-Aquí no somos muy de hablar.
Lo dices mientras calientas el agua para el té.
Aquí no somos muy de nada, pienso yo. Somos de silencios largos. De miradas al frente, somos de echar a caminar. Lo que haya dentro se traga, por qué tiene que enterarse nadie de lo que te pasa. La gente todo lo quiere saber.
Aquí no somos muy de abrazos. Ni de lágrimas. De gritos sí, de eso sí que hemos sido, y de portazos. Pero es que tampoco te lo vas a callar todo. Luego con el tiempo se arregla, la vida lo vuelve a poner todo en su lugar. Diez, veinte años, los que sean. Hasta que pase algo más importante que cualquiera de nosotros. Tampoco somos de pedir perdón. No es necesario, ya se entiende.
Aquí no somos de decirnos las cosas. Qué manía con hablarlo todo. Aquí somos de levantarnos sin más y seguir como si nada. De curtirnos la piel, eso sí. La piel curtida de aguantar los golpes, lo que haya debajo es otra cosa.
Aquí debajo de la piel tenemos el mar, un mar oscuro, denso, casi opaco, un mar que sacude y devora. No somos muy de nada, pero del mar sí que somos. Del mar vamos a ser siempre.