Aquel día hicimos un ejercicio para trabajar el silencio. La tutora pretendía enseñarnos que guardarse las cosas no nos podía traer nada bueno, que lo suyo era que lo soltáramos todo y dejáramos que fluyera. Como si fuera tan fácil. Me miraste con una sonrisa de lado. Era tu sonrisa de mentiroso, ya me la conocía, la había visto muchas veces. Y entonces empezaste a hablar. Hablaste y hablaste, una mentira tras otra y todos te miraban con una mezcla de pena y admiración. Cuando acabaste, aquella señora de la que no me acuerdo ni del nombre te dio la enhorabuena. Me entraron arcadas, me levanté y me fui de la habitación. No soporto a la gente mentirosa. Cuando volvimos a vernos, me dijiste que sentías que tu historia me hubiera impresionado tanto. "Lo que me dieron ganas de vomitar no fue tu historia, fuiste tú. A los mentirosos se os huele a distancia". No volviste a aquellas sesiones de grupo; supongo que te jodió que supiera lo que había detrás de aquella fachada. Te creías hermético, misterioso, infranqueable. Mientras pudieras enseñar un escaparate impoluto, daba igual que el interior estuviera lleno de mierda. Con lo que no contabas era con que alguien se colara en la trastienda y descubriera las toneladas de basura que almacenabas detrás de aquellos muros.