Fascinantes, apetecibles y tiernos

Observar a la gente es algo que siempre me ha gustado hacer. Admirarles en el paso de su día a día, pasando desapercibidos para sí mismos. Me ayuda a mirar al mundo con ternura. Sí, sí… con ternura. A pesar de los desastres, de las guerras, de los malos pronósticos y del resto de motivos para encerrarse en casa agazapado.

Con ternura. 

Me gusta aquello que me hace mirar con ternura el mundo, y la gente, cuando me paro a mirar de verdad a mi alrededor, me la evoca.

Me fascina cómo obviamos nuestra heroicidad cotidiana: cuando madrugamos, cuando desayunamos somnolientos, cuando nos cruzamos en el metro con cientos de personas sin mirarles a los ojos,  cuando convertimos nuestro ruido mental en la única música que escuchamos durante horas, cuando nos desplomamos frente al televisor después de cenar agotados ya tras la jornada…

Fascinantes. Apetecibles. Tiernos…

Si crees que lo que digo es una chorrada te invito a hacer un viaje a un país que no tenga nada que ver con el tuyo. Un lugar que no tenga ninguna referencia a tu rutina diaria ni a tu visión del mundo. Ya verás como te parecerá fascinante cualquier gilipollez que observes a tu alrededor… Nada como no entender del todo lo que está pasando a tu lado. Milagrosa cura, oye.

Mirarías a todas partes, callado y sorprendido, sonreirías para tus adentros e inevitablemente todo te parecería

                                         fascinante,

                                                            apetecible,

                                                                                 y tierno.

Hasta salivarías hambriento de Vida.

Repasando un viaje a Vietnam que hice en el 2014 he recordado esas sensaciones de las que hablo. Hacía un calor insoportable y no paraba de sudar,  pero nada como no entender del todo lo que está pasando a tu lado.

Milagrosa cura.