La segunda metamorfosis

Hacía muchos años que no me vestía de nuevo así. Yo, que antes de mis 30 siempre iba vestida elegante y retadora, llevaba demasiado tiempo sin sentirme felina. Antaño solía iluminar la frente de los hombres cuando paseaba con el vientre descubierto y unos pantalones ceñidos a las caderas.

Bufaba a los que osaban soltarme algún comentario grosero por lucir ombligo, y a los que guardaban silencio les regalaba mi contoneo sabiendo que el deseo se les atragantaba con las palabras que habían callado.

Siempre admiré la belleza de mi propio cuerpo y sus curvas. En los años 70, que es cuando mi adolescencia se volvió más voluptuosa, tenía el mismo cuerpo que esas modelos que se pusieron de moda. Ahora ya no es lo mismo, claro, pero ya sabéis: la que tuvo, retuvo.

Cuando llegué a la treintena no sé que paso. Empecé a entibiarme y todo empezó a hacerse más gris casi sin darme cuenta. Tuve oportunidad de formar una familia junto a varios hombres que se desvivieron por mi, por no sé porque me sabía a poco la idea de estar con una sola pareja durante el resto de la vida. Cuando terminé de estudiar en la universidad tenía planes de viajar y recorrer mundo pero tuve un golpe de suerte y me salió un trabajo que sentí no poder rechazar. Mirándolo ahora con perspectiva no sé si fue “suerte” o simplemente “golpe”, porque creo que ahí empezó esa espiral de irrelevancia y sinsabor. Me sentía libre por no encadenarme con ningún hombre pero no me daba cuenta de que por la espalda me aprisionaba un trabajo que me sorbía el color y la libido lentamente. Tenía todo el reconocimiento y éxito que quería, y quizá por eso no me di cuenta del precio a pagar. El peligro de la resignación es que se puede hacer muy progresiva y cómoda, y ahí ya estás perdida.

Treinta y pico años después aquí estoy, a punto de jubilarme (he solicitado retrasar la fecha todo lo posible) y quiero prepararme antes de que llegue ese día en el que lo que más ha dado sentido a mi vida se esfume. Se me antoja que es como tener un hijo pero al revés: de un día para otro tu vida cambia drásticamente y tu existencia anterior se queda en lo anecdótico.

 Por ello contraté a un fotógrafo, hombre y joven. Quería que me hiciera fotos rescatando ropa del armario que nunca llegué a estrenar. Confieso que previamente tuve que mirarme mucho en el espejo para volver a reconocerme, pero ahí estoy. Esa soy yo.

Sentía curiosidad por saber qué tipo de conexión puede haber en una sesión fotográfica. Desplegué mis oxidadas habilidades para engatusarle pero el chico era demasiado joven como para apreciarlas. Creo que lo vivió más una fiesta de disfraces pero qué se le va a hacer. Yo sé que en realidad esta es mi 2º metamorfosis vital: de oruga a mariposa, y de mariposa a saber en qué me convierto.

Me da lo mismo ¡seguro que tendré alas nuevamente!