Ayer cogí uno de los miles de cuadernos que tengo esparcidos por casa y lo abrí por una hoja al azar. Ponía “a veces pierdo el pulso que me mueve a hacer cosas”. No sé cuándo escribí esa frase, pero podía haber sido hoy; como soy un poco ciclotímica, hay días que no le encuentro el sentido a nada y otros me vengo arriba con solo abrir la ventana y oler la lluvia. Antes no sabía identificar la ansiedad ni el porqué de este circo de emociones. En este momento, después de unos cuantos años de terapia y de trabajo personal, veo venir la tristeza desde lejos. Y ahora tengo más armas para hacerle frente. Mi truco favorito es agarrarme a las cosas que me hacen sentir bien. Puede parecer un truco de mierda, pero funciona de verdad. Entonces, cuando no tengo ganas de nada, pienso en Mei y en Elliott. Pienso en mis padres y en mi hermana y en Jose, que siempre están cuando tienen que estar. Pienso en viajar con ellos, en todos los sitios en los que hemos estado juntos. Pienso en Londres y en pasearme sola por un museo; pienso en libros y en Vemödalen y en carretes de fotos y en una caja de lápices que estoy aprendiendo a usar. Pienso en el privilegio y en beberme una cerveza con unos amigos mientras me doy cuenta de mi suerte. Pienso en un viaje en coche por una carretera llena de edificios increíbles.