Semanas atrás hablábamos mi amiga Gema y yo de las ganas de vernos tras tantos meses de no compartir una miserable caña. En la conversación me comentó que estaba realizando un taller de escritura y, lógicamente, me entró mucha curiosidad por leer alguno de sus textos.
Accedió advirtiéndome “soy oscura escribiendo, aviso”, a lo que le respondí que en realidad no me llegaba a sorprender tal cosa.
Mes y medio después me mandó un mensaje diciéndome que le encantaría saber por qué no me sorprendía.
Para aclaración del lector es importante decir que tanto Gema como yo somos personas vitalistas, de gran apetito en todos los sentidos (un claro síntoma de que disfrutamos la vida), y luminosas; cada uno a su manera. La advertencia de Gema tenía sentido porque a priori podría haberme imaginado sus textos siempre inspiradores de un ideal y reconciliadores con la vida. Con hondura e incisivos, por supuesto, pero equilibrados en todo momento.
A estas alturas todavía tengo pendiente responderla. Como no es una respuesta rápida que se pueda despachar en un audio de wasap tengo que meditarla a partir de mi propia experiencia.
En realidad todos y cada uno de nosotros tenemos muchos rincones. Las personas me fascinan por todo el abanico de matices y recovecos que tienen dentro de sí. ¿No es impresionante cómo se armonizan emociones, pensamientos y actitudes contradictorias entre sí en el recipiente de un ser humano y su contexto? Esa sombra que a veces nos guía y nos inspira es algo intrínseco. Ojo, que no estoy hablando del “Mal” o del “Bien”. Me estoy refiriendo a algo mucho más cotidiano. Con un sabor muy concreto... ¿melancolía?, ¿tristeza? ¿anhelo? ¿separación? ¿desesperanza? ¿soledad?. Es como cocinar utilizando muchas especias.
Es Eso que florece cuando caminas por la umbría de tu corazón el suficiente tiempo. Por supuesto no puedes quedarte instalado ahí para siempre; acabarías consumido.
Aunque uno no lo sepa, todos somos como un jardinero que cultiva variedades exóticas de botánica muy diferentes entre sí.
Partiendo de aquí, no nos debería sorprender encontrar cianes, turquesas y azules en alguna mirada perdida de los que nos rodean.
Lo que sí es curioso e interesante es ver cómo la expresión artística fomenta una erupción de esos sabores y colores. ¿Qué nos pasa que cuando buscamos dentro nos suele salir la sombra? ¿Exorcismo? Recuerdo un taller de arte terapia que hice hace 15 años. Fue muy corporal, muy sensorial. Lo disfruté mucho. Una de las actividades se desarrollaba con pintura y colores, y todo lo que pintaba me recordaba a mi sombra. Podía empezar intentando combinar colores de manera armónica. Utilizando formas equilibradas que inspiraban ligereza... pero según avanzaba siempre acababa en el lado opuesto: una hoja saturada de colores, mezclados entre sí y sin destacar ninguno en concreto, sin equilibrio. Espeso ante la vista.
Tuve la sensación de que no podía escapar de mi mismo. Al final del camino siempre estaba yo, hiciera lo que hiciera.
Años después sigue pasándome lo mismo, aunque no me supone algo incómodo. En realidad es una suerte que la vida siempre nos confronte con nosotros mismos. Mal nos iría si pudiéramos eludir mirarnos al espejo.
Yo me siento a gusto con mi persona. Me gusta mi ligereza por la vida. No acostumbro a entramparme. Creo que no intento controlar lo que no está a mi alcance. Me gusta cultivar amor para mi vida. Me gusta tener un corazón expuesto y vulnerable. Y aun así, cuando exploro a través de la fotografía me nace plasmar tensión no resuelta, incomodidad, una belleza ambigua e inquietante. Durante años lo definí como “oscuro”, pero en realidad no creo que llegue ni a eso. Simplemente es la vida que nos baila. Y la vida, en toda su plenitud, no nos cabe en definiciones y conceptos.
Sin duda es tentador intentar meterla en esos cajones, pero no nos engañemos: hacerlo sería como no querer mirarse en el espejo.
Por cierto, este viernes he quedado con mi amiga Gema. ¡Qué ganas tengo de volver a hablar con ella!