Número 2

Danza al desnudo

Ves la planta del pie doblarse como si fuera una palma y no es suficiente. Ves el gemelo marcarse como si quisiera arrancarse de su tibia, y no es suficiente. Siempre se puede doblar más la zapatilla de puntas. Siempre puede haber un perfil más marcado de gemelo. Siempre puede haber un arco mayor. Una línea más estilizada. Una expresión más relajada.

Bienvenidos a la vida de una bailarina.

Reconozco que la primera vez que entró una bailarina en mi estudio no tenía ni idea de lo que era un cambré, ponerse en tercera o la forma que debía tener la planta al subirse a la puntas. Hubo un tiempo en el que no me gustaba la danza. La veía por televisión y no la entendía. No había nada ahí de lo que se suponía que debía transmitirme. Hasta que tuve una bailarina delante. No es sólo estética, que también. Cuando se mueven aparece algo que no estaba ahí hace un momento.

La fotografía no le hace justicia a un arte que se vive en movimiento. Nos perdemos, básicamente, todo. El movimiento es sentimiento y la foto muchas veces sólo capta la espectacularidad de la pose. Pero se deja todo lo que ha pasado hasta llegar hasta ahí.

Y yo, que lo que manejo son instantes, me pregunto cómo trasmitir esto que no va de microsegundos.

Gracias Irene, Kate, Sam. Gracias por vuestro valor. Por vuestra confianza. Gracias porque me hicistéis valorar lo que hacéis mucho mucho antes de estas fotos. Porque cada vez que miro estas fotos, veo alma.

A todos: por favor, respetadlas, admiradlas. Son maravillosas por dentro y por fuera, hacen cosas maravillosas con su cuerpo, y confian en nosotros para enseñarlo. Y que no juzguemos. Ellas son:

  • Irene Gómez
  • Samantha Vottari
  • Kateryna Humenyuk

Clorofilica.

A veces me planteo que es lo que me gusta de la fotografía, que es lo que me atrapa, lo que me hace cargar con las cámaras para, por si acaso, darle el coñazo a mis amigas capturándolas desde lo más cotidiano a obligar poner determinada postura y determinada cara, creando algo que no existía o capturando algo que existía por unos segundos... pero la gula de capturar más sigue ahí y no abandona.

Y entonces, es cuando te das cuenta de que se trata de un conjunto, incluso cuando el conjunto no hace el todo, porque no es un conjunto de cosas si no estas con las interrelaciones que se dan entre ellas, pero para analizar un todo hay que empezar por algún lado, supongo que quien me conozca sabe que debemos empezar por el color, por esa propiedad tan mágica como magnética, no hay dos fotos iguales porque no hay dos verdes iguales, nunca atraparás dos veces el mismo color o al menos eso creo yo.

Aquí os dejo el que siempre será mi color favorito, porque su espectro es demasiado complicado para mí.

 

 

Lo Otro

Fotografiar algo y que todo salga según lo habías previsto hace que te embargue esa sensación de autosuficiencia y satisfacción que te sube la moral durante unos minutos (generalmente hasta que ves la siguiente foto). A fin de cuentas a todos “nos encanta que los planes salgan bien” que diría Hannibal. Sin embargo, a veces me pasa que cuando miro el resultado hay una sensación de vacío a pesar de que es prácticamente lo que quería conseguir. No es un vacío de contenido…. en realidad es como una falta de sorpresa, es un saber-lo-que-viene-después sin que haya novedad en el frente, como si el hecho de que (la idea en tu cabeza y la foto resultante) sean demasiado coincidentes convierta la experiencia en algo frustrante y gris. Uno empieza a sentir que el conocimiento y dominio viran hacia un control un tanto asfixiante.

En definitiva, estamos hablando de una experiencia de cierto hastío de uno mismo. Porque ¿acaso no volcamos una parte de nosotros en todo aquello que creamos? En mi caso, sobre todo en esas fotos que programo con detalle. Uno mira la foto y no puede evitar tener la sensación de que está viendo eso que ve al mirar el espejo por las mañanas cada día, sin más. Y esto no es malo en sí…. a fin de cuentas me gusto a mí mismo. Pero la cuestión es que no hay sorpresa en esa foto. Siento que no ha colaborado nadie más y eso asoma la sombra de cierta solitariedad y una autonomía agridulce.

Por contra, y aquí viene la redención, cuando al fotografiar “dejo el espacio” suficiente para que entre lo fortuito y lo azaroso es cuando tengo la plena convicción y vivencia de que algo grande está pasando. Algo más grande que yo. Algo que me abraza y me enmarca en una foto (y no al revés), en un contexto, en un mundo. De ser hacedor paso a ser instrumento, uno más, ¡paso a ser la cámara! Siento que he tenido – y he elegido – la oportunidad de formar parte de Eso.

Evidentemente sigo controlando muchos factores: el encuadre, los objetos de interés, cómo se relaciona entre sí lo que aparece en la foto, etc… pero la cuestión es que la foto termina de completarse en el hecho de no haber una intención clara y concreta por mi parte en el momento de tomarla. No la he visto previamente en mi cabeza. En realidad, ni siquiera estoy muy seguro de qué es lo que quería que saliera. Y ahí está lo grandioso, lo mágico, ahí está el “espacio” para que Lo Otro haga la foto “conmigo” y no “a pesar de mi”.

No acecho con rapiña a la imagen, sino que la espero como un regalo que puede pasar desapercibido. Y eso da paz. Esa que te llega cuando ya no programas o anticipas, cuando ya no saturas al mundo, a Lo Otro, de ti mismo. Al no anticipar no invades, dejas ese hueco para que se llene de “lo imprevisto”, de lo fresco, de la sorpresa al fin y al cabo.

Con mis fotografías (algunas) quiero reivindicar el ejercicio de la pulsión (ante mi el primero), animo a la redención de la entraña, y a soltar las amarras de lo mental.

Porque, fotografía a parte,  a fin de cuentas estamos hablando de una actitud ante la vida,

La Vida

                       Mirarla y guardar silencio, enmudecer, acallar las respuestas con las que tu cabeza te va avasallar para explicar lo inexplicable. No buscar el sentido a nada, contemplar esa despiadada belleza que tiene – la tuya, la mía, la del perro del vecino, la de la farola donde mea – y dejarse acariciar por su suavidad de tormenta. Balbucear, como al que se le ha olvidado todo lenguaje, o como los bebés. Ir – correr – por la vida, atónito, perplejo, cegado,  – en blanco – y con los ojos y los brazos bien abiertos…. hasta que incluso las imágenes desaparezcan.

Así es como me gustaría fotografiar y vivir.