Llevo ya varios días intentando escribir este texto.
Será que no me salen las palabras, será que no es fácil hablar de fantasmas.
Quería hablar de los fantasmas que no dan miedo. De los que caminan con nosotros, los que han dejado su huella en nuestra memoria.
A veces esos fantasmas son ardientes y dolorosos, como huella marcada a fuego. Con el tiempo esa huella se desvanece, se convierte en cicatriz, una de esas cicatrices que duelen cuando va a haber tormenta. Cuando percibimos un cierto olor, cuando escuchamos cierta canción en la radio, la huella se vuelve de nuevo incandescente.
Las cicatrices de la memoria son los fantasmas que nos acompañan. Como todas las cicatrices nos definen, cuentan nuestra historia. Estos son fantasmas del más allá y los del día a día. Los que ya no están a nuestro lado y los que nunca se han ido.