Nos levantamos con los cristales empañados, con mis pies como siempre fríos. La playa había desaparecido, se la habían tragado el viento y las olas. Esas olas que rugían que daban miedo cuando llegamos a Santa Justa. La espuma del mar volando como confetti, empapándonos los huesos.
Persiguiendo tempestades por caminos de tierra, viendo desde el coche como esas olas se levantaban por encima de las rocas, de los edificios, las olas hasta el cielo.
Aterrador e imposible, como solo la naturaleza puede serlo. Salvaje y hermosa.