esconden alguna verdad a punto de ser desvelada. Fotografiarlas es como desnudarlas en plena oscuridad… en realidad, las sigues sin ver pero, al menos, hay ese acercamiento en la penumbra.
Es como mirar de soslayo un escote incipiente (clarea el alba y sin embargo el sol todavía no se deja ver), o como cuando te pierdes en los pasillos de un supermercado buscando desesperadamente un producto y resulta que lo tienes delante. A veces tengo la sensación de que el mensaje oculto es tan evidente que se me escapa a la vista de tan cerca que lo tengo.
En realidad son los temas de siempre relacionándose, en este caso, a través de lo orgánico y efímero –la fruta, el cuerpo humano…– y lo inmutable, artificial, rígido e inerte –la mano de madera, el maniquí…–. Aparece también ese salto incompleto hacia el otro en la medida en que algún rostro no se puede identificar. Supongo que deben hacer alusión a arquetipos mentales, de esos que se esconden en lo profundo de la psique, y te hacen ir a ellos una y otra vez sin llegar a encontrar lo que buscas. Son lugares fotográficos que frecuentas como esos sueños repetitivos que pierden su sentido en cuanto despiertas.
El reto es sostener la pregunta sin intentar responderla.
Quema entre las manos pero me deja en el pecho un sabor a honestidad que compensa.
Antes de finalizar quiero agradecer a Ana haberme acompañado desde hace años en mis viajes a esos lugares fotográficos. Compartimos esa llave mágica que nos lleva a través del espejo.