En la mesa del salón, encontraste un álbum de fotos que hacía tiempo que no veías. No sabías que hacía allí, pero imaginaste que Eli lo había sacado de su sitio en algún momento de nostalgia. Aunque algo dentro de ti decía que no miraras dentro, tus manos fueron por libre y lo abrieron con cuidado. Al principio, no reconociste a las personas que salían en las fotos, pero una de ellas eras tú. Alguien distinto a quien eras ahora, en apariencia más alegre, pero con ese trasfondo triste tan característico. Y llegaste a las dos últimas páginas, donde alguien había pegado algunas imágenes de un verano que pasaste en Nueva York. En aquellas fotos no aparecía ninguno de vosotros, es como si la fotógrafa supiera exactamente lo que pasaría años después.
Solo recuerdos de la calle y de la gente que paseaba por la ciudad en aquel momento. Entremezclados con los paisajes, una serie de números habían aparecido por un fallo en el revelado del carrete. Ahora los veías como símbolos que contaban los meses que habían pasado desde ese viaje hasta que todo había empezado a desmoronarse.
Cuántos recuerdos pueden almacenarse en un trozo de papel. Ay, el poder de la fotografía...