Sí amigos, ya por fin somos tres.
Cuando uno alcanza un hito, es extraño con qué rapidez se olvida el periplo por el que se haya pasado previamente. En realidad decir “olvidar” es un tanto extremo pero desde luego sí se tamiza el recuerdo de todo ese proceso.
Mi hija Luna ya tiene 5 meses y está preciosa y rolliza.
La paternidad me está pareciendo más desconcertante de lo que habría imaginado pero por razones muy diferentes a las que pensaba.
Antes de que naciera Luna siempre me había imaginado la paternidad como una experiencia que me mantendría constantemente flotando, atónito y secuestrado, en la incredulidad del hecho en sí. Algo así como que te esté constantemente explotando la cabeza porque no aciertas a entender cómo es posible que se cree una vida a partir de uno mismo (en parte).
Yo sentí de lleno el deseo de ser padre por primera vez a los 15 años (sí, así de precoz). Desde entonces imaginaba que cuando nace un hijo/a uno vive una revelación casi divina. Uno es cegado por el acontecimiento y a partir de ahí, mire donde mire, el mundo ya no se puede percibir igual.
Ver nacer a mis sobrinos o a los hijos/as de mis amistades me acercó a esa experiencia, así que deducía que el día que tuviera entre mis brazos a “mi” criaturita sencillamente Miguel desaparecería. Lo que quedara de él sería otro ente ¡uno mejor, sin duda!.
La cuestión es que esta experiencia tiene muchos matices. Yo estuve presente en el parto. Estaba junto a Mar cuando, en el pujo final, Luna salió hecha un burruñito y dormidita. Fueron dos segundos lo que duró el recorrido desde las manos de la matrona hasta el pecho de mi mujer pero los recuerdo muuuucho más largos. Recuerdo estar a punto de llorar emocionado cuando visualizaba la cabecita justo antes de salir. Curiosamente en el mismo momento que la matrona la elevó algo hizo “clic” en mi y se hizo una especie de silencio incomprensible. Recuerdo la expresión de mi cara (por cómo sentía los músculos): incredulidad, boquiabierta. Me quedé paralizado. ¿Sabéis cuando un petardo explota cerca de vosotros y durante unos segundos sólo escucháis el pitido en vuestros tímpanos? Hay una extraña sensación de estar “a parte” del mundo hasta que te recuperas. Pues en el parto a mi me pasó lo mismo. Sé que no tuve ningún pensamiento durante varios segundos. Sólo había una extraña conciencia de observador, inquietantemente neutra, y el asombro de no estar entendiendo absolutamente nada de lo que estaba pasando. Veía a mi hija sobre el pecho de Mar, dando cabezaditas para buscar el alimento. Mar completamente emocionada y feliz. Y yo con los ojos a punto de salírseme de las cuencas. Estuve así varios minutos, acercándome lentamente, sin llegar a entender qué estaba pasando.
Fue a las dos horas, al dormír por primera vez a mi hija en brazos, cuando empecé a comprender e interiorizar todo lo que había ocurrido. Todo el torrente de emociones y vínculo se desató entonces.
Superado el shock de los primeros momentos empecé a experimentar que la realidad y el momento presente se imponen sin opciones. No deja de sorprenderme la operatividad que de manera innata me sale. Desde entonces y hasta el presente no hay momentos de “secuestro místico” porque eso supondría descuidar a la prole mientras uno levita. El cerebro es muy sabio. Presente, presente y presente. Atención, atención y atención.
De repente te encuentras viviendo tu vida de siempre (1º paradoja imposible) junto a tu bebé como si llevaras toda tu existencia haciéndolo (2º paradoja imposible). Contrariamente a lo que se pueda pensar, no hay sensación de sorpresa ni de novedad. Únicamente en puntuales momentos de lucidez Mar y yo caemos en la cuenta de dónde nos encontramos. Siempre nos reímos asombrados de cómo ha sido posible todo esto. ¡Yo apenas recuerdo el embarazo!, de hecho apenas recuerdo más allá de una semana atrás. No es mala memoria, es la prioridad del presente. El presente exige tanto que no hay espacio en el cerebro para dedicar energías a otros tiempos.
El “secuestro” que intuía tiene lugar de formas diferentes: dormirla en brazos, que apoye su cabecita en mi pecho, cantarla y ver cómo me mira fijamente. Es una extraña manera de conjugar el presente y la ausencia. Hay dos cosas que me elevan por encima de todas: escuchar a Luna balbucear y hacer ruiditos, y olerla. En ambas situaciones os aseguro que mi cerebro, físicamente, vibra. Algo extraño pasa porque noto que algo cambia en mi de manera perenne. Lo que es la biología, oye. Eso sí que es perderse en uno mismo, desaparecer.
Puedes estar agotado, tener los brazos y la espalda llena de contracturas y tendinitis, pero hay algo que te pide una y otra vez estar cerca de ella. Es muy llamativo que cuanto más contacto físico hay más se asienta y estrecha el vínculo. Menos mal que no le importa que me la coma a besos.
Hay otras cuestiones que hacen de la paternidad algo sorprendente como por ejemplo...
… disculpad... me ha parecido escuchar...
Sí, efectivamente, mi hija me está llamando.
Hasta pronto.